Martes, 14 de septiembre 2021, 01:13
A Juan Ramírez fueron a buscarlo cinco guardias civiles. «Estamos desalojando todo el término municipal y tiene usted que irse», le dijeron. «En mis 66 años, y mira que llevo cosas pasadas en la vida, nunca me he puesto tan alterado y nervioso como esa ... tarde», expresa él. «Que yo tenga que abandonar mi casa, con todas las medidas de seguridad y los cortafuegos que yo tenía allí... Eso es para vivirlo».
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El cortijo de Juan, donde pasa el día junto a su mujer -«por la noche nos vamos a dormir a la casa que tenemos en el pueblo»-, se levanta sobre una «finquita» de 17 hectáreas junto a un arroyo del paraje de Estercal, al lado de Charco Azul, «la mejor que tiene Jubrique por la situación del terreno y por el agua (un pequeño arroyo) que baja de la sierra», expresa orgulloso.
El apego que Juan le tiene al terreno no viene de hoy ni de ayer, sino de sus antepasados. «Esto era de mi abuelo, y antes de mi bisabuelo, y antes de mi tatarabuelo, y así hasta llegar a los moros. Averigüe usted de cuándo. Allí hay más de 250 años de antigüedad, que yo sepa. Allí me crie de zagal, ayudando a mi padre a regar el maíz».
Cuando se casó, el matrimonio lo convirtió en su hogar y en su medio de vida. Paradojas de la vida, «cuando era soltero, estuve en el Infoca, bueno, cuando era el IARA (Instituto Andaluz de Reforma Agraria, antes de 1993). Ahora tienen 300 cabras -»la ganadera es mi mujer«- y nueve caballos -»esos sí son míos«- con los que han sacado adelante a sus dos hijas. »Llevo toda la vida de cabrero. Si se mueren todas, yo ya no puedo volver a empezar. Las cabras adultas no se adaptan al terreno y a mí si me dan 200 chivos no hago nada. Y todo esto, encima, en unas edades en las que uno ya está para jubilarse...«, explica, contrariado.
Juan no sabe ni cuándo sucedió. «Yo estoy allí en mi mundo, algunas veces no sé ni en qué año estoy, no cuento las horas ni nada». En realidad fue el sábado, por la tarde, cuando empezaron los desalojos. «Yo estaba allí refrescando el campo con mi manguera», detalla. Los guardias fueron, insiste el cabrero jubriqueño, «muy amables y nada agresivos». Juan confiesa: «Yo soy amigo de los agentes, los respeto como a mi padre y hasta tengo un familiar que es capitán de la Guardia Civil». Y con el mismo respeto que ellos tuvieron, él les dijo que no se iba. La respuesta de Juan fue: «Llévense ustedes a mi mujer, pero yo no me voy. Yo muero aquí con mis cabras».
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Dice que su resistencia no era contra los agentes, sino contra quienes daban las órdenes. «Si las pierdo, yo no puedo continuar. Les importa un pimiento que se mueran de hambre. Yo les pedí que me dejaran firmar un papel diciendo que me quedaba allí bajo mi responsabilidad. Porque le aseguro una cosa: a mí no me iba a pasar nada. Aunque les dije eso, yo estaba seguro que no me iba a morir, más seguro que la mitad de los españoles. Si hubiera visto humo, el primero que corre allí soy yo, no tiene ni que buscarme la Guardia Civil. Pero de algún modo me tenía que defender...».
Y está bastante seguro porque, dice, su cortijo está junto al arroyo, «y el humo tiende a ir hacia arriba», y él asegura que refresca la paja y las cuadras de los caballos porque, si se prenden fuego, lo pierde todo. Además, tiene un embalse con 170.000 litros que está construido desde tiempos de sus antepasados y 14 aspersores para regar su huerto, donde planta pimientos, tomates... «Pero no crea usted que se iban a quemar; tengo la manguera enterrada y no necesitan motor porque utilizan la presión de la caída del agua del arroyo. Me sentía más seguro allí que en otro lado».
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Juan aguantó hasta donde pudo, «pero no puse tanta resistencia como dice la gente». Eso sí, trató de contarles sus motivos. «Al principio les dije: ¡Llevadme esposado!. Pero me explicaron que si me detenían tenían que conducirme al cuartel, luego pasar al juez a Ronda... Eso tampoco era plan, yo que en toda mi vida, y tengo el carné desde los 18 años, sólo tengo una multa de tráfico. Al final me convencieron y nos fuimos con ellos», relata.
Ahora está con sus hijas en Estepona, lejos de su cortijo, preguntándose cómo estarán sus animales. «El fuego aún no ha llegado a mi finca. Por ahora están bien».
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