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javier guillenea
Domingo, 9 de febrero 2020, 15:26
Termina una dura jornada y nos hundimos con satisfacción en las profundidades de la cama. Arropados por una manta o un liviano edredón nórdico de plumas, pensamos en el frío que hace ahí fuera y en el que hará, ahora que se acerca el invierno. Con un estremecimiento de placer acomodamos nuestro rostro en la almohada, buscamos postura en el colchón y exhalamos un último suspiro antes de abandonar definitivamente el día. Con esa ligera separación de los labios, con esa breve aspiración de aire antes de soltarlo, matamos sin saberlo a miles de seres vivos. Toda una masacre.
En cada gramo de polvo doméstico, en especial en la ropa de cama, el colchón y la almohada, hay centenares de ácaros, tanto vivos como muertos. Los ácaros son esos bichos microscópicos de aspecto monstruoso que se alimentan de las células muertas de nuestra piel y están por todas partes. Son inofensivos para el hombre pero sus residuos fecales poseen un gran poder alergénico. Cada vez que nos introducimos en el lecho nos zambullimos en millones de seres que parecen salidos directamente de una película de mutantes.
Las alfombras, los sofás y sobre todo las camas, son una pura juerga para los ácaros. Allí encuentran el ambiente perfecto para dedicarse sin más preocupaciones a comer trocitos de nuestra piel y reproducirse sin descanso. No hacen mucho más, aparte de amargar la vida a los alérgicos, que gracias a ellos sufrirán durante todo el año problemas respiratorios como rinitis, conjuntivitis o asma.
Contra estos minúsculos seres se puede luchar, aunque sea una guerra condenada al fracaso. Llevan mucho más tiempo que nosotros sobre la Tierra, al menos desde hace 400 millones de años, y tienen bastante más experiencia en el oficio de sobrevivir. Sin embargo, algo se puede hacer. Por ejemplo, optar entre manta o edredón.
Contra los ácaros. Se recomienda cambiar con frecuencia, como mínimo una vez por semana, las sábanas, mantas, fundas de colchón y almohadas. A la hora de lavar esta ropa se aconseja hacerlo con ciclos largos y temperaturas superiores a 55 grados. Es importante hacer la cama después de haber ventilado bien la habitación.
30.000 son las especies de ácaros que se han contabilizado. Todas ellas desarrollan alérgenos que nos complican la existencia. Los espacios donde la humedad es inferior al 45% resultan letales para estos microorganismos.
Problemas respiratorios. La pluma de los edredones es un factor de riesgo, aunque pequeño, en la fibrosis pulmonar idiopática. Los expertos aconsejan prestar atención a síntomas como sensaciones de ahogo o la persistencia de tos seca, sobre todo cuando se cambia la manta por el edredón.
Cuando llega el frío, la porción de la humanidad que tiene la suerte de poseer una cama se divide en dos bandos: el de lana y el de plumas. Cada uno tiene sus ventajas e inconvenientes, pero para los alergólogos no hay discusión posible. Puestos a elegir, lo mejor es el edredón. «Es el que gana cuando hablamos de ácaros», sostiene Alejandro Joral, jefe del servicio de Alergología del Hospital Universitario Donostia. «Las mantas tienen mucho pelo y, como cuando termina el invierno permanecen meses guardadas en un armario, cogen muchos ácaros. Para ellos es el paraíso, un lugar donde crecen, se reproducen y esperan el momento de salir», afirma.
Los especialistas recomiendan a sus pacientes dormir con edredones y, si lo hacen con manta, lavarla a conciencia, que es algo que por lo general no se hace muy a menudo.«Siempre les decimos que cuando saquen del armario las prendas de lana las laven regularmente o las tiendan para que les dé el aire», explica Alejandro Joral. Con esta medida debería bastar para acabar con un buen número de intrusos microscópicos pero, por si hicieran falta acciones más contundentes, el investigador de la universidad británica de Kingston Stephen Pretlove aconseja no hacer la cama y ventilarla durante todo un día.De esta manera, asegura él, el descenso de la humedad y la temperatura matará poco a poco a los ácaros, que se sienten a sus anchas en lugares con una humedad de entre el 70% y el 80% y a unos 25 grados centígrados.
Los edredones no les resultan tan acogedores. Las plumas o plumones de su interior mantienen a raya la humedad y no proporcionan a los ácaros un hábitat agradable para vivir, lo que no significa que la alternativa a las mantas esté libre de pequeños insectos, sobre todo en el exterior. Para eliminar la presencia de estos seres, los fabricantes ofrecen fundas antiácaros que deberían proporcionar a los durmientes sueños libres de estornudos. Eso es al menos lo que dice la publicidad, aunque los alergólogos no están muy convencidos. «Las fundas parecían la panacea pero su eficacia es relativa porque es cierto que eliminan ácaros, pero solo en parte», asegura Alejandro Joral.
Si se trata de prevenir alergias, los edredones son más aconsejables que las mantas, pero no sucede lo mismo si se habla de enfermedades respiratorias. En 2013, un estudio elaborado en el hospital Vall d'Hebron de Barcelona reveló que la exposición a edredones o almohadones de plumas naturales en cantidades mínimas pero persistentes es una de las causas de la fibrosis pulmonar idiopática, una enfermedad crónica y progresiva cuyos primeros síntomas son tos seca y ahogos.
Ana Villar, miembro del área de enfermedades pulmonares difusas de la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica e integrante del equipo que llevó a cabo el estudio, recuerda que cuando se publicó «hubo mucho revuelo y la gente se alarmó». La investigación llenó de dudas a muchos consumidores que habían abrazado con entusiasmo la causa de los nórdicos y de la noche a la mañana comenzaron a preguntarse si no sería conveniente regresar a la manta, al reino de los ácaros.
alejandro joral, alergólogo
ana villar, neumóloga
Tampoco era para tanto. Los investigadores recordaron que por aquellas fechas un 30% de los catalanes, unos 2,25 millones de personas, dormían con edredón y solo había 2.000 afectados por fibrosis pulmonar idiopática. Además, recalcaron que se habían identificado otros factores de riesgo. «Las proteínas vegetales o los microorganismos también pueden dar lugar a esa enfermedad», explica Ana Villar.
Dormir arropado por un edredón no significa enviar a los pulmones al martirio pero el peligro, aunque pequeño, está ahí. Aunque no es frecuente contraer fibrosis pulmonar idiopática por una exposición reiterada a productos como plumas, «sí es un riesgo que puede dar lugar a una enfermedad», advierte Ana Villar. «La solución sería no exponerse», añade la neumóloga, pero no es fácil decir adiós a la ligereza del nórdico para volver al peso de la lana. Por fortuna, no es del todo necesario dar ese paso. Basta con prestar un poco de atención.
«El problema viene sobre todo en los casos de exposiciones continuas que pasan desapercibidas. Los síntomas son una sensación de ahogo que viene poco a poco y una tos seca y persistente», afirma Ana Villar. Son señales que pueden confundirse con cualquier otra enfermedad y a las que no se les da la suficiente relevancia hasta que es demasiado tarde, de ahí la importancia de que las plumas del edredón hayan sido identificadas como factor de riesgo. Ante la duda, los médicos ya saben dónde tienen que buscar.
Las suspicacias han regresado a raíz de un reciente estudio publicado por investigadores del hospital Victoria de Kirkcaldy y la Aberdeen Royal Infirmary, en Escocia. En esta ocasión, los neumólogos informaron de un caso de 'pulmón de edredón de plumas', una inflamación pulmonar provocada por la inhalación del volátil contenido de la ropa de cama. La afección era una variante de neumonitis por hipersensibilidad que aquejaba a un hombre de 43 años que había sido derivado a los neumólogos después de tres meses de sudores nocturnos, tos seca, malestar, fatiga y dificultad para respirar. Cuando los médicos comenzaron a indagar por las causas de estos síntomas, descubrieron que el paciente había cambiado un edredón sintético y su almohada por ropa de cama de plumas. Acababan de encontrar al culpable.
Las pruebas posteriores confirmaron las sospechas al revelar que el hombre tenía anticuerpos inusualmente altos contra determinadas proteínas de las aves. Lo primero que hicieron los neumólogos fue recetarle un cambio inmediato de ropa de cama. Aquello fue mano de santo. El paciente mejoró visiblemente en cuanto se desprendió de su nuevo y confortable edredón.
Al igual que los médicos españoles, los investigadores escoceses recalcaron que la detección de esta afección no significaba que haya que apresurarse a desterrar las plumas de la ropa de cama. Basta con tomar nota de la aparición de posibles problemas respiratorios, sobre todo cuando se hace el tránsito de la manta al edredón. No obstante, reconocieron que, pese a haberse localizado un solo caso, otros muchos podrían pasar desapercibidos. «Sospechamos que es la punta del iceberg», advirtieron.
Los buenos edredones están rellenos de plumón, que no es lo mismo que la pluma. El plumón procede del cuello y el principio del pecho de las ocas y los patos, que son los proveedores del relleno de la ropa de cama. Sus finísimos capilares entretejen una maraña que evita que el calor se escape de nuestro cuerpo y que entre el frío en la cama. Debido a que la capa aislante que se forma es muy porosa, los plumones facilitan la transpiración corporal evitando la humedad.
Las plumas son más bastas. Están formadas por un eje central ligeramente curvado, el cañón, del que salen finísimos filamentos en un único plano y en direcciones opuestas. Es un material bastante más pesado que el plumón, de tacto poco agradable y con muy poca capacidad termoaislante. Se emplea en los edredones más baratos.
En países como Hungría, Rumania, Polonia o China, a las aves se les arrancan en vivo las plumas, un proceso que les causa un intenso sufrimiento y que se repite en cuanto les vuelven a crecer. De cada oca o pato se extraen un promedio de unos 300 gramos de plumas. Asia es el mayor exportador del mundo.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
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