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El asesinato de Paula: un cuchillo robado, un finiquito y una promesa que era una trampa
Crimen de La Carihuela

El asesinato de Paula: un cuchillo robado, un finiquito y una promesa que era una trampa

La Policía Nacional cree que el crimen de la joven fue planificado y que Marco engañó a la víctima para atraerla a la vivienda y acabar con su vida

Juan Cano

Málaga

Lunes, 5 de junio 2023, 00:22

La vida de Paula estaba a punto de cambiar a mejor. Rompió con Marco G. R. en marzo y empezó a salir a principios de mayo con un compañero de trabajo. Había recuperado la ilusión. Pero todo se truncó en menos de una semana. La que va entre el robo de un cuchillo y su asesinato. En medio, un finiquito y una promesa que escondía una trampa mortal.

El atestado del crimen de Paula, que murió en su apartamento de la Carihuela tras recibir una quincena de puñaladas, describe los actos preparatorios de lo que la policía considera un asesinato planificado. El primero de ellos fue conseguir el arma homicida, un cuchillo de cocina que los investigadores encontraron en el lugar de los hechos.

El dueño del bar América, donde Marco trabajaba como cocinero, y del que también había sido empleada Paula, declaró a la policía que el 11 de mayo desapareció de su negocio un cuchillo de 20 centímetros de color negro con un filo amarillo. Un día después, el italiano sería despedido por su «carácter conflictivo», manifestó el hostelero.

El cuchillo, supuesto arma homicida, que el acusado pudo sustraer del bar donde trabajaba. SUR

El jefe de Paula contó a los agentes que Marco (45 años) se mostraba «muy celoso» con la víctima. De hecho, la joven (28 años) le contó que la había agredido en alguna ocasión y que las discusiones eran continuas. Paula le reveló también que habían roto la relación, pero que todavía seguían viviendo juntos. Su jefe le aconsejó que, aun así, lo denunciase.

La hermana mayor de Paula también sabía que Marco la «insultaba y vejaba». La joven refirió a los policías una escena que, leía hoy día, hiela la sangre. Según dijo, su sobrina de cinco años le mandó unos audios en marzo de 2022 donde decía que Marco se sentaba por las noches al pie de la cama donde dormía Paula con un cuchillo en la mano. La niña también le habría contado en esos mensajes que ambos se agredían mutuamente y que ella tenía mucho miedo. Sin embargo, no pudo aportar esos audios porque ya se habían borrado de su teléfono.

La hermana de la víctima detalló una conversación que ambas mantuvieron la víspera del crimen. En esa charla, Paula le dijo que su jefe iba a despedir a Marco del bar donde trabajaban y también le iba a rescindir el contrato del alquiler del apartamento que ambos compartían, que era propiedad del hostelero. Ella le preguntó si tenía miedo de su expareja. Paula respondió que no.

La noche antes del crimen, Marco estuvo intentando averiguar el destino de un taxi que Paula cogió en la parada de la Carihuela, lo que para los investigadores constituiría otro acto preparatorio del asesinato. O al menos del férreo seguimiento al que el investigado estaba sometiendo a su exnovia, a la que presuntamente acabaría matando al día siguiente.

Los policías localizaron al taxista, quien les contó que, cuando se encontraba estacionado en la parada de la Carihuela, se le acercó un hombre rapado –al que identificó, mediante fotos, como Marco– y le preguntó si podía recordar dónde había llevado un compañero suyo –le dio hasta el número de licencia– a una «señorita» que en su bolso llevaba la cartera de él y su documentación y la necesitaba con urgencia.

Después cambió de versión y dijo que la mujer llevaba 3.000 euros que le había dado su jefe y que él pretendía recuperar. El taxista le comentó que no tenía el teléfono de su compañero, pero aun así hizo un par de llamadas a Radio Taxi para intentar ayudarlo. Al no conseguirlo, le propuso al individuo que llamara él mismo para intentar localizarla.

Al cabo de un rato, tras realizar un servicio, este mismo taxista estacionó en otra parada que está situada en la plaza del Remo. Allí volvió a encontrarse con el mismo sujeto, que de nuevo estaba conversando con los taxistas para conseguir información del vehículo que llevó a Paula y, sobre todo, el lugar al que se desplazó.

El dueño del bar donde trabajaba denunció que el 11 de mayo desapareció de su local un cuchillo de veinte centímetros

Lo que Marco no consiguió averiguar es que la joven había ido a la casa de su nueva pareja, un compañero de trabajo con el que había iniciado una relación un par de semanas antes y que aún mantenían en secreto para evitar que el italiano se enterara.

La policía tomó declaración al novio de la joven. Él también contó a los agentes que, según le reveló Paula, sufría malos tratos habituales por parte de Marco. Y le describió un episodio violento. Al parecer, Marco entró un día en el restaurante donde trabajaban y rompió la puerta del baño creyendo que ella estaba dentro con otro y le estaba siendo infiel.

Paula llegó al domicilio de su pareja a las siete de la tarde de la víspera del crimen. A la una de la madrugada, la joven recibió una llamada de Marco en la que, según el novio de la víctima, éste le dijo que su jefe ya le había dado el finiquito y que se marchaba de casa, por lo que le pidió a Paula que volviera a la vivienda.

Aquella era, a la luz de la investigación, la promesa que escondía la trampa. De hecho, como comprobaron los agentes, su jefe aún no le había abonado el finiquito. «Estaba mintiendo con la intención de que Paula volviera al domicilio», sostiene la policía en el atestado del caso, que investiga la titular del Juzgado de Instrucción número 3 de Torremolinos.

El novio de la joven le dijo que se quedara a pasar la noche con él y que regresara al apartamento a la mañana siguiente. Eso fue lo que hizo Paula. A las 8.10 horas del 17 de mayo, se dirigió a la vivienda que compartía con Marco, quien supuestamente estaba a punto de marcharse. La última vez que habló con ella fue a las 10.00 horas. La joven le dijo que se iba a duchar y que en un rato se veían en el trabajo.

A las 11.15 horas, el vecino del segundo del número 38 de la calle San Ginés escuchó gritos de auxilio. Procedían del apartamento de Paula y Marco. Él reconoció la voz de la joven, por lo que acudió al rellano. Allí coincidió con el dueño del bar América, que también había oído los gritos, ya que la vivienda está justo sobre su local.

Ambos llamaron insistentemente a la puerta sin obtener respuesta. Sólo pudieron escuchar los «débiles quejidos» de Paula, por lo que volvieron a insistir. Entonces, Marco, que aún se encontraba dentro del apartamento, les dijo que no pasaba nada, que sólo era una discusión de pareja. Ellos le anunciaron que iban a llamar a la policía. El hostelero corrió en busca de unas llaves del piso que tenía dentro de su establecimiento, mientras que el vecino subió a tranquilizar a su esposa.

En ese lapso en el que ambos se ausentaron, Marco abandonó el apartamento. Una camarera que apenas llevaba una semana trabajando en el bar América vio salir «tranquilamente» del edificio al italiano vestido con una camiseta oscura y unos pantalones claros. Al parecer, acababa de cambiarse de ropa. Huyó a pie hacia el centro de Torremolinos.

Los primeros policías que llegaron al lugar trataron de abrir la puerta con las llaves proporcionadas por el dueño del bar, pero no consiguieron hacerlo, por lo que se asomaron con unas escaleras para poder observar el interior. Desde ahí vieron a Paula tumbada en el suelo sobre un gran charco de sangre, por lo que tiraron la puerta abajo para socorrerla.

Los agentes advirtieron que la víctima presentaba varias puñaladas en el costado izquierdo, en los brazos y en las piernas. Ya no tenía pulso. Aun así, reclamaron con urgencia una ambulancia y aseguraron el perímetro para preservar pruebas. En la inspección ocular encontraron una manguera que expulsaba agua en el bidé y unos vaqueros manchados de sangre que presumiblemente pertenecían a Marco.

Marco G.R, en el momento de ser detenido. SUR

La huida del italiano apenas duró seis horas. A las 17.15 horas, un patrulla de la Policía Local de Torremolinos escuchó por radio que varios ciudadanos estaban telefoneando al 092 para informar de la presencia de un sujeto cuyas características físicas coincidían plenamente con las del presunto autor del asesinato, cuya imagen –y su búsqueda– se había difundido ampliamente a través de las redes sociales.

Los agentes locales, junto con las unidades de Policía Nacional desplegadas por la zona, establecieron un cerco que dio resultado muy pronto. Según el atestado policial, Marco estaba forzando una puerta de madera que daba acceso al conjunto residencial Anémonas. «¡Tírese al suelo!», le ordenaron al verlo. El hombre hizo caso omiso, por lo que tuvieron que reducirlo con ayuda de sus compañeros de comisaría.

Mientras lo cacheaban, Marco soltó un par de frases sueltas que son, hoy por hoy, lo más parecido a una confesión sobre el crimen de Paula. «He metido bien la pata, se me ha ido la cabeza. He metido la pata, he metido la pata…», le escucharon decir los policías.

No sería la última manifestación espontánea que realizaría el italiano antes de ingresar en prisión. En comisaría, los investigadores del Grupo de Homicidios intentaron interrogarlo por el asesinato de Paula y consolidar el amago de confesión que había hecho al ser detenido. Pero Marco se acogió a su derecho a no declarar.

Sin embargo, cuando pasó junto a un tablón en el que se exhiben fotos de desaparecidos, Marco hizo una afirmación que conectó el presente con una historia del pasado. «Quiero colaborar porque esto me va a perseguir siempre, como lo de Marta del Castillo». Marco pronunció esa frase después de ver la imagen de Sibora Gagani, una joven ítalo-albanesa en paradero desconocido desde 2014.

Marco había sido la última pareja de Sibora, con la que llegó a Torremolinos tres años antes, en 2011. Rompieron al principio del verano de 2014 y ella se mudó a un piso en la calle Hoyo. El último contacto por WhatsApp lo mantuvo el 7 de julio y fue precisamente con el italiano. A partir de ahí, su teléfono dejó de dar señal.

«Sibora está cerca, en el Calvario, en una casa, enterrada en una pared. Vamos, que os llevo allí», continuó relatando a los policías, que le pidieron algo más de concreción. «En la vivienda de García de la Serna, en el ático donde viví con ella. Nos peleamos y me pasé con ella», manifestó literalmente. Los agentes pidieron un abogado para que lo asistiera y continuara hablando, pero el italiano se negó y dijo que declararía ante la autoría judicial.

Desde el balcón del piso de García de la Serna se ve la parroquia de Cristo Resucitado, que está a menos de 100 metros. Al lado está la Jefatura de Policía Local de Torremolinos y, junto a esta, el Ayuntamiento de la localidad. En el ático, donde ahora viven David y Josefina, la policía no ha encontrado, por ahora, los restos de Sibora, pese a que la vivienda ya ha sido inspeccionada hasta en tres ocasiones y han agujereado todos los tabiques de la misma para introducir cámaras y buscar a la joven.

Tras la desaparición de Sibora, Marco inició una relación con otra chica que vivía en la misma zona e incluso tuvo un hijo con ella. En el barrio cuentan que también le dio «muy mala vida» hasta que ella lo dejó y pudo rehacer la suya.

Dos de sus parejas llegaron a dar el paso de denunciarlo. El 17 de octubre de 2019, el italiano fue acusado de malos tratos por una mujer que presentó la denuncia en el cuartel de la Guardia Civil de un municipio de Orense. Cinco días distan entre ese caso y el otro atestado por violencia machista –a otra mujer distinta– que figura en el historial del sospechoso, instruido por la Policía Nacional en Torremolinos el 22 de octubre. Al año siguiente, Marco G. R. conoció a Paula y comenzó una relación con ella.

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