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María, junto a su madre, Ana, que también declaró ayer en la vista oral. Ñito Salas
Asesta 27 puñaladas a su exnovia y alega en el juicio defensa propia

Asesta 27 puñaladas a su exnovia y alega en el juicio defensa propia

El joven que dejó a María al borde de la muerte declara en el juicio que le parece «excesivo» de lo que se le está acusando

Juan Cano

Málaga

Miércoles, 19 de febrero 2025, 23:41

La vida de María siempre había sido de colores. De las tartas que preparaba con su madre, de las uñas que se pintaba o de la ropa que vestía. Cuando solo era una chiquilla, con 16 recién cumplidos, comenzó a salir con un chico y lo que debía haber sido luminoso se volvió oscuro. María dejó de salir, de vestir y de maquillarse. Los pantalones largos ocuparon el lugar de las minifaldas en el armario de una adolescente que empezaba a ser una mujer, pero no como había soñado.

La vida de colores de María se fundió a negro la medianoche del 5 de mayo de 2021, cuando se vio a sí misma cosida a puñaladas en el suelo de un piso en Benalmádena. Con las pocas fuerzas que le quedaban consiguió abrir un ojo y sólo así supo que aún estaba viva. Después vendrían tres paradas cardiorrespiratorias, los fragmentos de cuchillo incrustados en el cráneo, hundido por los golpes, el pelo rapado para coser los cortes, una cicatriz enorme en el abdomen y el riñón perdido, como musitaba una y otra vez su abuela ayer durante el juicio contra su exnovio, acusado de intentar asesinarla.

Su historia, a la que este periódico ha dedicado una amplia cobertura desde entonces, y que ha sido llevada incluso al podcast en los diarios de Vocento para ser contada por sus protagonistas, se resumió este miércoles 19 de febrero en menos de dos horas en una sala de vistas de Ciudad de la Justicia de Málaga. El calvario de una chiquilla de 18 años, la versión del acusado, las declaraciones de los policías y de los amigos en apenas 120 minutos. Hoy jueves se celebrará otra sesión aún más rápida para que las partes emitan sus informes definitivos.

La fortaleza de María quedó fuera de toda duda desde la propia cama de la UCI. Cuando salió del hospital y empezó a reconstruirse, quiso contar su caso por si con eso evitaba que a otra chica le sucediera algo parecido. Construyó un muro alrededor de sí misma y de su familia, e incluso puso tierra de por medio. Pero ayer, a medida que se acercaba la hora, se fue desmoronando, y contarlo también es visibilizar la violencia de género. María tuvo que ser asistida dos veces -al principio y al final del juicio- por las psicólogas del Servicio de Atención a las Víctimas en Andalucía (SAVA) debido a un ataque de pánico que le impedía tenerse en pie.

A María le aterraba, entre otras cosas, cruzarse con «él» [nunca le dio nombre en sus entrevistas, y así seguirá siendo; este periódico intentó fotografiarlo durante su declaración en el juicio, aunque fuese de espaldas, pero el tribunal no lo permitió]. Los magistrados autorizaron que la joven declarara desde una habitación contigua sin tener contacto visual con el acusado, como había pedido la abogada de ella, pero el pasillo que conduce a la víctima y al detenido hasta la sala de vistas es el mismo. Imaginen cruzarse con él en el ancho de un metro justo antes de testificar. Afortunadamente no ocurrió. Pero podría.

El juicio comenzó como lo hacen todos en los que la carga probatoria es fuerte: con un intento de acuerdo. Economía procesal, lo llaman. Confesión, pena de conformidad y todos a casa. Las partes tantearon un pacto de 13 años de prisión frente a los 22 que pedía la Fiscalía y los 29 que reclama la acusación particular, ejercida por la abogada Pilar Morales en representación de la víctima. El letrado de la defensa, Eduardo Zuleta, considera que, con los atenuantes que plantea, la horquilla estaría entre 6 y 9 años. María y su familia rechazaron cualquier tipo de acuerdo. Quería, al menos, sus 120 minutos.

«Él» testificó primero. Es un joven alto, de metro noventa, con trazas de boxeador. Un tipo «fornido», como se refirió a él un miembro del tribunal para subrayar la diferencia de complexión con la víctima. Polo negro de Hugo Boss y vaqueros. Pelo corto, rizado. Tiene 27 años, los cuatro últimos preso, y es de origen marroquí. Para resumir su declaración, negó todo lo que pudo negar: que la controlara las redes sociales, los malos tratos que ella dijo haber sufrido durante la relación, que le escribiera por WhatsApp expresiones como «hija de puta, zorra o guarra». Incluso aseguró que el número de teléfono desde el que se enviaron los mensajes, guardado en la agenda de María como 'mon amour (mi amor, en francés), no era suyo.

Reconoció que tenían discusiones por temas económicos y por celos, y manifestó que dejaron la relación porque los dos se insultaban, aunque «no era nada personal», apostilló. «No sé explicarlo, tenía celos y ya está». La ruptura fue en febrero de 2021 y el contexto de los meses posteriores era que María le reclamaba el dinero de la tele, el ordenador y la ropa que, según ella, él le rompió al marcharse de la casa de su madre, donde ambos convivieron durante un tiempo.

Nueva versión de los hechos

Al llegar al día de autos, el acusado se descolgó con una nueva versión de los hechos, inédita hasta ayer. Dijo que le dio la bienvenida y que empezaron a discutir, de nuevo, por motivos económicos y por celos. Que los dos estaban nerviosos, pero que no le propinó una paliza. «Solamente le di una bofetada», empezó a decir ante las preguntas de la acusación, que trataba de rebatir esa versión con pruebas. «Déjeme explicarme, señora fiscal. Fue la primera vez que perdí el control. Reconozco que la primera vez que he tocado a una mujer fue ese día».

Frente al tribunal, «él» declaró que María se puso nerviosa tras la bofetada, que ella cogió un cuchillo de la cocina y que se fue hacia él con el arma blanca. «La agarré. Sujeté el cuchillo y corté los tendones en el forcejeo. Nos pegamos los dos y defendí mi vida. Sólo intenté defender mi vida». Cuando la fiscal le preguntó por las 27 puñaladas, manifestó que «todo pasó muy rápido» y achacó su estado al consumo de trankimazin.

«Cuando veo que la cosa se ha desmadrado -continuó-, entro en estado de shock, hablo con ella, le pido disculpas y llamo dos veces al 112». La defensa arguyó la petición de auxilio para conseguir una rebaja de la pena y que se le apliquen atenuantes de confesión, obcecación o estado pasional, dilaciones indebidas y enajenación mental. «Yo a esa persona siempre la he querido. Llamé al 112 porque quería salvar su vida y que ella estuviera bien. Pido disculpas por lo que pasó», respondió a su abogado.

El presidente del tribunal, que trató de evitar preguntas reiterativas y economizar la duración de la vista oral, inquirió al acusado para que aclarara por qué no había mencionado esta versión de la defensa propia hasta ahora, ni a los policías que fueron a su casa ni durante la instrucción. «Y algo tan importante como esto... ¿cómo no se le ocurre decirlo cuando lo detienen? ¿Ha tenido que esperar al juicio?», preguntó el juez, que sí se detuvo en este punto. «He venido a decir la verdad, me parece excesivo de lo que se me está acusando», respondió él.

Por no admitir, negó hasta el número de puñaladas. Admitió haberle asestado 3 o 4. «¿Se equivoca entonces el forense?», cuestionó el magistrado, que incidió con mordacidad sobre por qué la apuñaló en el cuello en vez de en un muslo o en un pie, si lo que buscaba era defenderse. Por qué la acuchilló 27 veces, en vez tirar el cuchillo tras la primera. Por qué si tomaba trankimazin para relajarse, se puso así de nervioso y perdió el control.

María no tuvo que escucharlo, pero él sí a ella. La joven describió el calvario que sufrió en los dos años de relación. «Desde el principio, controlaba con quién salía, qué me ponía de ropa, con quién hablaba por el móvil. Era muy controlador. Si pasaban tres horas, me bombardeaba el móvil. Llegué a tener 60 llamadas en un día», dijo. A partir del tercer mes, empezaron los insultos, según contó, y más tarde las agresiones. «Me castigaba por estar con mis amigos y por salir».

A Ana, la madre, nunca le gustó ese noviazgo, pero su hija no la escuchó a tiempo. «Yo se lo dije. Estaba viendo actitudes que no me gustaban. Le decía constantemente: 'María, no sé qué está pasando, si llegase a ocurrir algo, por favor, avísame, dímelo'. Sabía que no era una relación sana», recordó la progenitora ante el tribunal.

Múltiples agresiones

María declaró que su novio le estuvo pegando durante «mucho tiempo», pero lo hacía en partes del cuerpo que nadie veía, salvo sus amigos, acostumbrados a los moratones que ella negaba. «Pero el día que me dio un puñetazo en el ojo pensé que se iba a desenmascarar todo». No fue así, aunque la relación estaba a punto de saltar por los aires. Fue tras otra agresión, «un codazo en las costillas», cuando le pidió a su madre que lo echara de casa. «O te vas o llamo a la policía», resolvió Ana.

Respecto al día de autos, la víctima relató que acudió al piso de Benalmádena en el último tren -ella vivía entonces en Fuengirola- porque él le tenía que dar 150 euros de la tele que le rompió. «Yo ya tenía una apalabrada en Wallapop, por eso fui». Cuando abrió la puerta, según María, le dijo: «Toma tu dinero. Y ahora te vas a enterar». Tras ello, le propinó un puñetazo. «Me recuerdo en el suelo con un ojo abierto, apuñalada, como si estuviera a menos 10 grados. Lo escuchaba por teléfono decir 'he matado a mi expareja'».

María contó el infierno con voz temblorosa, pero no se rompió ahí, ni cuando recordó al tribunal que eran 27 las puñaladas que recorren su cuerpo, o que había perdido un riñón. Sólo lo hizo al recordar las amenazas de muerte. «Él me dio a entender que yo me merecía todo lo que me estaba haciendo», apostilló.

En el juicio, desfilaron todos los policías que intervinieron en el suceso. Sus versiones coincidieron en que encontraron al acusado fuera de la urbanización, sentado en el suelo, y que tanto la puerta del recinto como la del bloque estaban cerradas, lo que desmontó parcialmente la versión del investigado de que bajó a la calle para facilitar el acceso a los sanitarios y que salvaran a María. La única puerta que encontraron abierta fue la del piso donde la joven sangraba a borbotones.

El testimonio más contundente fue el del último agente, uno de los dos policías nacionales que se encargaron de custodiar al detenido en el hospital. Según manifestó, cuando se lo entregaron, ni siquiera sabía qué delito había cometido. «En una manifestación espontánea, como si fuera una especie de catarsis, nos dijo que hizo lo que tuvo que hacer, y que él había puesto previamente el cuchillo en la encimera». En el atestado, que ratificó en el juicio, el agente describió así lo que le contó el investigado: «Le di un puñetazo en la cara, patadas en el suelo y la apuñalé. Yo la quería matar, mi intención era matarla. Mi vida arruinada por una puta».

La última de las declaraciones correspondió al dueño del piso donde ocurrieron los hechos. Negó ser amigo del acusado, que sólo tenía «un amigo en común», aunque lo acogió durante unas semanas, quizá un mes. Confirmó que el investigado compró dos cuchillos porque, según decía, los que había en la casa no cortaban. Y cuando le preguntaron si había escuchado al procesado llamar «puta y zorra» a María, soltó: «Eso lo dicen el 90% de los hombres a sus novias».

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