Profesor de Biología y experto en Tecnología Alimentaria
Sábado, 17 de febrero 2024, 16:25
Lo de planificar y anticiparse a determinados eventos está muy bien. La improvisación suele estar revestida de precariedad y nunca anticipa la mejor de las soluciones. A nadie se lo ocurre no reservar un determinado restaurante si tiene que celebrar un banquete con decenas de ... personas.
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Nuestro cuerpo trabaja de forma parecida y siempre que puede va adelantando quehaceres para estar a la altura de lo que se le viene encima. Y es que puede ser mucho si de comer se trata.
La nutrición es un proceso complejísimo que implica a millones de células, centenares de músculos y multitud de órganos que despliegan una actividad frenética en forma de acciones metabólicas de todo tipo. Así que cualquier ayuda es bienvenida para anticipar, por ejemplo, la producción de saliva y de jugos gástricos con solo el olor de la comida. Pero la necesidad de tenerlo todo a punto para un evento tan estresante como el de la degradación y absorción de nutrientes va mucho más allá. De modo que todo nuestro cuerpo tiene una planificación interna en relación al sol, lo que siempre nos ha marcado nuestro día a día en los siete millones de años que ha durado el proceso de hominización.
Está claro que el organismo necesita planificar, y para esta labor fundamental cuenta con el hipotálamo, una especie de reloj interno que le dice al resto de órganos y tejidos en que hora del día nos encontramos. Podría parecer algo menor, pero se empiezan a acumular las evidencias de que ignorar nuestra temporalización fisiológica tiene consecuencias. Un reciente estudio evidencia un aumento del índice de masa corporal (IMC) en relación con la ausencia de desayuno o el hecho de retrasar las cenas.
Si esto pasa por algo aparentemente menor, como la no comparecencia en el desayuno o la demora de la cena, es fácil intuir que una cronodisrupción perpetuada en el tiempo tendrá resultados más gravosos. Esto mismo lleva estudiándose en los trabajadores por turnos y las noticias no son buenas. Enfermedades como la obesidad, cáncer, depresión o alternaciones metabólicas son las consecuencias cuando dicha actividad se dilata temporalmente. Esto no es complicado de medir ya que solo en España más de 3,5 millones de personas se ven obligadas a cumplir con este penoso horario.
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El gasto energético total (GET) tiene tres componentes: el gasto basal, el gasto por actividad física (GAF) y la termogénesis inducida por la dieta (TID). El TID suele suponer, aproximadamente, un 10% de la dieta, pero no es algo inamovible. Alimentos con el café, el té o el jengibre son alimentos activadores, pero el horario también es importante.
Un metaanálisis de la Universidad de Guadalajara ha revisado más de 500 estudios con notables aportaciones que se pueden resumir en tres conclusiones:
- Las frecuencias regulares en las comidas implican un mayor gasto de la TID no así las frecuencias variables que bajaban este gasto calórico.
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- Este gasto también es mayor cuando la separación temporal entre comidas es superior a 2 horas.
- Las ingestas que tienen lugar por la mañana atesoran un gasto calórico mayor que puede llegar a ser el doble, en algunos alimentos, con respecto a las ingestas nocturnas.
Parece que nuestro aparato digestivo necesita previsión y tiempo para optimizar y darlo todo metabólicamente hablando. Esta gestión de los macronutrientes tampoco se lleva demasiado bien con hormonas como la melatonina, u hormona del sueño, ya que nuestro páncreas funciona peor con esta sustancia en sangre de forma que segrega menos insulina y esto empeora la tolerancia a azúcares y carbohidratos.
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Hemos visto que disparatar el reloj interno tiene consecuencias a muchos niveles, pero la evidencia científica no para de acumularse. Trastornos del sueño, afectación cardiovascular, mala gestión de la energía interna, descompensación de la temperatura corporal, síndrome de intestino irritable y malestar psicológico se unen a la panoplia de catastróficas desdichas.
No hacer caso a nuestra regulación interna tiene consecuencias que pueden mostrarse graves o moderadas dependiendo de la persona. Porque esto es biología, y a diferencia de las matemáticas, la exactitud se nos diluye entre las manos, de forma que habrá individuos más predispuestos a los hábitos nocturnos «búhos» que otros «alondras» y con una mayor tolerancia a las ingestas cercanas a la media noche, por ejemplo.
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Este campo, como casi todos en nutrición, se encuentra en plena ebullición en cuanto evidencia científica se refiere. Y el ayuno se muestra como una herramienta útil para resetear nuestro medio interno y poner el reloj en hora, algo que deberá seguir confirmándose bajo la luz de la evidencia científica más sólida.
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