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Ulrich estaba castigado. Llevaba una semana sin salir de casa porque fue a dar una vuelta en bici y perdió el DNI. En estado de alarma por la pandemia del Covid, y con las restricciones de movilidad aún vigentes, no parecía el mejor momento para quedarse sin documentación. Y su madre se enfadó con él por despistado.
En el joven Ulrich no asomaba la rebeldía típica de la edad ni el clásico «ya soy mayor de edad y hago lo que quiero». Era, según su madre, un chico noble y obediente. A la semana de reclusión, ella le recordó que no había puesto la lavadora ni un solo día. «Ok, mamá, lo hago ahora», respondió él. «Vale, pero vas a tener que bajar al súper. Nos hemos quedado sin detergente», replicó.
Eran las dos de la tarde del 18 de noviembre de 2020. Ulrich se cambió para bajar al Aldi que está al otro lado del puente, a pocos metros del piso donde viven, en la zona de Diana Park de Estepona. «Cuando vuelva comemos, ¿verdad?», preguntó el joven antes de marcharse. Ella asintió y, entonces, él añadió: Mamá, ¿me vas a dejar salir ya? ¿O sigo castigado?».
Tatiana (41 años) repasa ahora cada frase de la conversación y se rompe con la última. «Yo le dije: 'Cuando vuelvas hablamos del castigo'. Hasta el día de hoy. Todavía sigo esperándolo». Esa mañana, el joven Ulrich, 19 años cumplidos en agosto, murió apuñalado sobre la acera de la entrada a la urbanización Las Acacias, donde reside la familia. Lo mató, presuntamente, un británico de 21 años al que llamó la atención porque pasó muy rápido con el coche cuando él cruzaba el paso de peatones con la bolsa del súper y el detergente.
«Yo noté que tardaba y empecé a llamarlo por teléfono», relata Tatiana. «Pensé que se habría encontrado a algún amigo y se habría puesto a charlar'». Entonces, una vecina llamó al timbre y le dijo: 'Tati, baja corriendo que a tu niño le ha pasado algo, déjame al bebé'. Se refería al hermano pequeño de Ulrich, que entonces tenía dos años. Acaba de cumplir cinco y por primera vez han celebrado su cumpleaños porque se lo aconsejó la psicóloga.
Tatiana bajó descalza, con lo puesto, y encontró la calle tomada por la policía. Pensó que a su hijo lo había atropellado un coche. A partir de ahí todo son flashes. «Yo preguntaba, pero nadie me decía nada. Pedía a gritos una ambulancia. Entonces vi que no tenía las gafas puestas y supe que algo muy malo pasaba. Vino la ambulancia, le cortaron la ropa y ya vi la herida en el costado. Te vuelves loca. ¿Quién le ha hecho eso a mi hijo, que era un niño buenísimo, que decía hola a todo el mundo? ¿Quién sale a la calle en España con una navaja? Un asesino que se cruzó en su camino». El levantamiento se demoró hasta las 18 horas. «Cinco horas esperando allí, con mi hijo en la acera. Eso lo llevamos tatuado a fuego. Yo no hacía más que decirles: 'Por favor,¿os queréis dar prisa? No puedo verlo más ahí…».
La Fiscalía sostiene que los dos jóvenes intercambiaron unas palabras y que Ulrich salió corriendo tras el coche para reprender al conductor por la maniobra, sin alcanzarlo. «Unos segundos después -continúa el Ministerio Público- el imputado llegó a situar el vehículo tras el paso de peatones, se bajó del mismo y, tras un forcejeo con Ulrich, con intención de acabar con su vida, le propinó una patada en el pecho y una puñalada en el torso».
La acusación particular, que ejerce la familia, eleva la calificación a asesinato y detalla las claves que, a su juicio, configurarían el tipo penal. En su escrito, exponen que el investigado estuvo a punto de atropellar a Ulrich, que éste se lo recriminó y que el conductor respondió con la bocina. Y cada uno siguió su camino. Urich se quedó en el portal hablando con un vecino que había presenciado los hechos por si conocía al conductor y éste le dijo que no.
Tras ese primer incidente, «el acusado decidió volver a por él y acabar con su vida. Lo buscó por la zona y, una vez lo visualizó, aceleró», describe la acusación particular. «Detuvo el coche bruscamente -continúa- a la altura de Ulrich, no sin antes coger un arma blanca, y bajó rápidamente del coche empuñándola, con la clara intención de matarle sin encontrar resistencia».
El escrito acusatorio impulsado por la familia sostiene que lo agredió «sin mediar palabra, a traición»: «Primero le propinó una patada profesional, abusando de su condición física y de sus conocimientos de boxeo, técnica de combate de la que es entrenador personal para evitar cualquier defensa por parte de la víctima».
Tras varios puñetazos, continúa la acusación particular, «con fuerza suficiente para levantarle como a un muñeco, prevaliéndose de haberle dejado ya malherido y sin posibilidad de contrarrestar el ataque sorpresivo, abrió finalmente el arma blanca que llevaba preparada, y de un golpe certero y preciso de quien conoce cómo causar la muerte, le apuñaló directamente en el corazón».
Ulrich no tuvo ninguna posibilidad de defensa, «ni de hecho se defendió», incide la representación legal de la familia, que destaca que el investigado supuestamente usó sus puños para «noquear a un chaval que no llegaba a los 63 kilos de peso».
El británico huyó del lugar tras el apuñalamiento y se marchó de España siguiendo «un concienzudo plan premeditado de ocultación y huida», siempre según la acusación particular, que agrega: «Se deshizo de la navaja, llevó a su novia a casa de sus padres, volvió a su casa, limpió el coche, sustrajo del garaje de su urbanización unas matrículas, las cambió falseando la identificación para evitar que su vehículo fuera reconocido, encargó a una empresa de transportes el traslado del vehículo a Inglaterra, y escapó a Inglaterra en avión vía Portugal, donde permaneció huido de la Justicia hasta que fue detenido».
La Fiscalía solicita para él una condena a 16 años de cárcel por el homicidio y por hurtar las placas de matrícula para falsear las del Mercedes. La acusación particular, en cambio, eleva la petición de pena a 23 años y medio de cárcel al considerar que fue un asesinato o, subdisiariamente, un homicidio agravado. No consta que, por el momento, la representación legal del investigado haya presentado escrito de defensa.
Han pasado dos años y medio, y el acusado aguarda su juicio en libertad. Permaneció entre rejas desde diciembre de 2020 hasta la víspera de la Navidad de 2022. El juzgado permitió su salida de la cárcel al agotarse los dos años de prisión provisional y desoyó las peticiones de prórroga de la acusación particular -sostiene la familia-, pese a que la ley contempla esta posibilidad hasta un máximo de cuatro años. «Es de risa, por no llorar. Lo dejaron libre para Nochebuena. En mi casa ya no se celebra la Navidad», se lamenta la madre.
Tatiana asegura que, desde entonces, en su casa se ha instalado una paranoia colectiva ante la idea de cruzarse con el joven que mató a su hijo, que al parecer vive a cinco minutos en coche de su casa. «Te obsesionas y vas viéndolo por todas partes», se queja la madre de Ulrich. «Vivimos escondidos con tal de evitar cruzárnoslo. Si lo veo, ¿qué hago? ¿y mi marido? Ni siquiera tenemos una orden de alejamiento».
Han pasado dos años y medio y la habitación de Ulrich sigue intacta. Exactamente igual que la dejó. «La semana que estuvo castigado aprovechó para ordenarla y tirar cosas», refresca la madre, que es de origen nicaragüense. Llegó a España hace 23 años, cuando Abril -la hermana mayor del joven fallecido- tenía sólo ocho meses. Poco después nació él y su padre decidió ponerle Ulrich por el batería de Metallica, su grupo de música preferido.
Los padres se separaron un par de años después y Tatiana, que se gana la vida como empleada del hogar, rehizo su vida con un cocinero español que la ha ayudado a criar a sus hijos y con el que ha vuelto a ser madre del pequeño Dylan, «que ya no podrá conocer a su hermano». Son una familia muy integrada y apreciada en Estepona.
En el salón de su casa Tatiana ha instalado una vitrina con su urna rodeada por todos los recuerdos que sus amigos conservaban y que han querido entregarle a la familia. Junto a la vitrina, hay una imagen del Buda que Ulrich se tatuó meses antes en el brazo izquierdo. «Ese cuadro estaba en casa de un amigo y a él le gustaba mucho. Cuando mi hijo murió, su amigo me trajo el cuadro para que lo tuviera yo». Pero el vacío es imposible de llenar y se percibe en cada palabra. «Él está siempre conmigo», añade Tatiana.
Todo eso sucede porque Ulrich era un joven tremendamente querido en Estepona. Cuando lo mataron, el piso de Tatiana se llenó de chavales de su misma edad. «Se sentaban en el sofá y se quedaban allí toda la tarde mirando el móvil o jugando a la play, acompañándonos. No querían estar en otro lado».
El 11 de agosto de 2021, cuando Ulrich debía haber cumplido 20 años, se presentaron en su casa unos 50 amigos de su hijo. En el primer aniversario de su muerte, más de un centenar de personas acudieron a su domicilio para darles un abrazo y llevarle flores. La casa parecía, dicen, una floristería.
Estepona se volcó en una recolecta para ayudarles a pagar el funeral -del que finalmente se hizo cargo el suegro de Tatiana- y afrontar todos los gastos del proceso judicial en el que están inmersos. «Mi hijo tiene hoy una abogada privada gracias a sus amigos y a nuestros vecinos. Gracias a la gente que lo quería. Estamos muy agradecidos».
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Ignacio Lillo | Málaga
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