La teoría del caos viene a decir que, en un sistema inestable, un pequeño cambio aparentemente inocuo puede desatar consecuencias totalmente impredecibles. La completa el efecto mariposa: un simple aleteo puede desencadenar un tsunami al otro lado del mundo.
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La madrugada del domingo 15 de ... mayo, la discoteca Akari, en la avenida Isaac Peral, se convirtió en un sistema completamente inestable. Pequeños (y absurdos) encontronazos dentro del establecimiento, espoleados por el alcohol, fueron degenerando en una espiral de violencia que alcanzó el estatus del caos a las 6.20 horas en la puerta del local.
El tsunami, que adquirió la forma de un Volkswagen Golf GTI 7, mató a José Carlos, un chaval de 25 años que había salido de fiesta con sus amigos para celebrar el cumpleaños de uno de ellos. También arrolló a su novia y a dos colegas que trataban de socorrerlo de un botellazo que había recibido y que lo había dejado inconsciente.
No queda claro, a la luz del sumario del caso, que José Carlos tuviese que ver con alguna de las broncas que se formaron en la puerta de la Akari. Lo único realmente acreditado es que se paró a orinar al lado de ese sistema inestable que estaba a punto de estallar.
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A tenor del atestado policial, si la mala suerte tuviera nombre, se llamaría José Carlos. Si tuviera forma, sería la de una botella de Belvedere, una marca de vodka que ninguna culpa tiene en esta historia, más allá de las manos que la empuñaron aquella fatídica madrugada.
Esa noche, en la discoteca donde José Carlos y sus colegas celebraban el cumpleaños, Yassin -un chico marroquí de 19 años- y sus amigos contrataron un reservado por el que pagaron 500 euros. Allí coincidió con su hermano Ali y con otros dos chavales que iban con él.
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Sobre las cinco de la mañana, después del concierto que hubo esa noche en la Akari, se produjo el primer aleteo. Un joven de 19 o 20 años, también marroquí, vestido con una camiseta de Emporio Armani con el anagrama EA7 y al que «no conocía de nada» habría molestado a su cuñada, según contaría más tarde el propio Yassin a la policía. Él le llamó la atención y el asunto no pasó a mayores.
El segundo aleteo, el que desató el tsunami, sucedió poco después. Yassin estaba en la cola del baño cuando unas chicas que pasaron a su lado lo empujaron sin querer. Él, a su vez, empujó al chico que se encontraba delante, el típico efecto dominó. Casualmente, era el mismo joven de la camiseta de Emporio Armani.
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Según el testimonio de Yassin, el chico reaccionó pidiéndole explicaciones al empujón y él le dijo que había sido de forma involuntaria. Empezaron a discutir y tuvo que intervenir el personal de seguridad, que sacó fuera del establecimiento a ambos para calmarlos.
En la calle estuvieron alrededor de 15 minutos charlando con los porteros. Cuando miró el reloj, eran ya casi las seis de la mañana, por lo que no les merecía la pena entrar en el local porque cerraba a esa hora.
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Yassin, siempre según su versión de los hechos, se fue a la parte trasera del local y esperó a que su hermano y sus amigos salieran de la Akari. Con ellos iban algunas chicas a las que habían conocido en el local.
El joven reconoce que llevaba en la mano una botella de vodka Belvedere de tres litros de color negra, mientras que su hermano tenía también otra botella de la misma marca, de color blanco, y de 1,75 litros.
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A las seis de la mañana, Adrián H. salió de la discoteca. Entró varias veces en busca de su amigo José Carlos, que se había quedado a tomarse otra copa. Mientras salían, él le contó que había tenido una discusión. Aparentemente, nada grave. Según declaró Juan Miguel, uno de los amigos que estaba con José Carlos, sólo fue un pequeño percance: tropezó con alguien que se enfadó y lo llamó tonto.
En la puerta, según describe Adrián, vieron a dos grupos de españoles y marroquíes, separados unos metros, botella en mano. José Carlos se paró junto a unos contenedores y empezó a quitarse la correa. El gesto pudo ser interpretado como un amago de violencia dentro de ese sistema inestable. José Carlos iba a orinar. Otro aleteo. El caos estaba a punto de desatarse.
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Varios amigos coinciden en esa escena al testificar en comisaría. Al ver la actitud del grupo que estaba junto a ellos, Adrián gritó: «¡José Carlos, vámonos!». Al escucharlo, un joven marroquí, en «tono agresivo», le respondió: «¿Qué Carlos?».
Adrián trató de explicarle que no hablaba con él, sino con su amigo José Carlos, que seguía orinando. Adrián insistió y volvió a llamar a su amigo, a lo que el mismo chico contestó «¿qué Carlos?» al tiempo que se acercaba a él con una botella de Belvedere de 1,75 litros en la mano.
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Según declaró el testigo, el chico marroquí intentó golpearle, pero él lo esquivó y pudo apartarlo. Adrián bordeó la caseta de la luz para volver a la discoteca en busca de los porteros.
En ese momento, el segundo grupo de marroquíes se encaró con él junto al contenedor donde orinaba José Carlos y uno de ellos golpeó al testigo en un ojo con el culo de una botella de Belvedere. Adrián continuó en dirección hacia la puerta de la discoteca para pedir ayuda. Cuando se giró, su amigo José Carlos ya estaba en el suelo. Le habían golpeado con una botella en la cabeza.
Varios amigos de la víctima vieron cómo el grupo de marroquíes y españoles propinaba patadas en el suelo a José Carlos, que quedó inconsciente. Miriam, su novia, avisó a Adrián R. y a Juan Miguel, que acudieron a socorrer al joven. «Dejad de pegarle, que lo vais a matar», gritó Adrián R., que empezó a levantarle las piernas a la víctima para tratar de que recuperara la consciencia.
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Aquella noche también estuvieron en la Akari tres amigos. Mehdi, Dannis y Juan contrataron un reservado de la discoteca por 300 euros. La noche había transcurrido con normalidad. Pero a las cinco de la madrugada una chica avisó al personal de seguridad de que Medhi le había derramado una copa.
Los tres jóvenes salieron del establecimiento tras el incidente. Mehdi optó por no volver a entrar, mientras que Dannis y Juan decidieron volver al interior de la Akari. Mehdi fue a comprar tabaco y un mechero, luego recogió a su novia y se fue a dormir a Puerto Banús.
Dannis salió de la discoteca pasadas las seis de la mañana y se encontró con el caos. Vio que había un chico tumbado sobre el asfalto. Le dijeron que había fallecido. Dannis declaró que permaneció un rato en el lugar, muy afectado, «llorando», y que incluso estuvo charlando con la policía. Después se fue a dormir a casa de su primo en el barrio de La Luz.
Mehdi y Dannis no aparecerían en este reportaje de no ser porque, horas después del suceso, sus fotos fueron publicadas en redes sociales con la leyenda «asesinos». La imagen de Mehdi es, para colmo, un pantallazo de su perfil de Facebook donde aparece con sus dos hijos, de corta edad.
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La única relación de ambos jóvenes con el suceso, a juzgar por el estado de la investigación, es que son marroquíes y que tuvieron un pequeño incidente por el que abandonaron momentáneamente la discoteca. El resto es producto del efecto mariposa, que también los arrasó a ellos.
De hecho, la policía concluye que ni estuvieron implicados en el atropello -Mehdi conduce un Volkswagen Golf, pero de color negro- ni en la pelea previa entre dos grupos. Sus declaraciones, concluyen los inspectores de Homicidios, «no son de interés para la investigación». Sí lo son para este reportaje y para, como ellos mismos han reclamado, limpiar su imagen, que las redes sociales se encargaron de manchar.
El 15 de mayo, Rubén cumplía 26 años. Lo celebró con su grupo de amigos en un reservado de la discoteca Akari. Escucharon un concierto y bebieron -entre siete- dos botellas de whisky, dos de ron y media de vodka Belvedere que les regaló otro joven al que conocieron esa noche.
Al cierre del establecimiento, Rubén se puso al volante de un Volkswagen Golf GTI 7 de color blanco, que está a nombre de su padre, para volver a la localidad de Alhaurín el Grande, donde reside. Lo acompañaban Ismael, que iba de copiloto; Francisco y Salvador, que ocupaban los asientos traseros. Los dos primeros fueron detenidos por el atropello. Los otros dos, que iban detrás, ya han sido localizados e interrogados en comisaría.
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Según sus declaraciones como testigos, Rubén fue el que menos alcohol bebió -él aseguró a la jueza que no iba borracho ni drogado- y que aguantó la noche tomando algunas latas de Monster, una bebida energética.
Cuando estaban en el coche, Rubén e Ismael hablaron de «dar una vuelta a ver a las niñas con la musiquita», según uno de los testigos, que también recordó cómo Ismael sacaba por la ventanilla una botella de Belvedere para «vacilar y hacer la gracia» delante de la gente que había en la puerta de la discoteca. Otro aleteo dentro del sistema inestable.
En esas, alguien golpeó a José Carlos en la cabeza. Todos los testigos apuntan a que el autor estaría entre esos dos grupos de marroquíes y españoles que peleaban en la puerta de la discoteca. Salvo Yassin. Él es el único que, en su declaración policial, señala al copiloto del Golf blanco como la persona que golpeó a José Carlos con una botella de Belvedere.
El coche pasó despacio junto al grupo. Yassin manifestó ante la policía que, por temor a que el copiloto le golpeara con la botella, él le lanzó la suya y que sólo se rompió la que llevaba Ismael. Yassin sufrió unos pequeños arañazos. Ismael, una brecha considerable en la frente.
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Uno de los ocupantes del Golf contó a la policía que Ismael empezó a chillar, quejándose de la herida. «Tenía mucha sangre en el rostro», relató el otro testigo.
Rubén continuó la marcha, pero antes de llegar a la rotonda, dio la vuelta «bruscamente con el coche» y se dirigió hacia el tumulto de personas, aparentemente, en represalia a la herida sufrida por su amigo como consecuencia del botellazo.
Varios empleados de la discoteca contemplaron la escena. Uno de ellos manifestó que vio cómo el Volkswagen Golf aceleró, empezó a hacer «zig-zag» y a continuación la gente empezó a «volar por los aires». Otro de los porteros observó claramente cómo el coche cambiaba de carril para dirigirse a los jóvenes de la pelea, «buscando claramente impactar con ellos».
Yassin manifestó a los agentes que el coche se acercó a una velocidad «muy alta» y que tanto él como su hermano lograron apartarse a tiempo. Según dijo, no los arrolló por «escasos centímetros».
José Carlos, ajeno al caos, no tuvo tanta suerte. Ni siquiera tuvo opción. No pudo esquivarlo porque continuaba inconsciente en el suelo debido al botellazo y a las patadas que le propinaron. El Volkswagen Golf lo arrolló y lo arrastró varios metros. Su novia y sus amigos Adrián R. y Juan Miguel son esas personas a las que el portero vio volar por los aires.
Rubén, el día de su cumpleaños, siguió conduciendo hacia Alhaurín el Grande. Los testigos describen el silencio sepulcral que se hizo en el coche, en el que sólo se oía el chasquido de alguna pieza del motor que debió de quedar suelta por el violento impacto.
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Fue Rubén quien rompió el silencio. Por el camino, de vuelta al pueblo, el joven se echó las manos a la cabeza y, según uno de los ocupantes del vehículo, explotó: «Qué he hecho, qué he hecho, la que he liado». Ahí fue consciente de que acababa de sumirse en el caos en la puerta de la Akari. Y también del tsunami que él desató.
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