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Nada como una buena siesta después de comer. Entregarse a los brazos de morfeo durante treinta minutos a primera hora de la tarde sirve como refrigerio y permite mejorar el aprendizaje y la productividad. Las empresas no deberían ver con malos ojos a los trabajadores ... que se echan una cabezada, sino incentivarlos a que lo hagan. Lo dice una investigación firmada por la Universidad Nacional de Singapur (NUS), que vuelve a poner de manifiesto que la costumbre española de echarse un ratito antes de comenzar las tareas vespertinas no debe considerarse un síntoma de pereza, sino todo lo contrario, de inteligencia.
El de Singapur no es el primer trabajo científico que canta los beneficios de la siesta. Ha habido otros con anterioridad, pero éste tiene la singularidad de haber puesto énfasis en el impacto que un sueñito rápido después de la comida tiene sobre la función cognitiva. El cerebro necesita resetearse para seguir funcionando de manera óptima. «Muchos conocen los beneficios de la siesta, pero la presión de optimizar el tiempo en la jornada laboral impone restricciones que pueden imposibilitar que se pueda echar la siesta con regularidad», advierte la especialista Ruth Leong, investigadora del Centro para el Sueño y la Cognición de la Escuela de Medicina Yong Loo Lin de Singapur y autora del informe.
Pese a los muchos beneficios que distintas investigaciones le han atribuido, la siesta no es para todo el mundo. La neuróloga Ana Fernández Arcos, coordinadora del Grupo de Estudio de Trastornos de la Vigilia y el Sueño de la Sociedad Española de Neurología (SEN), recuerda que están del todo desaconsejadas en caso de problemas para conciliar el sueño nocturno. En los niños, depende de su edad. Los menores de seis años necesitan mucho descanso, pero los mayores de esa edad es mejor que no sesteen.
La recomendación para los adultos sin problemas del sueño es que no excedan los 20 o 30 minutos. Ese tiempo, «como máximo media hora», es el que según la Universidad de Singapur se necesita para volver a poner a punto la actividad cerebral en medio de la jornada de trabajo.
El estudio, publicado en la revista 'Sleep' y revisado por pares, se hizo con un grupo reducido de población , 32 adultos jóvenes. Unos durmieron diez minutos, otros treinta, un tercer subgrupo sesenta y al cuarto se le dejó sestear libremente, hasta que se despertaran.
Su sueño fue controlado por polisomnografía, un examen reconocido internacionalmente y de uso cotidiano en hospitales que permite verificar la calidad de sueño y comprobar la existencia de posibles trastornos. Esta medida permitió determinar «de manera inequívoca» cuánto tiempo costaba a los voluntarios dormirse y cuánto debía prolongarse una siesta. Los investigadores midieron el estado de ánimo, la somnolencia subjetiva y el rendimiento cognitivo a intervalos de cinco minutos, treinta, sesenta y hasta 240 minutos después del despertar.
Los participantes, según pudo verse, necesitaron entre diez y quince minutos para caer dormidos. Las siestas que duraron entre diez minutos y una hora se mostraron claramente beneficiosas para el estado de ánimo positivo, el control de la sensación subjetiva de somnolencia y el estado de alerta, que logró mantenerse bien hasta cuatro horas después de despertarse. El trabajo permite concluir, según dicen sus autores, que bastan 10 minutos de sueño tras la comida para reactivarse. Sólo, sin embargo, si se duerme como mínimo treinta minutos se logran beneficios sobre la codificación de la memoria.
Las mejoras en la vigilancia fueron moderadas y no se apreciaron beneficios claros sobre la velocidad de procesamiento. El aturdimiento propio del despertar y la somnolencia que le acompaña sólo se detectaron en las siestas que duraron entre media y una hora. «Un descanso de treinta minutos parece tener la mejor compensación entre viabilidad y beneficio». El tiempo recomendado para dormir después de comer es, por tanto de 30 minutos, a los que habría que sumar otros diez para quedarse roque, lo que eleva a 40 el tiempo necesario para el descanso vespertino.
El sueño está considerado como una pata fundamental para el bienestar y la salud humana, tan necesario como una buena alimentación y la práctica habitual de ejercicio físico. «El sueño es esencial para la salud», subraya la especialista Ana Fernández Arcos. «Cada vez tenemos más evidencia de que algunos trastornos del sueño podrían estar íntimamente relacionados con el riesgo de desarrollar patologías como el alzhéimer, la enfermedad cardiovascular o presentar un mal control de la epilepsia», afirma. Un 45% de la población padecerá un trastorno del sueño grave a lo largo de su vida. La evidencia científica apunta a que doce millones de españoles no descansan de forma adecuada.
Para dormir mejor
. La Sociedad Española de Neurología ha elaborado dos decálogos con consejos para niños y mayores que ayudan a un mejor descanso.
Adultos, cuestión de rutinas Establezca una hora fija para dormir y despertarse; evite el consumo de alcohol y tabaco; también las siestas de más de media hora. Evite la cafeína antes de acostarse. La cena, ligera. Haga ejercicio con regularidad, pero evite el atardecer para su práctica. Utilice ropa cómoda. Procure una temperatura cómoda para dormir y una habitación bien ventilada. Bloquee ruidos molestos y elimine la mayor cantidad de luz posible. Reserve la cama solo para dormir y para las relaciones sexuales.
Niños, con horarios y sin pantallas Horarios fijos, como los adultos; los mejores de 12 años deberían acostarse antes de las nueve de la noche. Establezca una rutina (cepillado de dientes, canción, cuento...). Haga del dormitorio un espacio agradable. Anímeles a dormirse solos. Evite la exposición a luz brillante (pantallas) antes de acostarse y durante la noche. Los dispositivos electrónicos, fuera del cuarto. Evite también cenas pesadas; y la cafeína y el chocolate. Un horario diario regular ayuda.
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