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Un hábito pernicioso, el bautizado por los expertos como 'alimentación silenciosa', no para de crecer en España. En poco más de cinco años se han disparado los ciudadanos que o bien comen solos o, aún compartiendo casa, se alimentan mecánicamente, desconectados del resto, enfrascados en ... la visión de la televisión o el móvil. Es uno de los hallazgos del informe 'Sociedad y decisión alimentaria en España', una radiografía sobre qué, cómo y con quién comemos los españoles, elaborada por nutricionistas del CEU y Fundación Mapfre.
Seis de cada diez españoles desayunan solos y lo mismo hacen la mitad a la hora del bocadillo o de la merienda. La soledad rodea también las comidas de una cuarta parte de los ciudadanos y las cenas de más del 20%. Es un fenómeno «preocupante» que crece a un ritmo desbocado, sobre todo entre los más jóvenes, como lo demuestra que haya 20 puntos más de comensales solitarios de media que en 2015, detalla Gregorio Varela, catedrático de Nutrición en la Universidad San Pablo-CEU y director del estudio.
Pero la tendencia cuenta con un segundo elemento que la empeora. Pese a que el 62% y el 75% de los españoles dicen comer y cenar, respectivamente, en familia, lo cierto es que la mayoría también lo hacen solos y con bastante desinterés por la ingesta. Algo más de la mitad comen y cenan sin conversación y mirando pantallas, móviles u ordenadores, pero sobre todo televisión. Las familias que comen al estilo tradicional, sentados en una mesa y charlando, son la mitad de los entregadas a las pantallas. Ni siquiera sumándoles a los que aún sin conversar se alimentan saboreando con atención la comida alcanzan a los de la mirada fija en la televisión o el teléfono.
Varela y su equipo consideran esta nueva realidad un riesgo para la salud. Compartir socialmente la comida se vincula con dietas más sanas y ricas y personas más felices. Peligros que se multiplican si la alimentación queda subordinada a la atracción de las pantallas, pues ese hábito se relaciona abuso de precocinados y ultraprocesados y con una vida más sedentaria, todos factores de riesgo de males como la obesidad, la diabetes o las dolencias cardiovasculares.
La pandemia y las crisis económicas que la han sucedido han cambiado los hábitos alimentarios españoles, tanto para bien como para mal. En el lado positivo están los efectos de la proliferación del teletrabajo, una práctica que realizan con cierta regularidad el 45,6% de los españoles, casi el triple que antes del confinamiento. Quienes se benefician de ello están comiendo más en familia y le dedican más tiempo, por lo que cocinan más, consumen más frutas, verduras y legumbres y menos fritos, precocinados y bebidas alcohólicas. Vamos, que casi bordan la recomendación de los nutricionistas. El matiz es que este grupo privilegiado está compuesto en su mayoría por jóvenes de grandes ciudades y rentas desahogadas.
La otra cara de la misma moneda son el tercio largo de españoles a los que la crisis pospandémica ha recortado los medios de subsistencia. Su dieta se ha deteriorado mucho. El grueso lo forman familias de rentas bajas y hogares numerosos, con cinco o más residentes, donde suelen vivir niños y ancianos. Están encadenados a las ofertas y los productos baratos pero poco nutritivos. Racionan los alimentos frescos (frutas, verduras, carne o pescado), compran más precocinados y un 14% ha tenido que engrosar las colas del hambre.
Un tercer punto llamativo del análisis es el avance, aunque lento, de una conciencia alimentaria más sostenible, respetuosa con el medio ambiente y enfrentada al calentamiento global. La mayoría de la población le concede importancia a este concepto, aunque no llegan a la mitad quienes están dispuestos a pagar más por alimentos sostenibles. Su apuesta se centra sobre todo en evitar el desperdicio y reciclar los envases, algo que dicen procurar ocho de cada diez. La mitad asegura que desecha menos del 10% de la comida que compra y tres de cada diez afirman que no tiran nada. Para lograrlo planifican más las compras para evitar excesos, sobre todo de alimentos perecederos, y las sobras las congelan o las usan para ensaladas o en otras recetas.
Los españoles tienen una buena percepción de sus capacidades culinarias –califican con un 6,91 de media su pericia para cocinar– y los hombres que se encargan de preparar la comida, el 36,8%, son bastantes más que hace cinco años, aunque siguen sumando justo la mitad que las mujeres que hacen lo propio.
Los hábitos de compra han mejorado algo en este lustro. Pese a lo que lo que más preocupa a los ciudadanos cuando van a la tienda es el precio y la fecha de caducidad, hoy son más quienes huyen de los ultraprocesados y buscan productos más saludables, con menos azúcares y grasas saturadas. También se acelera el descenso de las visitas a mercados tradicionales y tiendas de barrio y se incrementa el recurso a los hipermercados para el fondo de armario y a los supermercados para los productos frescos.
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