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Isabel Sola lleva veinticinco años estudiando los coronavirus. Por eso le sorprende el comportamiento «extraordinario» de este SARS-CoV-2, menos mortal en valores relativos pero mucho más contagioso que sus «parientes cercanos». Así se refiere a otros virus similares, como el SARS-CoV y ... el MERS-CoV: una familia de siete miembros conocidos que nunca había dado tantos problemas como hasta ahora, cuando uno de ellos ha puesto el mundo patas arriba. Esta doctora en Biología Molecular, que trabaja como directora del laboratorio de coronavirus del Centro Nacional de Biotecnología del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CNB-CSIC), recuerda que «nadie está libre de tener una infección severa» y advierte de que «el virus no se ha ido, aunque sea normal que queramos reunirnos en Navidad». La investigadora también comprende «el escepticismo» generado en torno a las vacunas, dudas que dejarán de tener sentido en cuanto reciban la aprobación de las agencias del medicamento, y reprocha la gestión política de la pandemia: «Sería una buena ocasión para llegar a acuerdos».
–¿Cómo va el proyecto de vacuna que lidera?
–Un poco por detrás de otros candidatos. Tenemos previsto hacer experimentos en ratones en las próximas semanas. Será clave para saber si puede funcionar. Hemos probado su eficacia frente a otro coronavirus y creemos que se comportará de forma parecida, pero hay que demostrarlo. Ahora tenemos que inmunizar a los ratones, esperar un mes para que generen una respuesta inmune y luego infectarlos con un virus que en condiciones normales los mataría. Si la vacuna funciona, sobrevivirán. Luego se pasaría a primates no humanos y, si todo sigue bien, llegaremos a los ensayos clínicos con humanos.
–¿Qué distingue a este coronavirus de otros?
–Hay siete coronavirus humanos. Cuatro causan infecciones leves, como resfriados comunes, y tres provocan infecciones que pueden ser mortales. El virus no mata porque se multiplica, sino porque produce reacciones que causan daños. A eso lo llamamos genes de virulencia. Los coronavirus que causan infecciones leves no tienen genes de virulencia que originan inflamaciones severas. Entre los tres tipos de coronavirus que pueden ser mortales porque sí tienen esos genes de virulencia están el SARS-CoV, que circuló unos meses y desapareció; el MERS-CoV, que genera infecciones en humanos y camellos, y el SARS-CoV-2, que es el coronavirus actual. Los tres pueden causar la muerte porque llevan a inflamaciones fuera de control. Lo que diferencia a este coronavirus de los otros dos es su capacidad extraordinaria de transmitirse incluso entre personas asintomáticas. Por eso se ha convertido en pandémico.
–¿Por qué se transmite con tanta facilidad?
–Aún no conocemos los mecanismos exactos. Se postula que tiene una proteína con propiedades diferentes que le permite infectar de forma eficiente y entrar en distintos tejidos, no sólo en el pulmón.
–¿No habría cabido esperar, dado que a los virus no les interesa eliminar a sus huéspedes, que hubiera perdido virulencia en los últimos meses?
–En realidad no es tan virulento. El SARS-CoV, que es su pariente más cercano, tenía una mortalidad del 10 por ciento en jóvenes y el 50 por ciento en mayores. La mortalidad media del MERS-CoV es del 30 por ciento. Y este coronavirus sólo tiene una mortalidad de entre el tres y el cuatro por ciento. Como infecta a tantísima gente, el número de muertes que causa en valor absoluto es muy alto. Pero la mortalidad relativa, expresada en porcentaje, no es tan alta. En ese sentido, es un virus que está bien adaptado. El 80 por ciento de las personas que se contagian son asintomáticas o tienen síntomas leves. La infección sólo se vuelve severa en el 20 por ciento de la población. No es un virus como el ébola, que tiene una mortalidad de más del 60 por ciento.
–Así que hemos demonizado el impacto del virus cuando lo más cruel es su capacidad de transmisión.
–Eso es. Y cuanta más edad, más severas pueden ser las complicaciones. Aunque hay personas jóvenes que tienen patologías previas, como problemas cardíacos o diabetes, que pueden tener cuadros graves. Como no controlamos todos los mecanismos del virus, también hay gente joven y aparentemente fuerte que, sin patologías previas, desarrolla una infección severa. Eso ocurre porque también hay factores genéticos que se nos escapan. Nadie está libre de tener una infección severa, por mucho que uno se sienta joven y fuerte. Hay determinados casos en los que, contra todo pronóstico, personas jóvenes y sanas sufren infecciones graves.
–Y nadie sabe por qué. Supongo que ese desconocimiento debe de ser una tortura para cualquier investigador.
–Es una constante, en realidad. Un virus es algo pequeño, aparentemente insignificante, pero lleva años desentrañar los mecanismos por los que hace lo que hace. En los primeros meses describimos lo obvio, lo más sangrante. Ahora empieza la investigación pausada y analizamos estudios genéticos para saber qué factores intervienen. Tardaremos mucho tiempo en conocer del todo a este virus.
–Recientemente se ha anunciado que Moderna ha pedido permiso a la Comisión Europea para comercializar su vacuna. ¿Les sorprende esta rapidez?
–Esta situación no tiene precedentes en el último siglo. Muchas de las cosas que están sucediendo no son habituales. Las vacunas candidatas de Moderna y Pfizer, por lo que han comunicado, están dando resultados esperanzadores. Ahora habrá que revisar los detalles. Todos estamos esperando a que salgan las publicaciones con los datos concretos, más allá de las notas de prensa.
–¿Qué le parece la guerra de cifras en la que han entrado las farmacéuticas, con anuncios casi diarios sobre una eficacia cada vez mayor?
–Distinguiría la parte científica, que corresponde al desarrollo de la vacuna y los ensayos, de los objetivos empresariales de cada farmacéutica. La parte comercial no debe empañar el hecho de que los resultados científicos sean positivos, aunque insisto: de momento, no tenemos más que las notas de prensa. Ahora habrá que revisar la letra pequeña de cada ensayo. Pero el uso comercial de los resultados que están obteniendo no debe llevarnos a desconfiar de la seguridad y la eficacia de las vacunas.
–¿Se pondría usted alguna de estas vacunas mañana mismo?
–Todavía no. Aún no han publicado los detalles sobre su eficacia en los diferentes grupos de edad, por ejemplo. Pero en el momento en el que estén aprobadas, y por deformación profesional cuando vea las publicaciones, desde luego que me la pondré.
–¿Percibe mayor resistencia a ponerse la vacuna o no es más que la corriente negacionista que surge en cada crisis sanitaria?
–Es humano dudar de aquello sobre lo que no tenemos evidencias. Cualquier persona que se cuestiona las cosas se preguntará si las vacunas son seguras o si todo forma parte de una estrategia para conseguir titulares. Entiendo el escepticismo. Pero también tiene que haber confianza en los protocolos: para que estas vacunas sean suministradas, no basta con que una compañía diga que su producto es muy bueno. Han de pasar la revisión de las agencias del medicamento, que llevan muchos años trabajando con rigor. Son estas agencias las que aprobarán o no la comercialización de las vacunas en función de requisitos inexcusables de seguridad y eficacia. Un mensaje publicitario no es suficiente para que nos vacunemos, es cierto, pero existen procesos de verificación que, superados, ofrecen todas las garantías. Y todo está funcionando con bastante transparencia. Hemos visto los resultados de los ensayos clínicos casi a tiempo real. No se puede confiar a ciegas, pero sí cuando haya evidencias suficientes. Si la incredulidad persiste pese a las evidencias comprobadas por agencias reguladoras y por la comunidad científica, ya sería preocupante. Es una posición que iría en contra de las evidencias.
–Pero sorprende tanto escepticismo en torno a las vacunas. Nadie cuestiona los medicamentos recetados por médicos y distribuidos por las farmacias.
–Porque en ese punto, los medicamentos ya están aprobados. Han pasado una serie de controles que les han dado un sello de seguridad frente a la patología a tratar. Aún no hemos llegado a ese punto. Por eso tiene sentido cierto escepticismo. Pero cuando llegue la aprobación dejará de tenerlo. Sería difícil de explicar.
–¿Se imaginaba en febrero lo que nos iba a deparar esto? El virus nos ha llevado la delantera siempre.
–Al principio, cuando se identificó un coronavirus que causaba neumonías, todos tuvimos la tendencia natural a pensar que iba a parecerse a su primo hermano, el SARS-CoV, que originaba patologías muy severas pero pudo llegar a contenerse porque no tenía una transmisión tan extraordinaria como ésta. Pero resulta que se transmite infinitamente mejor, también entre asintomáticos. Por eso nos ha llevado la delantera: porque se ha movido sin que lo viéramos. No sabíamos que podía ser así. Tiene la habilidad de infectar de forma silenciosa. Por eso va por delante. Es complicado alcanzar una transmisión tan eficaz.
–¿Y está claro cuál es el origen?
–Está claro que viene de murciélagos, como tantos otros virus de la misma familia. Pero no podemos excluir que haya hospedadores intermedios por los que el virus se haya transmitido de murciélagos a humanos. Se propusieron los pangolines, pero no es el caso.
–¿Esa primera transmisión pudo ser alimentaria?
–Los coronavirus crecen en los intestinos de los murciélagos y no les causan problemas. Puede estar en las heces, por ejemplo: se han descrito casos en China de cuevas llenas de murciélagos donde la gente entra a limpiar, explotar minerales o recoger guano. Muchas de esas personas han desarrollado neumonías. Puede ser que haya virus en las heces. Los virus se inactivan con el calor. Aunque tomes sopa de murciélago, al cocinarlos deberían haberse desnaturalizado las proteínas y la infectividad se habría perdido. Si se cocina en condiciones normales, no tiene por qué haber infección. Salvo que sea sushi, por ejemplo. Pero la hipótesis de las heces y la transmisión aérea parece una posibilidad más factible.
inmunidad
asintomáticos
–¿Qué le parece que se haya politizado la gestión de la pandemia?
–Supongo que es inevitable. La pandemia está afectando a todos los niveles de la sociedad, pero creo que es importante identificar cuál es el problema y de dónde viene la solución. Hay que tomar decisiones políticas, pero tiene que haber un bien común: disminuir el impacto sanitario, social y económico del coronavirus. Sería una buena ocasión para llegar a acuerdos, sin matices políticos. La solución es científica, y eso está más allá de los colores políticos.
–El equilibrio entre salud y economía supone un reto complicado.
–La pandemia tiene un efecto en la salud individual pero también en la salud pública: cualquiera puede contagiar a otro. Por eso limitamos los contactos. ¿Cómo mantener una actividad económica normal cuando hay que preservar la salud pública? No se puede hacer sin impacto, pero hay que tomar medidas como limitar las concentraciones, porque aumenta el riesgo; mantener la distancia; hacer turnos para que no haya hora punta en el transporte público; practicar test frecuentes para identificar positivos asintomáticos... Hay que minimizar el impacto de la infección en la economía, y eso se consigue a través de las medidas de prevención. Hay que tomar medidas no sólo institucionales, sino empresariales, sociales y personales.
–¿Convivirán distintas vacunas? La demanda será tan alta que no parece posible que una o dos farmacéuticas cubran todas las solicitudes de compra.
–No existe una vacuna perfecta. Cada una tiene sus cualidades y funciona mejor o peor en según qué grupos de población. Distintos candidatos pueden ser complementarios. Y, ahora que se necesita una producción masiva, que se desarrollen en paralelo puede contribuir a que la inmunidad llegue a todos los rincones del mundo en el menor tiempo posible.
–¿Cuándo cree que encerraremos las mascarillas en el cajón?
–A corto plazo no. Aunque se aprueben las primeras vacunas, la distribución será progresiva. Y mientras no haya una inmunidad colectiva, todos somos vulnerables. Creo que al menos durante el primer semestre de 2021 seguiremos usando mascarilla, y tal vez durante el resto del año.
–¿No nos libraremos ni en verano?
–Ojalá ya no haga falta. Nunca se puede excluir que el virus, que es cambiante, pueda atenuarse. Es una posibilidad que está ahí, aunque sea imposible de predecir. Pero lo que sucede ahora es que el virus, en la medida en que encuentra gente que no es inmune, contagia. La manera de evitar contagios es no dar ocasión al virus para transmitirse, y eso se hace con mascarillas y distancia, o aumentando la inmunidad de la población. Pero no puede vacunarse al 70 por ciento de la población mundial en tres meses. Es inviable. La inmunidad tardará, pero llegará.
–¿Confía en que la pandemia haya concienciado a los gobiernos sobre la importancia de aumentar la inversión en ciencia?
–Como especie, los seres humanos hemos avanzado de una manera espectacular, pero no dominamos la naturaleza. Y los virus están en la naturaleza y pueden emerger en cualquier momento. Ante un virus nuevo, no hay soluciones que no procedan de quienes exploran lo nuevo, que son los científicos. En algún momento vendrá otra pandemia. Es casi una certeza. Y debemos estar preparados de alguna forma. Y eso se hace vigilando virus en reservorios naturales.
–Entiendo la posición científica, pero no sé si son conscientes de que mucha gente acude a sus declaraciones buscando un halo de esperanza y no lo encuentra.
–La ciencia se mueve siempre con incertidumbre. Quieres encontrar respuesta a una pregunta y propones un experimento. Pero los experimentos no siempre funcionan a la primera. En la ciencia, con tiempo y recursos se encuentran soluciones. Desde la ciencia no podemos decir con certeza que habrá vacuna en un mes o un año porque los virus nuevos hay que explorarlos. Se hace lo que se puede, pero el componente de incertidumbre siempre está ahí. Aunque no funcione a la primera, cualquier resultado debe servir para rearmarse e ir por otro camino para encontrar la solución. En ese sentido, siempre hay esperanza. Porque hay caminos alternativos que explorar. En esta pandemia, es una suerte que haya tantos grupos trabajando en direcciones complementarias, poniendo su experiencia. Vendrán soluciones, de unos sitios u otros. A veces no llegan esas soluciones a la primera, pero acaban llegando.
impacto de la pandemia
inversión en ciencia
–A veces queremos respuestas inmediatas cuando no las hay.
–Estamos acostumbrados a la inmediatez, pero en la ciencia, y en la biología en particular, los tiempos no funcionan así. Un virus infecta células, que son organismos vivos: necesitas varios días, no unas horas, para ver cómo evoluciona ese organismo. Y si quieres saber si una vacuna funciona, tienes que esperar al menos tres o cuatro semanas. Las respuestas no son inmediatas. Es lo que desanima a la gente.
–Si me permite la indiscreción, ¿con cuántas personas cenará en Navidad?
–No lo tenemos claro. Vivimos en Madrid y somos una familia de cinco miembros, pero nuestros padres están en Navarra y La Rioja. Dependiendo de cómo están las cosas, viajaremos o no. Y si viajamos, nos juntaremos con el padre de mi marido o con mi madre. No creo que seamos más de seis. Si queremos quedar con amigos, lo haremos a plazos: un día con uno, otro día con otro... Es lo más prudente.
–¿Puede haber en enero o febrero un efecto parecido a la segunda ola desatada tras el verano?
–Es una hipótesis bastante posible. Sería humano también. Al ver que bajan los casos, tenemos una falsa sensación de seguridad. Pero el virus no se ha ido. Sigue saltando de una persona a otra. Es normal que queramos reunirnos en Navidad, pero no debemos perder de vista que tenemos un enemigo al acecho. Y hay que pensar que normalmente nos reunimos con abuelos y grupos de edad que son vulnerables. Debemos protegerlos.
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