Decenas de velas reposan en los escalones del portal número 4 de la calle Alfambra. «Siempre con nosotros», han escrito con un rotulador permanente en la fachada del bloque. Ahí residía Mohamed Hammoudi, quien tan solo hacía unas semanas que había cumplido 28 años. «Nació el 3 de julio de 1996 en el Hospital Materno de Málaga y en julio me lo asesinaron», señala su padre, Najim, en declaraciones a SUR. Ocho puñaladas acabaron con su vida la madrugada del pasado 25 de julio. Y también con la de su familia, a la que el crimen ha devastado por completo.
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Mohamed seguía residiendo con sus progenitores en el mismo piso que lo vio crecer, en la barriada malagueña de La Unión. Sobre las 03.20 horas, los perros del vecindario sacaron a Najim de su sueño, como él mismo rememora. En ese instante, él todavía pensaba que la víctima estaría durmiendo en su habitación. «Me levanté de la cama porque no era normal cómo ladraban y me asomé a la ventana; en ese momento escuché a mi hijo pidiendo socorro», expone el hombre, con toda la entereza que es capaz de reunir.
Su primer instinto, cuenta, fue agarrar un cuchillo y bajar corriendo las cuatro plantas del portal para socorrer de inmediato a Mohamed. «Al salir vi que el hombre estaba ya para rematar a mi hijo, ese iba a matar directamente», asegura Najim. De acuerdo con su testimonio, el presunto autor, que llevaba el rostro oculto bajo un casco de moto, salió corriendo del lugar en cuanto escuchó el movimiento de la puerta del bloque. «Yo lo seguí pero Mohamed estaba sangrando demasiado y ya tuve que dejar que se fuera para quedarme con él», narra.
Najim encontró al joven malherido, con tres cuchilladas en la espalda, así como otras tantas en el pecho y en las extremidades. La que lo mató, afirma su padre, le había alcanzado muy cerca del corazón. Y a pesar de ello, Mohamed todavía estaba consciente. Podía hablar y permanecer de pie e, incluso, caminar. «Él mismo me dio el nombre y los apellidos de quien le había hecho eso; y todo por nada… para robarle un iPhone, un cordón que llevaba y una Mano de Fátima», sostiene el progenitor, sin poder ocultar la impotencia ante el trágico desenlace.
Ambos se dirigieron al centro de salud de Cruz de Humilladero, situado a apenas unos cinco minutos andando del lugar en el que se produjo el brutal ataque, en las inmediaciones del portal de la víctima. En ese trayecto, una patrulla de la Policía Local que pasaba por la zona detuvo su marcha al comprobar que Mohamed sangraba de manera abundante y lo trasladó al ambulatorio en el vehículo policial. «Él le dijo también el nombre del autor a los agentes, que le enseñaron la foto del asesino, y mi hijo lo reconoció», incide.
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El progenitor dejó a Mohamed en la ambulancia que lo evacuó de urgencia al Hospital Regional Universitario. En ningún momento se llegó a plantear que su hijo no fuera a sobrevivir a las lesiones de arma blanca, a pesar de la gravedad de las mismas. «Para mí no iba a morir, estaba herido pero iba bien; me dijo: papá, ve a por el coche y te vienes detrás de mí, y ahora nos volvemos los dos juntos», rememora Najim. Y así lo hizo él. Después de una hora de espera, los facultativos le informaron de que su hijo había fallecido.
Desde entonces, la familia sobrevive a duras penas al dolor por la pérdida de Mohamed, quien era el más pequeño de los tres hijos del matrimonio. Para el progenitor, su único alivio es saber que el presunto autor, que fue arrestado por la Policía Nacional solo unas horas después del suceso, ese mismo 25 de julio, ya se encuentra en prisión provisional. «Gracias a Dios, que dio fuerzas a mi hijo para que dijera su nombre entero; ahí está en la cárcel y eso al menos nos da cierto descanso», afirma.
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Ahora, insiste Najim, solo queda esperar a que se haga justicia. «Que no lo traten como una muerte, ha sido un asesinato… y que no digan que (el autor) estaba enfermo o empastillado, que pague y no vea más la calle», suplica el padre. En su duelo, también niega que el apuñalamiento mortal tuviera como trasfondo un posible ajuste de cuentas, como asegura que se ha dicho. «Que suban a mi casa y vean lo que hay… si estamos que no llegamos a final de mes para comer», defiende con cansancio, para zanjar a continuación: «Que digan lo que quieran, mi hijo no va a volver».
La víctima, que se encontraba de baja antes del suceso, trabajaba como reponedor en unos almacenes, de acuerdo con su progenitor, y le encantaba ir a la playa para practicar submarinismo. También llevaba un tiempo apuntado a clases de boxeo en un gimnasio y era habitual que pasara el rato con sus amigos -quienes lo llamaban 'gordo' de manera cariñosa- en los bancos que quedan en la acera que hay frente a su bloque. Su pasión, sostiene, era su familia, por la que se desvivía.
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Las muestras de condolencia y de afecto no han cesado desde aquella fatídica madrugada en el vecindario. Las decenas de velas que hay colocadas en el escalón del portal de Mohamed dan prueba de ello, así como los mensajes que han dejado escritos en la pared. Y pese a ello, como reconoce Najim, cuesta demasiado mirar al futuro después de un golpe así. «Yo he pedido ayuda psicológica porque no puedo dormir, cada vez que lo intento veo a mi hijo lleno de sangre; mi mujer está que tampoco puede, que llora a cada rato… Han destrozado a una familia entera y todo por nada», lamenta.
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