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Dieta, una historia de fracasos

Dieta, una historia de fracasos

El inicio del curso escolar es el comienzo de muchas cosas, también de empezar una dieta

Javier Morallón

Profesor de Biología y experto en Tecnología Alimentaria

Domingo, 22 de septiembre 2024, 17:45

El inicio del curso escolar es el comienzo de muchas cosas. Septiembre ha desbancado al año nuevo como periodo predilecto para reinventar proyectos y marcar objetivos. Por desgracia, las buenas intenciones son insuficientes para no equivocarse, y si el metabolismo anda por medio, menos todavía.

Un día cualquiera

Tomamos la decisión de empezar una dieta. Las razones pueden ser variadas: final de un verano lleno de celebraciones, una foto sugerente en instagram, mi amiga del gimnasio está mejor que nunca, me sobran unos kilos… Lo cierto es que da igual el motivo, el caso es que no tarda en aparecer una dieta del vecino del quinto, de una revista con portada motivadora o incluso del cajón de un sanitario. El destino de esta dieta es nuestra nevera con un 'bonito' imán de nuestra visita a Grecia adherido. Se trata de una dieta restrictiva, hipocalórica, plagada de productos light y que sobre todo limita el consumo de grasas.

Lo cierto es que el resultado no es malo. Conseguimos nuestros objetivos de bajar 5 ó 6 kilos, autoestima por todo lo alto y un grato recuerdo de la experiencia. No seguimos a dieta porque o bien ya nos sentimos satisfechos con lo conseguido o (la mayoría de las veces) porque son dietas muy monótonas difíciles de generar adherencia.

Recuperamos el peso

La recuperación de nuestra anterior talla no tarda en llegar, pero con algún kilo de regalo. La verdad es que no nos preocupa demasiado porque tenemos el remedio infalible. Nuestra famosa dieta de la nevera sigue ahí y nuestra sensación de tenerlo todo bajo control está intacta. Pero algo no va como anticipábamos: la dieta con la que antes conseguimos bajar 5 ó 6 kilos ahora solo nos proporciona una reducción de 1 ó 2. Entramos en un pánico controlado, no terminamos de entender lo que ha pasado y lo comentamos con los compañeros de la oficina y las amigas del café. Uno nos da la solución: tu dieta es baja en grasas, pero lo que realmente engorda son los hidratos de carbono, no te preocupes que te mando los alimentos que tienes que evitar, mi primo lo está haciendo y no puede estar más contento.

Dieta 2.0

Nuestra dieta se ha sofisticado. Nos decimos a nosotros mismos que no podía ser tan fácil como la primera vez, que al final todo lo que merece la pena cuesta trabajo. Esta segunda dieta cumple con los objetivos, pero lo cierto es que no podemos estar más decaídos. Llegamos a nuestro objetivo por los pelos con el deseo imperioso de volver a la normalidad. Esa normalidad nos recibe con un guantazo a mano abierta en forma de efecto rebote bestial. Recuperamos más kilos y de forma más rápida que nunca. La frase «hasta el agua me engorda» se hace recurrente en nuestras conversaciones. Pero lo cierto es que algo más ha cambiado: estoy sin energía, con frío, puede que haya aparecido algún problema hormonal (hipotiroidismo) o que incluso haya perdido la regla durante algunos ciclos (amenorrea).

Nuestro cuerpo se adapta

Lo de ponerse a dieta tu cuerpo no lo entiende. Él está para asuntos más elevados; a saber, la supervivencia y eso. De modo que estas restricciones las va a interpretar como un periodo de hambruna muy serio donde lo importante es sobrevivir y dejarse de remilgos.

Las adaptaciones metabólicas pasan por mejorar la eficiencia y hacer casi lo mismo con muchas menos calorías. Lo primero será movilizar reservas, pero también deshacerse de uno de los tejidos más caros de mantener, el músculo. Esto es un desastre a muchos niveles. Hoy sabemos que el músculo es vida a nivel hormonal con las mioquinas, salud cardiaca o neuronal. Pero también una pieza básica en el gasto metabólico basal.

La termorregulación tampoco escapa a los recortes. No sobran calorías para andar con dispendios de forma que el estado recurrente será tener frío, muy típico que estas personas estén siempre pidiendo una chaquetita porque el frío las encoge.

El ahorro lo toca todo y cualquier proceso que gaste energía no esencial queda pospuesto para mejor ocasión como reciclaje celular, ciclos fútiles, reparación de moléculas… De forma que empezamos a funcionar con lo justo y encima, la basurilla celular, se empieza a acumular. Cuando digo todo es todo, de alguna forma toma el control sobre tu propia voluntad. Lo de mantenerse activo es impensable de forma que aparecen la apatía y el cansancio para quitarte de la cabeza cualquier idea dinámica, incluidas las que tenías más automatizadas como subir las escaleras o darle un largo paseo al perro. El ascensor y 30 segundos en la farola lo solucionan rápido.

Si hasta nuestra voluntad se ve afectada y funciones como la reproductiva pasan al olvido. El sistema inmune también se ve lastrado y procesos como regeneración y remineralización del tejido óseo ni digamos.

Todo esto no es más que una adaptación al flujo energético. La energía que entra y la que sale. Si esta se sitúa en niveles normales, tu cuerpo puede hacer muchas cosas, pero si va disminuyendo la precariedad aparece por todos lados.

Esa baja actividad física tiene otras consecuencias insospechadas. En condiciones normales, la llamada zona regulada nuestro apetito se coordina con nuestro gasto pero en condiciones de baja actividad esta coordinación desaparece y la sensación de hambre suele ser mayor de lo que necesitamos.

¿Qué hacemos?

Llegados a este punto lo mejor sería ponernos en manos de un especialista en nutrición porque no hay dos casos iguales y necesitamos que nos traten como seres individuales. No más dietas del cajón por favor. Pero sin duda este especialista debería acompañarnos en un recorrido muy concreto:

- La obsesión por las dietas, calorías, productos light… debe desaparecer. Nada de fijarnos en los nutrientes vamos a mirar el alimento completo.

- Perder el miedo a comer. Tenemos que volver a disfrutar de la comida incluso de las celebraciones. Reconciliarse con la mesa y el mantel.

- En ocasiones los pacientes llegan con consumos de 800 o 1000 Kcal. Aquí hablamos no solo de déficit calórico, sino también nutricional. Lo principal es desarrollar un proceso gradual de restitución calórica (sí, comer más). Es imposible plantear una intervención sin antes una normalización.

- El ejercicio sería la otra clave insustituible. Lo ideal sería el seguimiento y personalización por parte de un profesional pero, sin duda, los ejercicios de fuerza y la actividad en zona 2 son imprescindibles para normalizar nuestro flujo de energía

Estas son tan solo unas pinceladas de un problema que tiene porcentajes de epidemia en nuestro país. Las diferentes situaciones suelen ser mucho más complejas, pero el camino recorrido tiene puntos en común muy habituales. Identificarlos puede evitarnos introducirnos más en el error porque al final si o si tendremos que deshacer el camino andado.

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