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La palabra superalimento o alimento milagro, no debería usarse tan a la ligera, de hecho, no debería utilizarse prácticamente. Detrás de estos calificativos se suelen encontrar alimentos con composiciones más o menos interesantes: espirulina, semillas de chía, de amapola, de sésamo… Con porcentajes de nutrientes que no son difíciles de conseguir con otros alimentos en una dieta variada y sana. Eso sí, mucho más baratos.
De forma que podemos intuir que detrás de determinados titulares se esconden intereses económicos de determinadas empresas o sectores enteros.
El único alimento que merece semejante valoración es la leche materna durante los 6 primeros meses de vida. Esta maravilla natural contiene todos los nutrientes que necesitamos para desarrollarnos en el medio año más importante de nuestra existencia. Se trata del alimento más completo que existe:
Hidratos de carbono: su principal componente es la lactosa, pero contiene también sacáridos como glucosa y galactosa, y oligosacáridos (Con unas 150 estructuras diferentes identificadas).
Lípidos: constituyen la principal fuente de energía y el segundo componente sólido de la leche materna. Siendo los ácidos grasos predominantes el ácido oleico y el palmítico. También presenta fosfolípidos, colesterol y ácidos grasos insaturados, especialmente, poliinsaturados de cadena larga y ácidos grasos de cadena corta.
Proteínas: su función es nutricional para favorecer el crecimiento. El mayor porcentaje corresponde a la caseína, y el resto a proteínas del suero: lactoalbúmina, lactoferrina, enzimas (como la lisozima), hormonas, factores de crecimiento y componentes antiinflamatorios. También aporta inmunoglobulinas (IgA, IgG, IgM, IgD e IgE) que confieren protección al niño.
Vitaminas, minerales de alta biodisponibilidad y en cantidades suficientes para cubrir las necesidades del lactante y otros componentes como antioxidantes.
Hablar simplemente de la composición sería quedarnos muy cortos. Se trata de un alimento vivo que la madre adapta a las necesidades de su bebé. Incluso podría darse una comunicación activa a través de la saliva del bebé y compuestos de la leche materna llamados exosomas. Este diálogo químico serviría para comunicar necesidades y activar determinados procesos.
Semejante maravilla es sólo lo último que estamos descubriendo de un portento de la evolución que deja en pañales a cualquier leche maternizada que el ser humano pueda crear.
El alimento se adapta y eso se nota en su composición cambiante. Los primeros días tenemos un recién nacido vulnerable al medio externo de forma que la prioridad es defenderlo. La leche tiene una composición tan especial esas jornadas que se llama calostro. Leucocitos y anticuerpos aparecen en grandes cantidades rodeados de proteínas, minerales y vitaminas en el mejor contexto químico para su absorción. Es la óptima protección que puede ofrecer la madre contra infecciones y alergias pero además ayuda a la expulsión del meconio y prevenir la ictericia. La presencia de vitamina A también previene los procesos diarreicos y reduce la gravedad de enfermedades como el sarampión.
A los 6-7 días todo cambia y el contenido en hierro y grasa aumenta de forma considerable. Pero esta evolución se produce, incluso, durante la toma. Los primeros minutos la leche es baja en calorías, con proteínas, hidratos de carbono, vitaminas, minerales, anticuerpos, y vitamina D y agua en cantidad suficiente (por lo que el lactante no necesita tomar agua). Pero a los 6,7 minutos se produce una transición a una composición con más grasa, hierro y vitaminas A y B. Dejando al bebé completamente saciado.
Un reciente estudio británico confirma el mejor desarrollo cognitivo de los niños que han sido amamantados. Esto se une a una asombrosa lista de beneficios. Los recién nacidos amamantados tienen un menor riesgo de padecer: alergias, diarreas, estreñimiento, infecciones, eccemas, gases, sibilancias, problemas respiratorios o estomacales, diabetes, obesidad, síndrome de muerte súbita, caries…
Las mamis tampoco se libran de un generoso listado de parabienes. El vínculo afectivo con su bebé es difícilmente superable con el correspondiente beneficio psicológico. Pero es que amamantar disminuye el riesgo de padecer: diabetes tipo II, cáncer de ovario y de mama, osteoporosis, cardiopatías y obesidad.
¡Sí lo somos! Sé que alguien puede pensar que lo de dar el pecho es algo primitivo y que en pleno siglo XXI debe haber algo mejor. Que no somos vacas. Pues se equivocan, lo de dar leche a las crías es lo último en evolución. Ya quisieran la mayoría de animales poder proporcionar semejante alimento a sus crías los días más difíciles de su existencia.
Los mamíferos nos encontramos en la cumbre de la evolución. Se han necesitado millones de años de acierto y error hasta dar con una estrategia tan exitosa como la de amamantar. La perfección en la composición de este alimento con respecto a las necesidades de la cría es, simplemente, portentosa. Cada especie de mamífero genera la estructura ideal de nutrientes y nosotros no somos una excepción. Perdernos este maravilla evolutiva en el momento más delicado de nuestra vida no tiene sentido. Si se trata de alguna disfunción incapacitante habrá que buscar la mejor alternativa. Pero si es una decisión basada en la moda o en la propia comodidad debería ser objeto de revisión a la luz de la evidencia científica que no tantas veces se manifiesta con semejante rotundidad.
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