Secciones
Servicios
Destacamos
Como no era posible hacerlo uno por uno, a la nuera de Amparo Jorge Peris se le ocurrió una manera de mostrar la inmensa gratitud de la matriarca de la familia a todos los voluntarios que la han auxiliado tras las inundaciones. En una ... sábana blanca, usando el barro todavía fresco como pintura, Reme Albalat escribió en nombre de su suegra: 'La tía Amparito i familia donem les gracies a tots els que ens ajudat'. Y la pancarta, colgada en el balcón de la casa de Paiporta de los hijos de Amparito, que la acogen desde la riada, añade un dato más: '95 anys'.
Así, un simple trozo de tela sirve para esbozar los retazos de una vida común y a la vez extraordinaria, una historia ligada a la tierra valenciana y al agua, una existencia difícil, como tantas mujeres de su generación, pero compensada por el cariño de una familia generosa, de unos vecinos que la quieren y ahora, de unos voluntarios que le han endulzado las lágrimas de la inundación.
Noticias relacionadas
Esos '95 anys' de la pancarta significan, por ejemplo, que la tía Amparito vivió de niña la Guerra Civil, aunque de esos tiempos no se quiere acordar demasiado. Entre sus recuerdos aparecen mucho más claros los días de la gran riada de 1957, unidos por un hilo invisible a los de la gran riada de 2024. «El 29 de octubre de 1957 perdí a mi marido y el 29 de octubre de 2024 perdí mi casa», dice Amparito, en una sentencia redonda que, sin embargo, todavía esconde un giro más. «Mi marido murió el 29 de octubre de 1957 por un error médico. Sufría tifus, pero lo trataron del riñón, y falleció. Aun así, pudo conocer a nuestro hijo, que tenía cinco días. Dos semanas antes mi marido estaba enfermo en la cama y ocurrió la gran riada del 57», relata Amparito, que cierra los ojos para avanzar 67 años justos y empezar a contar qué pasó la tarde en que el agua inundó Paiporta.
1 /
«Estaba en casa viendo en la tele lo que estaba pasando en la ribera y pensando: 'Pobrecitos, pobrecitos, cuánto estarán padeciendo'. Entonces vino mi hijo, Voro. 'Corre, corre'. Le dije que me dejara coger el teléfono. '¡Res, res!'. Me agarró y me llevó corriendo a su casa, él vive en un alto y yo vivía en un bajo. Cuando llegamos a casa, el agua ya estaba entrando».
Unos minutos antes, Voro y su mujer, Reme, habían recibido un vídeo de una amiga de Picanya que anticipaba que el agua estaba a punto de llegar a Paiporta. No perdieron ni un minuto, y gracias a ellos, Amparito se salvó, aunque todo lo demás sucumbió. «Me he quedado sin casa, sin tabiques, sin medicinas, sin cuarto de baño, sin ropa», enumera Amparito, porque la casa del Antiguo Reino de Valencia 30 era más que una casa, allí nació ella en 1929 y allí vivió con sus padres y allí nació su hijo y allí, hoy, su hijo y su nieto, Voret, limpian el barro.
Rescate heroico
Las fotos de familia, los cuadros, hasta las lámparas, se llenaron de barro, y llora Amparito mientras cuenta la desgracia, y sigue llorando, pero de orgullo, cuando explica la actuación heroica de su hijo y de su nieto, que se jugaron la vida para rescatar a los que se llevaba la riada hasta acabar trece personas subidas al último piso de la vivienda familiar, mientras el agua subía por la escalera hasta alcanzar los 2,60 metros de altura.
La inundación dejó el fango, y llegaron a Paiporta los voluntarios a los que alude la pancarta. «Me han dado mucho, estoy muy agradecida», dice, mientras entra por el balcón el ruido de los militares limpiando las alcantarillas. ¿Y qué mensaje le daría Amparito a los jóvenes? «Que vivan la vida, ¡¡¡que vivan!!!», grita de repente, como queriendo que la escuchen todos los que la han ayudado y que ahora, gracias a la pancarta, pasan por el 12 de la calle San Francisco y la saludan: «¡Hola, Amparito!».
Y en estos saltos en el tiempo, de adelante a atrás y al revés, Amparito vuelve a los años en que, para sacar a su hijo adelante, cogía en Paiporta un tren «de madera y que echaba mucho humo» para ir a una fábrica de grifos en el Pasaje Ventura Feliu 23-25 de Valencia donde hacía de todo, pero sobre todo, empaquetaba la mercancia. La fábrica quebró, y trabajó como empleada del hogar, primero en una casa y luego en otra, «que eran también mi familia».
Amparito lo ha pasado mal, pero también bien, porque siempre ha sido muy socarrona, y hoy ha tenido un sueño raro, de sardinas y merluzas que saltaban del mar y llegaban a la pescadería del mercado, y se ríe al recordarlo, y sale al balcón donde cuelga la pancarta para que le dé un poco el sol y seguir controlándolo todo, como le gusta, y los militares y los voluntarios que limpian la calle ven en sus ojos a una paiportina que guarda la memoria de un pueblo que ha sufrido, pero que está preparado para levantarse.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
A la venta los vuelos de Santander a Ibiza, que aumentan este verano
El Diario Montañés
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.