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Profesor de biología y experto en tecnología alimentaria
Sábado, 28 de septiembre 2019
En nutrición es muy socorrido recurrir al sentido común para explicar las bondades de cierto consejo o producto. Si decimos que el zumo de limón es un buen desengrasante, un excelente detoxificador o un potente anticancerígeno, la mayoría del público comprará dicho argumento porque ... el zumo ácido de este aromático cítrico casa muy bien con las premisas expuestas aunque nada tenga que ver con la realidad. Ocurre algo similar con determinadas modas dietéticas cuando las cargamos de supuesta lógica aplastante pero que carece del necesario sostén científico. Las dietas «paleo», por ejemplo, se basan en lo que supuestamente comieron nuestros antepasados durante miles de años, aunque eso sea literalmente imposible de saber y variara de forma muy notable dependiendo de la zona geográfica o el clima. Da igual, es suficiente con exponerlo de forma convincente si tienes un crédulo auditorio.
Que nuestro cuerpo se adaptó a una determinada forma de alimentarse es un argumento lo suficientemente sólido para considerar esa opción dietética como saludable, aunque nadie tenga ni una remota idea de cómo fue en realidad. Eso no quiere decir que debamos desechar en conjunto todas las ideas expuestas, a veces las medias mentiras contienen interesantes verdades.
Si bien es cierto que no podemos conocer en detalle la dieta de nuestros antepasados de hace, pongamos por caso, 100.000 años, si somos capaces de intuir algunas de las circunstancias en las que se dieron esos patrones dietéticos. Y una de las más ciertas es que pasaron hambre, seguramente mucha hambre o desde luego no tenían 5 comidas diarias, como hoy en día nos suelen implementar. Es decir, alternaban periodos de ayuno por exigencia del guión algo que si es presumible que se prolongara durante miles de años y si condicionara nuestro metabolismo.
No es la primera vez que hablo del ayuno intermitente y es que no paran de acumularse pruebas para una estrategia nutricional más interesante de lo que en un principio podía parecer.
La autofagia es un mecanismo natural de regeneración celular que no hay que confundir que el suicidio celular o apoptosis. La traducción de este vocablo es literalmente «comerse a sí mismo» y algo de eso hay. Nuestras células practican una especie de autocanibalismo para deshacerse de todo tipo de moléculas y estructuras que no le son de utilidad. Las implicaciones de estas herramientas citológicas parecen de la máxima importancia con consecuencias a muchos niveles: envejecimiento, enfermedades metabólicas, enfermedades degenerativas, cáncer…
Es un tema de máxima relevancia en ciencia desde que Christian de Duve identificara el proceso y recibiera el Nobel en 1974. En 2016 el japonés Yoshinori Ohsumi, consiguió también un Nobel por sus hallazgos sobre el funcionamiento de este sistema de limpieza celular. Lo verdaderamente relevante es la relación que parece existir entre la práctica del ayuno intermitente y la activación de estos mecanismos catabólicos. Esta nueva visión cuestiona en gran medida la estrategia clásica de 5 comidas diarias porque no permitiría el completo desarrollo de dichos sistemas regenerativos.
Es clara la relación desde hace mucho tiempo. En realidad la experimentación con restricción calórica en animales tiene más de 80 años de antigüedad con una conexión incuestionable entre la menor cantidad de comida y la mayor esperanza de vida. Es cierto que extrapolar estos resultados a humanos es un tema controvertido pero parece existir un consenso de que una reducción de entre un 20% y un 40% de la carga calórica conllevaría mejoras a muchos niveles. Aunque claro, una dieta de alta restricción calórica, no como algo puntual, sino como una forma de vida tiene muchas posibilidades de fracasar y de tener una bajísima adherencia por parte de la población.
Parece difícilmente planteable una severa restricción calórica (dentro de una dieta bien diseñada) por dos razones principales. La primera es que en el mundo actual, la comida es un actor principal en nuestra socialización por lo que salir de los cánones establecidos de forma notoria no parece factible, la segunda es que aunque existen notables evidencias observacionales en humanos e innumerables pruebas en animales es cierto que la restricción calórica adolece de un mejor armazón en lo que a pruebas experimentales se refiere. Algo que no sucede con los ayunos intermitentes que si están demostrando una sobresaliente utilidad en, por ejemplo, activar la limpieza celular a través de la autofagia. Mecanismo imprescindible para la salud de nuestras células y que su incorrecta puesta en marcha puede estar relacionado con multitud de enfermedades como alzhéimer, diabetes o cáncer.
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