Secciones
Servicios
Destacamos
javier calvo
Sábado, 31 de marzo 2018, 00:24
El misterio permanece intramuros en la Real Colegiata Basílica de San Isidoro, en León. El templo, uno de los conjuntos arquitectónicos de estilo románico más destacados de España y cuna del parlamentarismo con Alfonso IX, esconde en sus entrañas un secreto milenario. Nadie ... conoce a ciencia cierta el camino a seguir entre estancias en esta basílica hasta alcanzar el lugar exacto en el que se encuentra una barrica de roble única. En su interior reposa el vino más añejo de todo el mundo. Tan exclusivo, tan excepcional, que su existencia no se publicita, y sólo a regañadientes se comenta. Es un caldo de mil años, un tesoro. «No queremos alimentar la leyenda, pero su existencia es real», asegura Francisco Rodríguez Llamazares, abad de San Isidoro.
Encerrado en su barrica, ese vino milenario, «fuerte y algo dulce, con un sabor como el mejor coñac», se encuentra bajo custodia durante los 365 días del año. A la estancia en la que se esconde la barrica que guarda en sus entrañas tan singular líquido sólo se accede en Jueves Santo, jornada en la que seis clérigos ‘catan’ ese licor casi divino. El resto del año permanece cerrada, silenciada y oculta.
«Jamás se ha comentado el lugar de la estancia; permanece en secreto y así seguirá siendo», apunta el abad. Ni siquiera los propios miembros de la congregación podrían entrar al lugar ‘por casualidad’. Se antoja improbable. ¿El motivo? El cuarto cuenta con una puerta doble de madera y hierro. Ambas, contiguas, casi pegadas, tienen doble cerrojo y las llaves que las franquean están en manos de dos custodios (una la guarda el abad de turno y la otra, el administrador). «Acceder a su interior es imposible en cualquier otro momento del año», se advierte.
En el templo de San Isidoro se le considera un tesoro sólo equiparable al cáliz de Doña Urraca (el santo Grial, según la historiadora Margarita Torres), que, en ese caso sí, permanece expuesto al público tras un cristal blindado en una de las salas del museo de la basílica leonesa. La historia de este vino nace en el siglo XI. Entonces, según recuerda el abad, «como en todos los monasterios, los monjes trabajaban la tierra para alimentarse. De allí proviene. Hoy sólo queda una barrica, y en su interior el vino, ya casi un licor».
La leyenda dejó dicho que la barrica milenaria fue llenada por el santo Martino de León hace casi mil años con «con once cántaros de vino», lo que equivale a unos 176 litros (en cada recipiente entran 16). Y es en la noche de este Jueves Santo cuando el abad, siguiendo un viejo ritual que hunde sus raíces en la Edad Media, sacará de ella una jarra –«medio litro, más o menos»– y repondrá justamente el doble. Se hace así porque el roble «se impregna» con el líquido y genera un sobrante, que es el que se bebe al cabo del año. Al acto protocolario acuden los siete canónigos de la basílica, todos ellos sacerdotes diocesanos con edades entre 50 y 80 años. El fallecido Antonio Viñayo, en su día abad de San Isidoro, solía rememorar en tono anecdótico que algún canónigo, tras probar el vino, «oía cantar el gallo de la torre». El mismo gallo dorado que remata el campanario del templo.
Para quienes lo han paladeado, el milenario y secreto caldo se revela como «un coñac de gran solera», con seguridad el más viejo del planeta, consecuencia de «la madre que tiene». «Por su color, la textura y el sabor, diría que es como un coñac envejecido», valora Rodríguez Llamazares, de 73 años, que hoy volverá a probarlo.
A lo largo de la historia, la barrica ha ‘servido’ su vino-licor a canónigos y autoridades, pero siempre en medio del sigilo y la discreción. El presidente de la Junta de Castilla y León, Juan José Lucas, la que fuera presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, o el histórico presidente de honor del Partido Popular, Manuel Fraga, tuvieron el privilegio de saborear el morapio, si bien desde que Rodríguez Llamazares preside el Cabildo de la colegiata, hace ya 14 años, el rito sólo es presenciado por los religiosos.
Durante sus mil años de vida, esta barrica ha protagonizado todo tipo de anécdotas. El rey Alfonso XIII, por ejemplo, renunció a beber su contenido porque el día en el que acudió al templo no era Jueves Santo y deseaba preservar la tradición. Con este mismo argumento de conservar el misterio en torno al ceremonial justifica el abad su negativa a dejar fotografiar, no ya el acto en sí, sino simplemente el lugar donde se aloja la histórica tinaja: «Sólo le diré que está en una estancia con una temperatura estable y una luz adecuada que no dañen la madera».
Por esa misma razón también se niegan a que los enólogos puedan tomar una muestra para su análisis, aún sabiendo el interés que despierta entre estos profesionales el poder catar un vino que reposa en los anales de los tiempos. La barrica, además, logró sobrevivir a las tropas napoleónicas, que se llevaron del templo sarcófagos del Panteón Real y otros bienes, pero no alcanzaron el tesoro más curioso de sus entrañas.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.