Matka Wariatka. Fotolia

El hambre oculta: un tercio de los niños menores de cinco años en el mundo no está creciendo sano

Casi 200 millones de menores sufren de desnutrición en alguna de sus formas (crónica o aguda), mientras que 40 millones viven con sobrepeso

Domingo, 27 de octubre 2019, 14:18

Las hambrunas del Cuerno de África fueron una imagen icónica de mi infancia. Recuerdo que Etiopía y Somalia se turnaban en el protagonismo de aquel horror donde niños esqueléticos con vientres hinchados languidecían en alguno de los círculos del infierno de Dante. Los padres ... ochenteros utilizaban esas impactantes imágenes para que no quedara nada en el plato... y lo conseguían, acelgas cocidas incluidas.

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Este capítulo de mi memoria sentimental me hace ser especialmente sensible a lo que tenga que decir la organización dependiente de la ONU, que nunca tuvo problemas en ponerse el mono de faena cada vez que surgían este tipo de crisis. Unicef acaba de publicar un informe sobre la situación de la nutrición infantil a nivel mundial y llevaba 20 años que no lo hacía.

Todo es más complicado

Un tercio de los niños menores de cinco años en el mundo no está creciendo sano. Casi 200 millones de ellos sufren de desnutrición en alguna de sus formas (crónica o aguda), mientras que 40 millones viven con sobrepeso. En la comparativa con años anteriores vemos que cada vez menos niños pasan hambre. Esto es genérico con la única excepción de África. Pudiera parecer que el escenario mejora, pero un análisis más somero nos alerta de multitud de aristas.

La obesidad se destaca como un problema en crecimiento de orden global, África incluida, donde los países en desarrollo y las clases bajas protagonizan los números gruesos con aroma de pandemia.

¿Países en desarrollo y clases bajas?

Son varios los factores que cobijan esta aparente incongruencia. Por un lado está el obvio: la población que se encuentra en estas circunstancias no suele manejar buena información sobre nutrición, composición de alimentos o dietas equilibradas. Pero cabría pensar que en estas circunstancias, las dietas tradicionales primarían sobre los alimentos hipercalóricos. Lo cierto es que no. La optimización industrial y los bajos precios de las materias primas empleadas hace de los productos ultraprocesados una opción muy asequible casi en cualquier rincón del mundo. De hecho, el 70% de la producción mundial de este tipo de alimentos la controlan solo cien empresas. Corporaciones industriales con un enorme poder que imponen sus productos, sin problema, aprovechando la debilidad o la corrupción existente en el gobierno de estos países. Algo que se está viendo incluso en la lactancia materna: solo dos de cada cinco niños en todo el mundo se alimentan con la leche materna en los seis primeros meses de vida como recomienda la OMS y esto va a condicionar su desarrollo y sus probabilidades, por ejemplo, de desarrollar obesidad. Algo que permite a los fabricantes de leches maternizadas frotarse las manos, ya que su venta ha crecido en todo el mundo un 42%.

Podríamos pensar que el entorno rural supone una reserva de sentido común a esta plaga, pero no. Una investigación publicada hace pocos meses en Nature sitúa como epicentro de la epidemia de obesidad a las zonas rurales. El ahorro de tiempo y lo asequible de las opciones procesadas parecen ser un imán irresistible; así que en multitud de zonas del planeta se está pasando de la desnutrición a la obesidad en una suerte de enfermiza sublimación.

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El hambre oculta

Este nuevo concepto refleja una siniestra realidad en muchos sectores de la infancia a nivel mundial. Se trata de niños que no aparentan tener déficit, ya que su altura y peso entran dentro de los parámetros que abrazan la normalidad. Pero la carencia de una dieta mínimamente estructurada donde existan alimentos con ingredientes saludables en cantidad y calidad supone, en realidad, una situación de enfermedad real que puede conllevar un déficit en el desarrollo motórico y mental. Esto se traduce en multitud de problemas que hace solo unos años ni se estudiaba en las facultades de Medicina. La diabetes tipo II era algo propio de adultos y el mundo académico se escandalizó cuando se extendió en adolescentes. Ahora no es raro encontrarlo en niños. Algo parecido ocurre con otros parámetros del síndrome metabólico o, incluso, el hígado graso.

¿Qué hacemos?

Podemos pensar que esto depende de decisiones individuales y opciones dentro de la libertad personal. Pero estamos mucho más manipulados de lo que podemos llegar a intuir. La acción individual es necesaria, pero no suficiente. Algo parecido a lo que pasa cuando quieres luchar contra el cambio climático llevando una bolsa de tela al supermercado; está muy bien pero, o participan los gobiernos, o esto es imposible de encauzar.

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Es necesario que los gobiernos intervengan con medidas para dificultar el acceso a la comida y bebida insana. Más cuando el 42% de los jóvenes consume refrescos a diario y el 46% toma comida rápida al menos una vez a la semana. Es difícilmente entendible que todavía en España no se sancione o se grave, de forma enérgica, la presencia de azúcar en todo tipo de productos.

Llevo 13 años ejerciendo como profesor de Secundaria y todavía no he conocido ninguna cafetería de instituto que vendiera fruta. He visto todo tipo de chucherías y snacks hiperazucarados que no ayudaba, precisamente, ni a la concentración ni a tranquilizar los exaltados ánimos de los alumnos. En sanidad tampoco están mucho mejor, ya que las máquinas de vending en la sala de espera de Pediatría venden todo tipo de burradas.

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¿Es tan difícil?

Pues creo que no, aunque es cierto que entrar en un supermercado y ver cómo un kilo de ciruelas cuesta más que un kilo de pasteles industriales se sitúa en el terreno de lo trágico. Se me ocurre así, casi sin pensar, que se le podría poner un impuesto a los refrescos azucarados y con lo recaudado ofrecer fruta gratis en todos los centros educativos y en las salas de espera de pediatría. Igual conseguíamos unos resultados sorprendentes y plantábamos una semilla de algo importante... o igual no, pero por lo menos se vería cierta acción y buena voluntad por parte de la clase gobernante.

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