«Lo único que no engorda es lo que te dejas en el plato» el gran científico español Francisco Grande Covián, padre de la nutrición en España, lo tenía claro. Obviamente, en nuestra pitanza de cada día está la explicación más común del ... sobrepeso. Podríamos sumar otra variable a la ecuación para valorar la importancia de lo que se gasta (ejercicio, actividad diaria…) de forma que ya tendríamos una visión completa de porque sube de peso la población, o igual no.
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Nunca estarás solo, aunque te lo propongas, si miras en tu colon encontrarás 100 billones de seres vivos a los que tienes mucho que agradecer. Estas bacterias pertenecen a entre unas 300 y 1000 especies diferentes y suponen una verdadera huella dactilar única para cada individuo. Ayudan a sintetizar las vitaminas B y K, metabolizan los ácidos biliares y el colesterol, producen hormonas y neurotransmisores, tienen una labor fundamental en nuestra defensa contra las infecciones y es evidente su interacción en procesos alérgicos. Pero su labor parece, todavía, ir mucho más allá.
Hace más de 10 años un equipo de científicos de la Washington University of Medicine de St. Louis, EE.UU. liderado por Jeffrey Gordon publicó un estudio en la revista Nature que revolucionó la forma de mirar a nuestra flora intestinal. Se analizaron el tipo de microbios que tenían las personas obesas y delgadas en su tracto intestinal, comprobando que existían notables diferencias. Para comprobar sus implicaciones cogieron ratones de laboratorio a los que, mediante tratamientos antibióticos, esterilizaron sus intestinos y procedieron a implantar las bacterias obtenidas de las personas con y sin sobrepeso. Los resultados fueron impactantes, resultó que con igual comida los ratones con la flora intestinal de las personas obesas engordaban mucho más, con respecto a los ratones que tenían la microbiota de las personas delgadas, algo que se mantenía, incluso, si se les reducían las raciones. Este estudio impuso la obligatoriedad de ampliar el zoom cuando de buscar causas de la obesidad se trata.
El estudio publicado por Nature marcó un punto de partida para otros que no han hecho otra cosa que confirmar la extraordinaria importancia de la microbiota intestinal en nuestra salud en general y en el equilibrio nutricional en particular. Dos de los últimos son de factura española:
- Uno firmado por el Centro de Investigación Biomédica en Red de Diabetes y Enfermedades Metabólicas (Ciberdem) donde aborda que el succinato, un metabolito producido por algunas bacterias de la flora intestinal y cuyos niveles circulantes se encuentran incrementados en pacientes obesos, podría explicar el origen de las alteraciones metabólicas propias de la obesidad al facilitar la inflamación crónica.
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- Otro publicado por un grupo de investigación coordinado por la investigadora Yolanda Sanz, responsable del grupo de Ecología Microbiana, Nutrición y Salud del Instituto de Agroquímica y Tecnología de los Alimentos (IATA, Valencia) sobre cómo la dieta puede contribuir a reducir el riesgo de padecer enfermedades asociadas a la obesidad y al estrés. Este último estudio incide en una constante en los últimos años, la importancia de la dieta para influir en la cantidad, calidad y variabilidad de nuestros pequeños compañeros de viaje con datos muy interesantes como que las dietas ricas en proteínas pueden tener perniciosas consecuencias en su estabilidad ecológica.
Parece que las evidencias, sobre la importancia de cuidar el ecosistema que se desarrolla en nuestro intestino, son incuestionables. Algo que no hacemos incluso desde el nacimiento, existe una notable diferencia entre los bebés que nacen por el canal del parto de forma natural o por cesárea siendo estos últimos los más perjudicados ya que no son colonizados por las estupendas bacterias de sus madres. El consumo de antibióticos también supone un misil en la línea de flotación de nuestra microflora, muchos de ellos dejan nuestro intestino como un páramo yermo que necesitará mucho tiempo para su completa repoblación. Pero lo que de verdad está suponiendo un cambio radical es el cambio de los estilos dietéticos de los últimos 50 años.
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Se ha comprobado como la variabilidad de nuestras bacterias puede reducirse a la mitad, en tan solo unos días, cuando alguien pasa de tener una dieta equilibrada a comer comida procesada. Estos cambios tienen sentido. La flora intestinal vive, casi en su totalidad, en el intestino grueso, es decir, al final de todo el tránsito intestinal. Los alimentos procesados ricos en carbohidratos sencillos de rápida absorción, grasas, proteínas y prácticamente sin fibra son absorbidos, casi en su totalidad, en los primeros tramos del intestino delgado, lo que se traduce en que más abajo apenas hay nada que echarse a la boca con funestas consecuencias ya que si nuestras bacterias no tienen que comer no pueden realizar su importante labor metabólica o directamente se mueren.
Posiblemente haya sido el cambio más radical, dietéticamente hablando, desde la prehistoria hasta ahora. Sabemos que el consumo de fibra era como mínimo 3 veces superior al actual, eso con dietas más o menos equilibradas en el caso de la comida basura la diferencia es abismal. Algo que es especialmente preocupante en los niños. Justo cuando su flora intestinal está cumpliendo su labor más esencial, a todos los niveles, y se está sincronizando con el metabolismo del peque es cuando peor las tratamos con comida basura o con antibióticos a Go Go incluso en las infecciones víricas. No es de extrañar que se estén multiplicando las intolerancias, alergias, obesidades… en general pero con el apellido infantil en particular.
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