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Cuando ella salía de fiesta con sus amigos, su madre recibía algún mensaje de un número de teléfono extranjero desde el que le decían que animara a su hija a que retirara la denuncia contra el padre Roberto o, de lo contrario, «que se atuviera ... a las consecuencias». Ahí fue cuando la joven empezó a ir al psicólogo para «soportar» la presión, que era cada vez «más fuerte».
A partir de ese momento comenzó a tomar precauciones cuando iba a la calle. Siempre voy acompañada. Vivo así. Siento que me persigue todo el tiempo», confiesa la chica, que ha decidido romper su silencio tras ver que él, por medio de su abogado, ha negado todas las acusaciones.
La joven ya ha presentado seis denuncias contra el sacerdote, al que acusa de acosarla y de quebrantar la orden de alejamiento existente contra él. No obstante, hay denuncias cruzadas, porque él también ha presentado alguna contra ella. Este periódico ha insistido en tratar de conocer la versión del párroco a través de su letrado, que declinó hacer comentarios al encontrarse el caso 'sub iúdice'.
El psicólogo se convirtió para la joven en su principal aliado. «Me ha enseñado estrategias. Dice que tengo que aprender a bajar un poco la guardia algunas veces, porque no se puede permanecer siempre en ese nivel de estrés. Me pidió que hiciera un listado de las situaciones en las que más me agobiaba poder encontrármelo para ver cómo debía reaccionar», detalla la joven.
En el primer puesto de esa lista estaba cruzarse con él en la carretera mientras ella iba conduciendo. «Cuando tenía que ir a Alicante por trabajo, me pegaba todo el camino vigilando los coches de alrededor por si alguno era el suyo. Me daba mucho miedo encontrármelo en la autovía. Y pasó».
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Le ocurrió, relata, el 4 de septiembre y supuestamente fue el último episodio de una larga relación de situaciones en las que ella se sintió acosada por el párroco, que está adscrito a los municipios de Canillas del Aceituno, Sedella y Salares. Actualmente está de «retiro» en otro lugar a la espera de ver qué decisión toma el Obispado.
Ocurrió entre los kilómetros 978 y 981 de la autovía A-7. Según denunció la mujer, se percató de que el sacerdote se puso detrás de su coche y, cuando ella lo dejó pasar, «él la miró y rio». Luego se colocó delante y, siempre según la versión de la joven, comenzó a aminorar la velocidad, maniobra que repitió varias veces. Pero ella, dice, se había preparado para saber cómo reaccionar. Por eso le hizo una foto.
Meses antes, en carnavales, se fue al pueblo de sus amigas, donde ella había vivido un año cuando llegó a España, y que no está en la Axarquía (donde él tiene su parroquia), sino en la comarca de Antequera. «Salimos de casa disfrazadas y, cuando llegamos a la plaza del pueblo, que era donde estaba la fiesta, coincidimos con esta persona», cuenta la mujer.
Según denuncia, el padre Roberto se aproximó con la intención de saludar a su amiga y ella se alejó porque no quería estar cerca. «Me preguntó de lejos qué era eso tan malo que me había hecho para que no lo quisiera ni saludar». Ella le pidió que la dejara tranquila y sus amigas la protegieron. «Al día siguiente, la madre de mi amiga fue temprano a misa y se lo encontró escondido en una de las calles. Me llamó para decirme que estaba vigilando».
Un día después, ella se desplazó a Cartagena por trabajo. «Estaba sentada en el coche a la hora del almuerzo, hablando con unos amigos por teléfono, cuando él pasó enfrente con la mirada perdida, como si estuviera buscando algo. Me entró una desesperación muy grande. ¿Qué hacía él allí? ¿Un párroco de la Axarquía en Cartagena? Me puse muy nerviosa y hablé con mis compañeros de trabajo, que trataron de tranquilizarme».
Aquel día la joven puso una denuncia en comisaría donde reveló por primera vez que había convivido con el sacerdote y que, sostiene, habían mantenido una relación sentimental de meses. «Esa misma noche me empezaron a llegar muchos mensajes de otro número de teléfono diciéndome que iba a ser mi peor pesadilla. Pretendía desestabilizarme, que me pusiera nerviosa, tuviera miedo y retirara las denuncias», expresa.
En el Juzgado de Violencia número 1 sobre la Mujer de Cartagena le concedieron, después de cuatro denuncias, una medida de protección. La jueza ordenó la detención del padre Roberto para informarle de la acusación que había sobre él y comunicarle que tenía una orden de alejamiento de 300 metros respecto a la chica.
En Semana Santa, cuenta ella, el cura volvió a visitar el pueblo donde ocurrió el incidente del carnaval, donde la denunciante se encontraba con sus amigas, que son «como familia». Al parecer, el sacerdote participó en la procesión en su condición de cura. «No es su pueblo ni su parroquia, no tenía por qué estar allí. Avisé a la policía y me dieron un teléfono para que llamara si necesitaba algo, que me apoyaban 24/7».
El Viernes Santo volvió a ocurrir, siempre según la versión de ella: «Se metió en la procesión como invitado. Me parece una falta de respeto que tengas una orden de alejamiento y vayas a ese pueblo a sabiendas de que estoy yo allí. Preferí irme para evitar que sacaran al cura esposado de la procesión. Él, en cambio, no me ha evitado ningún mal rato»
Aun así, reconoce que, al principio, la ayudó muchísimo cuando ella llegó a España procedente de Ecuador. «Me consiguió una familia, que ahora es mi principal apoyo, pero fue sembrando en mi mente ideas como que no saliera sola, que era mejor que él me acompañara… Tuve mucho apoyo de él, pero el agradecimiento tiene un límite».
Admite que se equivocó en algo: «Tomé la mala decisión de irme a su casa a vivir. Él le decía a la gente que éramos primos, pero dormíamos en la misma habitación. Todo el pueblo lo sabía. Si alguien me preguntaba, yo decía que sí, que éramos primos, que no éramos nada más». Todo eso cambió en febrero, cuando contó a la policía que habían sido pareja durante tres meses y lo denunció por violencia de género.
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