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ANTONIO CORBILLÓN
Lunes, 23 de septiembre 2019, 23:48
Hace más de 40 años que no se contagia nadie de viruela, una de las pandemias más mortíferas: solo en el siglo XX, mató a más de 300 millones de personas en el mundo. Y, sin embargo, la comunidad científica mantiene un debate abierto sobre si deben mantenerse las muestras de virus almacenadas.
Una duda que ha saltado a la sociedad y que las redes han expandido después del accidente que sufrió este martes en la remota población rusa de Koltsovo (Novosibirsk, Siberia) el Centro Nacional de Investigación de Virología y Biotecnología de Rusia, conocido en la era soviética como Instituto Vector. Una explosión de gas provocó un incendio que, además de herir a un trabajador, encendió las alarmas sobre este centro, que custodia muestras de virus tan nocivos como el ébola y la viruela. Desde ayer se ha convertido en tendencia el hashtag #bioweapons (armas biológicas) entre los apocalípticos de las redes sociales.
En la etapa comunista, Vector fue un centro de investigación de armas biológicas. Hoy es uno de los dos laboratorios del mundo a los que la Organización Mundial de la Salud (OMS) encargó la custodia de las únicas muestras de viruela que se conservan. La otra está en el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC), en Atlanta (Georgia). Cuando la OMS declaró el control y erradicación del mal en 1980, acordó con ambas potencias la guardia y custodia de su secuencia genética. La pregunta quedó latente hasta hoy: ¿virus letales en manos de las dos potencias de la guerra fría?
Desde entonces, los únicos efectos de la viruela son sobre su destino final. Una parte de la comunidad científica defiende su destrucción para evitar riesgos (como el terrorismo biológico). Otros creen que es necesario mantener las muestras para desarrollar nuevas vacunas si hicieran falta. El investigador del Centro Nacional de Biotecnología del CSIC y experto en bioseguridad Luis Enjuanes considera que «perder una estirpe de un virus es algo de lo que nos podemos arrepentir. Sería una temeridad. Es como decidir eliminar una especie».
El 11 de agosto de 1978, Janet Parker, fotógrafa médica en la Facultad de Medicina de Birmingham, empezó a sentirse mal. Le diagnosticaron varicela. El periodo de incubación de 12 días despistó a los médicos. El contradiagnóstico llegó después, cuando las pústulas habituales de la viruela fueron minando su salud. La dejaron ciega y su estado sufrió un rápido deterioro.
Una semana antes de su muerte (el 11 de septiembre) su padre, también en cuarentena, murió de un paro cardíaco. Al día siguiente, el director del laboratorio, Henry Bedson, se suicidó en su casa. Un juicio posterior le exoneró de culpa alguna. Ningún informe fue capaz de explicar cómo se produjo el contagio. La ciudad inglesa vivió una etapa de histeria durante meses.
Enjuanes, que tiene buenas referencias del Instituto Vector, considera casi imposible un accidente grave. «Las muestras están dentro de un contenedor que a su vez está dentro de otro. Y todo rodeado de materiales que, en caso de fuga, provocarían la desactivación inmediata del virus».
Una opinión que coincide con la del ex director del Centro Nacional de Microbiología José María Eiros, que insiste en que «disponer de un cepario de colección para dominar un virus es una riqueza científica que no podemos perder». El catedrático Eiros recuerda también que «lo peligroso no es tener virus almacenados, sino otros vivos que puedan presentarse sin control».
También desde la Asociación Española de Bioempresas, su director general y biólogo, Ion Arocena, asegura que «en el caso remoto de que hubiera un brote, disponer de muestras del virus podría ser fundamental para producir vacunas y fármacos. Y lo mismo se puede argumentar respecto a nuevos virus emparentados con la viruela que podrían surgir».
Los expertos españoles recuerdan que la viruela es un virus familiarizado con otros zoonóticos (transmitidos por animales). «Hay 1.600 clases de murciélagos y 6.000 de mamíferos que nos pueden transmitir enfermedades. Nadie puede dar garantías de que no existan reservorios en cualquier selva. Por eso hablar de erradicación es siempre problemático», advierte Luis Enjuanes.
Entre los que reclaman la eliminación física, están quienes ven en el almacenamiento un peligro siempre latente, como se ha demostrado con el siniestro de ayer. Aunque la propia OMS reconoce, tanto al laboratorio ruso como al estadounidense, el nivel 4 de bioseguridad, el más alto que existe.
Pero esto no impidió que en 2004 falleciera una investigadora en el Instituto Vector al pincharse accidentalmente una aguja contaminada con ébola. Además, la última víctima real de la viruela conocida en el mundo no fue un enfermo sino una trabajadora de un laboratorio de Birmingham (Inglaterra) que murió en 1978 tras un contagio accidental.
El representante de la bioindustria española certifica que, «hasta la fecha, no se han producido incidentes que hayan supuesto un riesgo de liberación incontrolada de organismos patógenos». En este sentido, Ion Arocena asegura que «podemos estar tranquilos de que estas instalaciones están debidamente controladas y no suponen riesgo para la sociedad, sino más bien todo lo contrario».
En este lado de la balanza también pesan los argumentos de los que tienen dudas sobre si realmente esas dos instalaciones son las únicas que disponen del viral. En 2014 aparecieron en un almacén de la FDA norteamericana (Administración de Alimentos y Medicamentos)en Bethesda (Maryland) varios frascos con virales que alguien había olvidado declarar y mantener a buen recaudo.
La propia FDA aprobó en 2018 el primer fármaco antiviruela eficaz, el tecovirimat. Avances sustanciales que llevaron a la OMS a anunciar para 2019 su posible decisión de eliminar su almacenaje.
Pero ni siquiera sería una garantía. Una editorial de la revista 'Nature' advirtió hace un año de que «el resurgimiento de la viruela sigue siendo una amenaza realista». Acrecentada por «los avances de la biología sintética que podría permitir a un laboratorio no autorizado rediseñar un virus de viruela».
Desde tiempos remotos La viruela es conocida desde tiempos remotos. Se sabe que mató a faraones como Ramsés V (1.100 a. C.). También que los cruzados la trajeron a Europa en los siglos XI y XII. Fue un enemigo mortal de poblaciones indígenas como las aztecas e incas, a las que diezmó. En el último siglo ha matado a más de 300 millones de personas. El último caso de contagio real (no accidental) fue el somalí Ali Maow Maalin en 1977.
Boca a boca La viruela se transmite por contacto prolongado cara a cara o por fluidos corporales. El promedio de incubación es entre 10 y 14 días. La fiebre alta, la fatiga y los dolores dan paso a las llagas purulentas. La mortandad alcanza el 30% de los casos.
1977 fue el año en el que la OMS declaró controlada la enfermedad después de llevar más de 2.400 millones de dosis a los 70 países afectados en un plan que se había prolongado durante 13 años.
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Paco Griñán | Málaga
Encarni Hinojosa | Málaga
Cristina Cándido y Álex Sánchez
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