El aislamiento había comenzado mucho antes de la repatriación. Cuando comenzó a cundir la alarma por el coronavirus, los españoles en Wuhan se confinaron voluntariamente en sus casas, como gran parte de sus vecinos chinos. «Cuarentena total», recuerda Pedro Morilla, director deportivo del club ... local Wuhan Shangwen, en la sala de prensa del hospital Gómez Ulla, donde ha estado aislado desde el último jueves de enero. Catorce días «menos unas horas», como calcula María Vicenta García, jefa del Servicio de Medicina Preventiva del recinto hospitalario militar. «Estábamos en casa, controlando la temperatura, esperando la repatriación, cada día con menos paciencia», reconoce Morilla, que habla en nombre de los doce de su grupo deportivo, de las 21 personas que permanecieron en el Gómez Ulla.
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Hoy ha terminado la «vigilancia de los repatriados», como lo llama Fernando Simón, director del Centro Coordinador de Alertas y Emergencias. El final de la cuarentena coincide con que el virus pierde fuerza a nivel global, aunque la nueva forma de contabilizar los casos en China dé una impresión contraria. «Está claramente en descenso», dice Simón, al mando de la operación de aislamiento que duró «dos días más de la transmisión usual de este virus, que es de doce».
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«Habían pasado días difíciles y queríamos que se sintieran bien», asegura García. «Debíamos pensar en estas personas, que estaban sanos pero a las que les debíamos prestar un servicio de asistencia médica y humano». La atención mereció un «agradecimiento de por vida», en palabras de Morilla. «Hemos comido fenomenal. Ha sido mucho más llevadero de lo que en un principio podíamos imaginar».
Asistidos por el personal de la planta 22, especializada en los casos de aislamiento, en turnos de cinco personas, los recién llegados ocuparon sus habitaciones en la 17. «La situación era complicada», reconoce Pilar Cadenas-Alonso, coordinadora de Enfermería de la Unidad de Aislamiento de Alto Nivel, quien comandó a un personal que se ofreció voluntario para la tarea. Al llegar, se les ofreció distintas formas de entretenimiento: juegos de mesa, televisión, radio, internet. Tenían sus espacios individuales y unas salas de estar para compartir el tiempo. «Daban largos paseos, hablaban mucho entre ellos, sonreían», describe Cadenas-Alonso.
Dentro de los servicios a su disposición estaba el psicológico. Ninguno lo solicitó. «Se apoyaron entre ellos», sostiene García. «Hicieron una piña». El gran temor del personal a cargo era que un buen día alguno dijera la temida frase: me quiero ir. Tampoco sucedió. Entre ellos se han despedido como amigos, siempre con la vista puesta en Wuhan. «Algunos pasarán una temporada aquí, pero la mayoría dice que va a volver en cuanto pueda», afirma Cadenas-Alonso. «Tienen su vida allí».
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«Ojalá pase pronto y podamos regresar a la alegre ciudad que conocemos», dice Morilla, mientras su compañero del cuerpo técnico Oliver Cuadrado asiente a su lado. En su equipo hay más de 700 niños y «ninguno ha contraído el virus», sostiene Morilla. Tanto el personal médico y sanitario como las personas confinadas inciden una y otra vez en el mensaje: llegaron sanos y se van sanos. «Cuando lleguen a sus casas y a sus pueblos, les pueden dar la mano y abrazar», insiste. «Que los niños sigan jugando con ellos», hace referencia a los menores de edad que también estuvieron recluidos en el hospital, junto a sus padres, y de los que no ha trascendido ningún detalle.
Durante las dos semanas se les controló la temperatura tres veces al día para identificar el primer rasgo de esta enfermedad que tiene una letalidad de «un paciente por cada 462», lo que significa una mortalidad del 0,2%, según datos de Simón, aunque en Wuhan se eleva a un 3%. «En España no se ha producido ninguna transmisión», se felicita Simón. «Hasta ahora no hay riesgo de infectarse».
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En el hospital madrileño, desde cuyas ventanas se puede ver el populoso y luminoso Carabanchel, la jornada comenzaba con la visita de un médico especialista, que les preguntaba cómo estaban y si sentían algún tipo de síntoma. En todo ese tiempo sin salir de la planta de «movimientos restringidos», las respuestas siempre fueron negativas. Jamás fueron considerados pacientes. Ni siquiera se les abrió un expediente de ingreso, explican en el hospital. Excepto a uno. Padeció un tipo de artritis conocido como 'gota', y se le trató.
Después de esa primera visita y del desayuno, «hacían lo que les apetecía, siempre respetando las normas, que alguno llamó los 'once mandamientos'». «Nos vamos con diploma incluido», ironiza Morilla, por el certificado del director del hospital donde se especifica que han pasado el periodo de vigilancia. Morilla concluye: «Nos podéis dar besos y abrazos sin peligro».
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