El verdadero peligro de las freidoras de aire

Hay que preguntarse si dicho «aparatejo» es realmente necesario, cumple con lo que dice o, incluso, debiera llamarse como lo hace

Javier Morallón

Profesor de Biología y experto en Tecnología Alimentaria

Sábado, 27 de abril 2024, 14:51

Cada cierto tiempo surge un nuevo electrodoméstico que viene a solucionar nuestra vida y que se exhibe como imprescindible en los quehaceres diarios. Las marcas del sector toman buena nota y se apuntan a la carrera por sacar el modelo que sacie las ansias consumistas. ... Cada cual quiere su trozo del pastel y este puede ser especialmente saciante si se trata de una nueva tarta.

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Lo que cabría preguntarse es si dicho «aparatejo» es realmente necesario, cumple con lo que dice o, incluso, debiera llamarse como lo hace.

Freidoras de aire a examen

Lo primero que podríamos decir es que no se trata de una freidora. Podemos pensar que si negamos la mayor no empezamos nada bien. La utilización de dicha denominación obedece a un marketing bien estudiado. Resulta que nos gustan los fritos. Su sabor, color y toque crujiente son irresistibles pero sabemos que están embadurnados de aceites que, en la mayoría de los casos, no suelen ser los más sanos. De forma que tenemos un montón de calorías extra que no se comportan de la mejor forma con nuestra salud cardiovascular.

El mejor ejemplo lo podemos poner con las patatas. Unas patatas cocidas atesoran multitud de propiedades en número de nutrientes, si además las tomamos con la piel aquello se vuelve una opción difícilmente batible con extra de fibra. Todo esto con un consumo calórico muy mesurado, unas 75 Kcal/100g. Pero si la misma cantidad de patatas decidimos freírlas todo se disparata. Por lo pronto pasamos de 75 a 400 Kcal, perdemos más nutrientes por las altas temperaturas y aparecen sustancias como la acrilamida que pueden terminar siendo un problema.

Una freidora de aire nos vende lo mejor de los dos mundos: la textura de lo frito sin sus problemas inflacionarios. Pero lo cierto es que solo se trata de un ventilador que proyecta aire caliente a alta temperatura. Algo que ya tenemos en el horno. De forma que lo que va a hacer, básicamente, es resecar los alimentos. Y ¿eso de freír sin aceite? Pues tampoco, si quieres un resultado que mínimamente te recuerde a un frito tendrás que añadir aceite.

¿Todo es malo?

No todo es malo desde luego. Podríamos hablar de un horno en pequeño que puede tener su sentido si de elaborar raciones reducidas se trata. En este caso tendría su utilidad si optimizamos espacio y receta. Es cierto que hay alimentos que pueden quedar especialmente bien, como por ejemplo, los de alto contenido graso como el salmón, ya que no se resecan y quedan jugosos. Además, internet está lleno de recetas que exprimen las opciones de este electrodoméstico hasta donde alcanza la imaginación. Pero si tienes que realizar varias tandas para conseguir el volumen de alimento deseado no es una buena opción para ti. Sabemos que, de media, necesita más tiempo de cocinado y más consumo energético que los métodos de cocción habituales. De forma que puede suponer un exceso de gasto sin ahorro de tiempo algo que no justificaría tener un cacharro más en la cocina.

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¿Y los fritos?

Lo dicho, si queremos una textura que nos pueda recordar a la de un alimento frito tendremos que utilizar aceite. Es cierto que un volumen mucho menor y esto se reflejará en una carga calórica más contenida. Además, se ha estudiado que alimentos como las patatas «fritas» contienen hasta un 90% menos de acrilamida que las cocinadas de forma tradicional. El problema es que el resultado no va a ser el mismo. Sí, esa corteza dorada y crujiente que preserva un alimento jugoso y cocido en su propio jugo en el interior.

El verdadero peligro

Últimamente han aparecido algunos avisos por internet sobre posible contaminación por aluminio y pérdidas de nutrientes en las freidoras de aire. Es cierto que cualquier tratamiento térmico puede suponer pérdida de nutrientes como vitaminas del grupo B o C, así como antioxidantes, polifenoles… Si los tratamientos son especialmente severos, hablaríamos de enranciamiento de grasas o reacciones de Maillard disparatadas. Pero esto no es algo especialmente preocupante en las freidoras de aire siempre que respetemos temperaturas y tiempos.

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En cuanto a la posibilidad de contaminación con aluminio, no hay ningún estudio al respecto que nos ponga sobre aviso. De hecho, sería extraño, aunque es cierto que en el interior de las freidoras domina la presencia de este elemento, pero este se encuentra en una forma química muy estable y protegido por diferentes tratamientos. Pero incluso su transferencia en pequeñas cantidades a los alimentos no supondría ningún problema. Se trata de uno de los elementos más abundantes en la corteza terrestre y se encuentra presente en multitud de alimentos. Nuestro cuerpo está acostumbrado a lidiar con él y no tiene problemas de eliminarlo a nivel renal.

Entonces, ¿cuál es el verdadero peligro? Pues, sin duda, blanquear alimentos que nunca son una buena opción. Hay multitud de ultraprocesados que pueden ser vistos con otros ojos si los cocinamos en una freidora de aire. Además, muchos de ellos están prefritos, por lo que quedan geniales. Hablo de croquetas, palitos de merluza, nuggets de pollo, buñuelos… Todas estas opciones se encuentran en la zona de congelados del supermercado y comparten lo poco convenientes que son a nivel nutricional (harinas refinadas, azúcares, grasas de mala calidad…) y que ya las teníamos desechadas como alternativas aceptables pero que ahora podemos estar tentados a darles una oportunidad. De forma que la freidora de aire actuaría como un Caballo de Troya nada recomendable.

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Piénsalo, si ya habías conseguido desechar alimentos fritos que no te interesan y la presencia de este aparato está consiguiendo que vuelvan a entrar en tu dieta es que, claramente, tu nuevo compañero de piso sobra. Y es que aunque el ultraprocesado se vista de seda, ultraprocesado se queda.

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