

«Con tanto escaparate de madres perfectas, muchas mujeres nos sentimos impostoras en nuestra propia maternidad»
La pediatra malagueña publica 'Cierra la boquita que te vas a resfriar«, un tratado sobre los mitos y leyendas sobre la crianza y la salud infantil escrito con humor y rigor científico
Marta Garín es una pediatra «moderna, pero no Mr. Wonderful», como ella misma se presenta. No lleva bata blanca, sino vestidos de colores y camisetas ... con mensaje. En su consulta -la misma que su padre atendía en la calle Carretería y que ella reabrió hace unos años- habla claro, regala pegatinas y combate con ferocidad las falsas creencias sobre la salud, las enfermedades de los niños y la maternidad. De su «ansia viva» por la divulgación nace su primer libro, 'Tápate la boquita que te vas a resfriar«, una recopilación de »mitos, leyendas y otras historias para no dormir« sobre la crianza desmontados con humor y rigor científico. Desde los biberones de manzanilla hasta los collares de ámbar, hay mitos inocuos, como la cebolla para la tos, y otros muy peligrosos como los que hay contra las vacunas.
-¿Cómo están de informados o desinformados los padres de hoy? ¿Los mitos y creencias erróneas sobre la salud y la crianza de los niños siguen igual de presentes?
-Sigue habiendo mogollón de problemas y de dudas con mitos relacionados con los niños y la crianza. Diría que hay dos grupos grandes de mitos. Por un lado, los de toda la vida, los de la abuela, que ahí siguen, perennes; esos no entienden de nivel cultural ni económicos, se mantienen ahí, a muerte. Y luego hay nuevos mitos que se generan en las redes sociales, con las 'instagramers', 'influencers' y demás. Y paradójicamente, es gente de un nivel cultural más alto la que tiene más problemas con este tipo de mitos. Por ejemplo, hay gente que está súper informada de nutrición, pero le pone collares de ámbar a los niños o incluso que es antivacunas.
-¿Se nos está yendo de las manos toda esta tendencia de la crianza natural? Buena parte de los nuevos mitos relacionadas con la crianza se generan en ese entorno.
-Sí, es así. Bueno, que la crianza debe ser con apego está claro, ¿cuándo no lo ha sido? Lo que pasa es que ahora, cuando alguien te dice: «No cojas tanto al bebé en brazos», te sientes legitimada al decir: «Mira, yo a mi hijo lo cojo en brazos todo lo que quiera, porque además es bueno para él». Esa parte es buena, pero también hay un poco de sobreprotección, de no querer que el niño se ensucie, eso también lo veo cada vez más. Todos los problemas de alergia que estamos teniendo ahora los están relacionando con un exceso de higiene. Y luego está la etiqueta de «crianza natural» que es una cosa que duele un poco, porque ¿mi crianza es menos natural porque yo no entro en este juego? Yo no tengo por qué seguir exactamente los pasos de eso que consideran «crianza natural» para poder decir que mi maternidad es natural. Y dentro de toda esta corriente de «lo natural», viene lo de: «No quiero fármacos y recurro a homeopatía», que es algo que no tiene absolutamente ninguna evidencia científica. O lo de «No quiero fármacos, pero sí que le pongo al niño un collar de ámbar para los dientes». O «No quiero fármacos, pero le doy polivitamínicos a mi hijo». En fin, ahí hay un doble rasero, una hipocresía. Porque no quieres que las farmacéuticas, que parecen el demonio, entren en tu casa, pero estás recurriendo a remedios que no tienen evidencia ninguna y que son una estafa; eso hay que decirlo así de claro. Tú no puedes diluir en un agua con azúcar algo tropecientas mil veces y pretender que eso tenga ningún efecto.
-Cada vez proliferan más productos y negocios relacionados con la crianza: 'baby-led weaning', calzado respetuoso, porteo, metodología Montessori... Incluyendo algunas terapias llamadas 'alternativas o naturales' que suenan un poco a estafa. ¿Los padres son carne de cañón para el marketing?
-Cada día te sorprendes más. Me han hablado de formas diagnósticas que llegan a incluir no sé qué de un «humo de colores»... ¿Pero de qué me estás hablando, de brujería? Y ojo, que es gente que a veces se llama médico o sanitario. Las cuevas de haloterapia, balnearios que prometen un montón de cosas... En torno a los cólicos del bebé, por ejemplo, ¿cuánto negocio se ha generado? Es brutal. Claro, tú juegas con la ansiedad de unos padres primerizos que dicen: «Yo quiero una solución para esto y la quiero ya». Y la industria dice: «Estupendo, me pongo a trabajar ahora mismo. Voy a hacer un teatro que te cagas y te voy a vender un producto». Luego llegamos los médicos y tenemos que decirle a esos padres que esto es evolutivo, que a día de hoy las causas concretas de este cólico no las conocemos, pero sabemos que probablemente tengan que ver con la inmadurez del sistema digestivo. Así que yo les voy a acompañar, voy a estar atenta a que esto no sea más intenso de lo normal, por si hay que descartar una alergia a la proteína de la leche de vaca o alguna otra cosa... pero no les puedo ofrecer un tratamiento farmacológico. Les hablas de cambios de hábitos, les hablas de porteo, les hablas de masajitos en la barrigota, les hablas de fisioterapia... y eso les parece más engorroso que irse a una sesión de osteopatía o que darle unas gotitas de algo homeopático. La gente busca la solución inmediata.
-¿Cuáles son para usted las líneas rojas en esto de los mitos? Porque hay algunos que parecen inocuos, o casi, y otros son peligrosos.
-Yo la información siempre la doy. Luego el niño es tuyo y no puedo obligarte, pero quiero por lo menos que estés informado. Cuando a unos padres les digo que el colacao es malo y flipan y dicen: «¿Pero cómo es posible?», pues yo se lo explico, y se lo repito en la siguiente consulta, y les voy dando toquecillos. Ahora, ¿tú le quieres seguir dando colacao? Pues no puedo hacer nada más. Pero yo me lo tomo en serio, igual que cuando veo bebés con joyas, con esclavas de oro: les digo que se pueden hacer daño, que es muy peligroso. Y con las vacunas sí que me esfuerzo todo lo que puedo y saco todo el arsenal. Porque las vacunas salvan vidas.
«Los mitos de toda la vida, los de la abuela, se mantienen y conviven con los nuevos mitos que se generan en Instagram»
-¿Los antivacunas son particularmente difíciles de convencer?
-Sí, porque ellos han leído mucho y vienen muy armados. Entonces, hay que cuestionar qué han leído, cuáles son las fuentes y si eso realmente tiene una autoridad científica. Tienes tú que armarte más. Es verdad que cuando lo han decidido, hay muy poco margen de maniobra. Pero cuando logras que cambien es muy guay, muy satisfactorio. Hay algunos que dicen: «Mira, lo hemos pensado y le vamos a poner las obligatorias, las del centro de salud». Pues estupendo, yo me doy por satisfecha. O muchos que te dicen: «No quiero ponerle vacunas a los dos meses, voy a empezar un poco más tarde». Bueno, no es lo ideal, pero por lo menos vas a vacunar. Y muchas veces llegas a un entendimiento. De hecho, yo creo que hoy en día no tengo ningún paciente que sea antivacunas total. Algunos han venido diciendo: «¡No creemos en las vacunas!», como si fuera cuestión de fe... Pero luego se han reconvertido. A mí eso sí me satisface mucho.
-Hablando de vacunas, la novedad de este año es la de la bronquiolitis para bebés menores de seis meses.
-Sí, la del virus respiratorio sincitial (VRS). Se pone en el centro de salud, de forma gratuita y universal, a todos los recién nacidos y a todos los menores de seis meses. Es un anticuerpo monoclonal, que ya se utilizaba para el VRS en pacientes de riesgo, por ejemplo, prematuros o cardiópatas. Con estos anticuerpos tenemos bastante experiencia y ahora lo que se ha hecho es utilizar de forma universal para menores de 6 meses otro anticuerpo monoclonal que es el Nirsevimab. El VRS es un caballo de batalla 'heavy' en la pediatría, se lleva vidas por delante, provoca mucha morbimortalidad y es lo que nos llena las UCI infantiles en invierno. Si realmente esta vacuna va bien, que lo lógico es que sí, lo vamos a notar en las cifras de ingreso en las UCI.
-¿No se puede poner este anticuerpo a niños mayores de 6 meses, aunque sea pagándolo?
-No. Hay gente que tiene niños con bronquitis de repetición que pregunta por si le puede poner la vacuna, pero es prácticamente imposible acceder, porque además de que no se comercializa así, el precio de venta estaría en torno a los 800 euros. Ahora mismo sólo se administra a menores de seis meses, ya no sé si a futuro se va a financiar a más grupos poblacionales.
-Confiese: ¿usted ha caído víctima de algún mito?
-Sinceramente creo que no, pero ¡yo no vivo sola! Me paso la vida divulgando, y aun así llego a casa aun día y veo que el padre ha comprado un champú de árbol del té, que estoy harta de decir que no son efectivos para prevenir la aparición de piojos... O los temas de nutrición con la abuela... Mi madre, por ejemplo, les daba bollitos de leche en los niños todos los días y yo, que soy gorda de toda la vida y tengo mucho cuidado con la alimentación, le decía: «Mamá, eso es bollería». Y me decía: «¡Anda ya!» O mi padre con los zapatos: yo a mis hijos no les puse zapatos jamás hasta que empezaron a caminar, y a mi padre lo traía negro: «¿Es que no tienes dinero para zapatos?» Recuerdo que una vez fuimos al pueblo de mi pareja y una señora que no conocía de nada me metió un billete de 10 euros en el bolsillo para que le comprase unos zapatos al bebé.
-Hablando de mitos, ¿qué me dice del de la madre perfecta y toda la culpa que genera?
-Totalmente de acuerdo. Yo recuerdo mi infancia y mis padres han estado conmigo, han jugado conmigo... pero no se parece en nada a lo que se me exige hoy en día como madre. Ya no te hablo de los pacientes que veo, te hablo de mis propias culpas. Yo lo paso fatal. Yo, que decido ser autónoma empujada por las circunstancias; que llego a casa tardísimo, que mi hijo llora diciendo que nunca me ve... Me siento culpable a todas horas. Soy la madre que nunca va al colegio a recoger a los niños, la única que falta en el grupo de WhatsApp de la clase. Y claro que me siento mal. Siempre sientes que estás fallando y la sensación continua de que estás a medias en todas las parcelas de tu vida es muy difícil de sostener. Nosotras vivimos ahí; vivimos haciendo un equilibrio imposible y vivimos escindidas, porque hay trozos de mí por todas partes, en un montón de tareas diferentes, y nunca me completo. Eso te da una sensación de pérdida de control y de fracaso brutal, que yo la vivo. Y luego ya ni hablemos de dónde estás tú; de dónde en toda esta historia queda algo de ti. Es una exigencia brutal y creo que las redes y todo ese escaparate de madre divina que se proyecta hace muchísimo daño. Esas madres de Instagram que están rebuenas, vestidas todas en tonos 'nude', maravillosas...
-...Esas que tienen la casa perfecta, hacen magdalenas saludables y sólo tienen juguetes de madera.
-¡Sí! Y por supuesto entrenan, se van a hacerse las uñas, se ponen extensiones de pestañas, van a eventos... Pero además, están jugando con sus hijos cándidamente toda la tarde y para Halloween les hacen unos disfraces que lo flipas. Entonces tú ves esa imagen y luego comparas con tu vida y te ves ahí, sucia, sin hacer deporte desde ni se sabe, con un niño recolgado de una pierna, que le has gritado a la otra porque estabas en una videoconsulta y se ha escuchado: «¡Que alguien me limpie el culo!»... Y dices: «Yo soy un fracaso, lo estoy haciendo mal». Además eso atenta directamente contra una cosa tuya tan profunda, tan instintiva, que es pensar: «Fallo en la crianza, fallo como animal». No creo que haya un ataque más grande a una madre que hacerla sentir mala madre. No te recuperas de eso. Y estamos arrastrando a las madres a sufrir el síndrome del impostor, porque nos sentimos impostoras en nuestra propia maternidad. Alguien tendría que poner orden ahí.
«La tendencia que opina que la lactancia debe ser prolongada es igual de beligerante que la que dice 'biberón cada tres horas'. La maternidad debe ser libre»
-Usted tiene una trinchera desde la que combatir esto en su consulta. ¿Cómo se ayuda a una madre que llega con ese síndrome de la impostora y esa sensación de fracaso?
-Yo, desde luego, trato de empoderar en las consultas a las mamás y también me muestro yo imperfecta, que creo que eso ayuda también. Y sobre todo animo a disfrutar de esta etapa, que pasa muy rápido y a veces con tanta preocupación sobre mil cosas no nos permitimos disfrutarla.
-¿La maternidad ha cambiado su forma de ejercer la pediatría?
-Cambia, cambia un poco la sensibilidad. Yo siempre he sido muy empática, cuando era estudiante, que me quedaba a hablar con con la abuelilla que se había partido un brazo y los médicos me decían: «¿Tú que vas a ser, médico o psicóloga?» Porque eso está muy denostado en medicina. O sea, que yo ya era así, pero cuando eres madre ya ves el conjunto completísimo y sabes que los miedos de la persona que tienes enfrente son tus miedos propios. Y hay veces que esa distancia entre médico y paciente la traspasas. Y yo he abrazado a madres aquí y he dejado que lloren tranquilas y hemos hablado incluso de cómo nos va con las parejas. Eso te humaniza, te hace más cercana, pero además a ti también te enriquece un montón porque creas una pequeña comunidad. Yo aquí, en la consulta, hago eso. Me acuerdo mucho de una madre que tuve hasta que decirle: «Oye, que tú tienes derecho a ducharte todos los días». Esa mamá a la que yo veía tan perdida, tan sobrepasada, hoy en día la veo y es una tía feliz. Así que sí, yo comparto cuáles son mis miedos y cuáles son mis fracasos, no me da vergüenza contar cosas personales, tanto en consulta como cuando hago divulgación, en mi blog.
-En relación a todo eso, siempre me llaman la atención las reacciones tan furibundas que se generan por decisiones que toman las mujeres relacionadas con la maternidad: el parto, la epidural, la lactancia... Por ejemplo, la que se lio con Cristina Pedroche cuando habló del hipnoparto y después cuando compartió una foto que mostraba su recuperación física después de parir... ¿Por qué tenemos todos esa necesidad de opinar, de inmiscuirnos en algo tan privado?
-Es que parece que hay alguien que reparte carnés de madre y que hay una serie de ítems que tú los tienes que cumplir y si no, no eres madre. Eso lo hacen a veces hasta las sociedades científicas, por ejemplo con la lactancia materna. Toda la tendencia que opina que la lactancia debe ser prolongada es igual de beligerante que la que te dice que biberón cada tres horas. Yo creo que la maternidad tiene que ser libre, que la madre, normalmente, salvo que haya un problema mental, va a hacer lo mejor para su hijo. A partir de ahí podremos asesorar, informar, pero la libertad la tiene ella. Yo cuando viene una madre y me dice que no va a dar el pecho, le digo: «Muy bien, es una decisión tuya y no pasa nada; vamos a ver qué leche de fórmula elegimos». Es que en esos casos ni entro a hablar de los beneficios de la lactancia materna, porque una madre que se sienta enfrente y te dice que no va a dar el pecho ya lo ha pensado, no me está preguntando. Hombre, hay otras cosas que sí se discuten, como las vacunas. Pero en esto de la crianza no, yo no tengo derecho a meterme. Respecto a los pospartos, pues volvemos a lo mismo de antes: se ha generado un escaparate. A la que se siente mal le jode ver a la otra que está de puta madre, y la que está de puta madre dice: ¿por qué no voy a enseñar mi cuerpo si yo me lo he currado? En fin, que somos muy malos y juzgamos los cuerpos de los demás. Yo era un escombro, mi puerperio era un asco. Así que si veo a otra con las pestañas postizas y el cuerpazo pues a lo mejor me toca la moral... Pero no creo que esté haciendo nada malo.
«La pandemia fue un desastre para la salud mental de los niños; les tratamos como tontos y no hay nada peor que ocultarles cosas»
-Aumenta la incidencia de problemas de salud mental en niños y adolescentes, ¿tiene una opinión formada sobre las posibles causas?
-No estoy muy empapada del tema, la verdad. Piensa que al pediatra lo abandonan pronto. Aunque nosotros teóricamente vemos niños de hasta 14 años, la gente muchas veces deja de venir cuando el niño es más mayor y piensa que ya está todo hecho. Pero los pediatras somos un sitio maravilloso para ver al niño de forma conjunta. Eso no te lo va a dar luego la medicina adulta. Y creo que esto va en relación con ajustes de expectativas, igual que nos pasa a los adultos. Es que a veces pensamos que los niños ni sienten ni padecen. Piensa que el consumo que hacen de redes sociales no se acerca al que hacemos nosotros. Y nosotros no estuvimos expuestos a esa presión extra. Yo creo que eso también tiene que influir. La sensación de desconexión o de incomprensión, de estar más solo que nunca en un momento en que todo el mundo está conectado... Han cambiado las formas de relacionarse y seguramente eso genera cierto sentimiento de soledad. Y luego, la pandemia, que fue desastrosa, porque tratamos a los niños como tontos. Y los niños no son tontos; los niños se enteran, saben de qué estás hablando. No hay nada peor que ocultarle cosas a un niño. Yo a los papás se lo digo: si se ha muerto la abuela no puedes engañar al niño. Vamos a preparar la información para que lo entienda, pero no le vamos a engañar. Que él no sienta que estamos ocultando algo, porque a lo mejor entonces la película que se hace es mucho mayor. Con la pandemia pasó: los niños estaban allí en medio, veían las noticias, porque eso era un bombardeo incesante, y nadie les explicaba. Tuve niños que lo estaban pasando realmente mal: con miedo a salir a la calle, con miedo de estar con otra gente, con miedo de que se muriesen sus padres... ¿Y todo por qué? Porque a veces los tratamos como si fuesen tontos o fuesen ajenos a todo lo que está sucediendo a su alrededor. Hay que volver la vista a ellos e intentar contarles las cosas de forma adaptada a su nivel.
-¿Cómo ve el estado de su profesión?
-Pues estamos mal. A nivel público, la pediatría está muy mal, con unos contratos malísimos, mal pagados, con la mayor parte de las plazas que se liberan sin cubrir. No es que no haya pediatras, es que la sanidad pública esas plazas no las cubre. Entonces, claro, hay una sobrecarga laboral, unas malísimas condiciones de trabajo. Luego en la privada está el problema de los seguros. Los baremos son de risa: yo cobro menos que cobraba mi padre hace diez años por paciente. Puedes encontrarte compañías que están pagando 7 euros brutos por ver a un paciente; 16 euros creo que es la que más paga. Y con penalizaciones: si ese paciente viene otra vez en los siguientes 30 días nos pagan un 70% y si viene una tercera vez, cero. ¿Qué pasa? Que no tenemos un colegio de médicos fuerte que nos respalde. Se han mantenido siempre tibios: como esto es el libre mercado, pues tú aceptas o no aceptas. Hemos estado todos en situaciones precarias, de falsos autónomos; y eso es conocido por todos y no se persigue. Ahora hay bastante movimiento por parte de Unipromel, que es una asociación de médicos privados que está haciendo bastantes cosas, sobre todo en Sevilla. Los dermatólogos, por ejemplo, ya no ven pacientes de compañías aseguradoras: sólo atienden a clientes privados. Son especialidades a las que les es más fácil, pero los pediatras o los médicos de familia lo tenemos jodido. Cuando te hacen una oferta de seguro médico a 30 euros al mes, ten por seguro que la aseguradora no va a perder, pero pregúntate cuánto cobra tu médico. Por cierto, cada vez que hablamos de este tema, salen en los comentarios 500 diciendo que lo que hace falta es sanidad pública. ¡Pues claro! Ojalá yo hubiese tenido un contrato digno en la pública y no tuviese que ser empresaria para poder ejercer mi profesión.
-¿O sea, que tener su propia consulta no era su objetivo sino un plan B?
-Cuando yo terminé el MIR las salidas laborales eran un infierno. Lo que me ofrecieron fue un contrato al 80%, renovándolo mes a mes, entre dos pueblos: los lunes, martes y miércoles tenía que ir a Monda y los jueves y viernes, a San Pedro de Alcántara. Yo no entré en eso en su momento; empecé a hacer guardias en un hospital privado. Mi padre cerró su consulta y yo la retomé mucho tiempo después. Yo ahora ya no cambiaría, porque hago cosas que sé que de otra manera no iba a poder desarrollar. Pero nunca pensé en dedicarme a esto.
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