«Han matado a un inocente y han destrozado a nuestra familia, se sienten intocables»

Se instalaron en Palma-Palmilla, donde el matrimonio crio con sacrificio a sus cinco hijos. Todos crecieron en el pequeño piso del número 5 de la calle Ebro, el 10ºC. Mateo encontró trabajo como transportista, empleo en el que se jubiló. Era una familia respetada que nunca se metió en líos. Por eso la policía dice, en una expresión rara de encontrar en un atestado policial, que Mateo era «un inocente» que encontró «la muerte más injusta de todas, fruto de la necedad, las discrepancias y la facilidad con que estos grupos pueden acceder a las armas».

Un proyectil del calibre 7,62, que es munición de guerra, entró en el salón de su casa y lo mató la noche del pasado 5 de febrero. La bala procedía de un Kalashnikov que alguien –hay cuatro procesados en el caso– disparó en mitad de la calle en un conflicto entre clanes al que él era completamente ajeno.

Porque Mateo, a pesar del entorno, tenía completamente claro cuál era su lado de la ley. Tanto, que dos de sus cinco hijos opositaron para ingresar en los Cuerpos de Seguridad. Uno de ellos es policía local en Alhaurín el Grande. El otro es guardia civil. «Ellos nos guiaron siempre, sabíamos qué camino debíamos tomar», recuerda uno de sus hijos, que ha actuado de portavoz para la entrevista.

La familia ha decidido romper por primera vez su silencio para denunciar la impunidad que muestran estos clanes. «Se sienten intocables, y pasa lo que pasa. Se han llevado por delante a un inocente y han destrozado a una familia entera». A juicio de los hijos de Mateo, «hay que actuar de un modo más contundente en el barrio, tienen que sentir la presión policial. No es normal que cada cierto tiempo pase algo así. Y ya no son armas de fuego normales, sino armas de guerra».

La familia solo pide justicia y que los responsables paguen por lo que han hecho. Ayer, recibieron un tremendo varapalo al conocer la noticia de que la jueza había dejado en libertad provisional a los dos principales sospechosos del tiroteo, que llevaban en la cárcel desde el pasado mes de febrero.

Sus hijos no recuerdan una niñez difícil en el barrio, aunque sabían perfectamente lo que había alrededor. Con los años, ellos formaron sus respectivas familias y se fueron marchando, pero Mateo y su mujer se quedaron. No se querían ir. «Cuando los visitábamos, nos dábamos cuenta del deterioro que iba sufriendo la zona. Les dijimos montones de veces que tenían que salir de allí. Incluso les planteamos la posibilidad de intentar sacarlos de allí entre todos (los hijos) y buscar un barrio más tranquilo, pero lo que se dice empezar a buscar, no llegamos a hacerlo. Mis padres no querían. Estaban a gusto. Tenían su piso bien arregladito y no tenían problemas con nadie».

Desde aquella noche, los hijos de Mateo solo han regresado para sacar las cosas de su padre. «Hemos tenido que dejar atrás una vida y nuestra casa llena de recuerdos», expresa otra de sus hijas, que destaca las ganas que tenía de seguir viviendo y de disfrutar de su mujer, sus hijos y nietos. «Era un hombre noble, bueno, servicial y trabajador. Qué injusta fue la vida contigo; esa noche te quitaron la vida de una manera tan cruel e increíble de asimilar...», añade ella.

La esposa tampoco ha vuelto a pisar el piso. «Teníamos claro que ella no volvía a entrar allí. Tiene que empezar de cero, por difícil que sea, en otro lugar. Aun así, los amigos de la familia quieren que se ponga el nombre de Mateo Vallecillos a una plaza o a una calle del barrio para que nadie olvide lo que pasó allí, «y que el día de mañana no haya otro caso Mateo...».