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La primavera... a los alérgicos altera. El dicho popular bien podría versionarse así. Y es que con la llegada de la nueva estación llega la pesadilla para muchos españoles. El picor de ojos, los estornudos continuos, la congestión nasal... ¿La buena noticia? Según avanza la Sociedad Española de Alergología e Inmunología Clínica (SEAIC), este 2023 se presenta «moderado» en cuanto al polen de las gramíneas, si bien en el centro peninsular los efectos serán «de moderados a leve»
«Es difícil hacer una predicción de todos los pólenes, pero viendo cómo evolucionan las gramíneas, podemos hacernos una idea de cómo va a ser la estación», ha señalado el presidente del Comité de Aerobiología Clínica de la SEAIC, Juan José Zapata. En este sentido, ha insistido en que la primavera en el centro peninsular será «variable» en cuanto a la concentración de gramíneas, oscilando entre los 1.000 granos/m3 de Teruel y Cuenca, los 6.000 granos/m3 de Toledo y los 4.000 granos/m3 de Madrid.
¿Y en Andalucía? Desde el SEAIC pronostican que será una primavera «muy leve» en Almería, con 1.000 granos/m3; leve en Cádiz, Granada y Málaga; moderada en Huelva, Córdoba, Jaén y Sevilla, e intensa en Badajoz y Cáceres, con 7.000 granos/m3.
Las borrascas protagonistas en los últimos meses son las responsables de que -por suerte para los alérgicos- la primavera llegue moderada. «Las cupresáceas, que suelen ser los primeros pólenes en aparecer, han tenido un comportamiento diferente con respecto al 2022. En concreto, los primeros meses de este año las temperaturas han sido más frías afectadas por la borrasca Gerard y Frien entre enero y febrero y la borrasca Juliette a finales de febrero, por lo que los niveles de polen de cupresáceas han sido inferiores. De hecho, en las primeras semanas de marzo se han dado las condiciones bioclimáticas para el cambio de tendencia alcista», detallan los expertos.
Al hilo, los alergólogos han recordado que existe una relación directa entre las concentraciones de pólenes durante la primavera con factores meteorológicos como la lluvia y la temperatura del otoño e inviernos previos. De hecho, la lluvia afecta a las concentraciones de pólenes de dos formas, una de ellas beneficiosa para los alérgicos y otra perjudicial.
«A corto plazo, la lluvia humedece los pólenes que hay flotando en la atmósfera, aumentando su peso y favoreciendo su depósito en el suelo impidiendo que puedan penetrar en las vías respiratorias, lo cual disminuye los síntomas de los pacientes alérgicos cuando esté lloviendo. Sin embargo, a largo plazo la lluvia favorece el crecimiento de todas las plantas, sobre todo las gramíneas, lo que contribuye a un mayor desarrollo y un aumento en la producción de pólenes de gramíneas que se van a dispersar por la atmósfera en su momento de floración, con un aumento de los síntomas alérgicos», sostiene Zapata.
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