Profesor de Biología y experto en Tecnología Alimentaria
Sábado, 11 de mayo 2024, 17:27
Acabo de estrenarme como padre primerizo. Mientras escribo estas líneas, mi pequeña Mar explora su moisés, ya que hace solo unas horas que nos dieron el alta. Ahora empiezo a entender por qué generaciones antes que yo han necesitado de la poesía para verbalizar mínimamente ... lo que el alma inspira en estos momentos; sin duda, la prosa no parece estar a la altura.
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Pero este es un artículo de divulgación científica, así que volvamos a lo prosaico. Mi pequeña nació bien, pero un poco cortita de peso, de forma que nos ha tocado estar una semana cohabitando en neonatos y algo más si contamos desde que ingresamos la mamá y yo. Convivir con los profesionales del Hospital Materno de Málaga es una de esas experiencias para toda la vida. La humanidad, empatía y bondad chorrean por todos lados con la profesionalidad como divisa. De nuevo las palabras no son suficientes para agradecer el trato que nos han dispensado los profesionales sanitarios de la octava planta (alto riesgo obstétrico), paritorios y neonatos. El personal que atesora este hospital público andaluz brilla en excelencia técnica, pero sobre todo en cercanía y amabilidad. Cuando vocación y conocimiento van de la mano, el resultado es simplemente sensacional.
Los que siguen mis artículos saben que el ámbito por el que orbitan es la alimentación y nutrición, de forma que no podía desaprovechar la ocasión de tomar buena nota, toda vez que me he pasado más de una semana infiltrado en el Servicio Andaluz de Salud.
El último contacto que recuerdo fue con las enfermedades de mis abuelos, y de eso hace más de 20 años. En este tiempo, lo que sabemos sobre nutrición, ha dado un salto cualitativo difícilmente comparable con otras disciplinas de las ciencias experimentales. Este campo se ha llenado de revelaciones que hace años ni sospechábamos. Daba por hecho que dichas evidencias se habrían trasladado al día a día del menú hospitalario pero para mi sorpresa parece que todo el mundo es consciente de la relevancia sanitaria que tiene cuidar lo que ponemos en el plato excepto en las cocinas de los hospitales.
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Hace 25 años que realicé mis prácticas de Bromatología en el Hospital Ciudad de Jaén. Recuerdo que muchas cosas no coincidían con lo que acababa de estudiar en la universidad. Ese recuerdo pretérito se ha vuelto muy vivo en los últimos días.
Desayuno: Las opciones que se dispensaban eran café, infusiones o leche. Tostadas de pan blanco con mantequilla y mermelada o aceite de oliva y tomate. Sobra decir que la única alternativa saludable es la de aceite de oliva y tomate. El problema es que el pan blanco era difícil de evitar. Era la primera opción y si pedías integral te preguntaban si sufrías de estreñimiento. Si tu respuesta era negativa, se complicaba la obtención de esta importante cantidad de fibra, pero he de confesar que casi siempre la amabilidad de las auxiliares finalizaba con un pan un poco más decente en la bandeja.
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Y ya está. Me parece un desayuno demasiado monolítico y con una escasez llamativa de proteína en plantas como las de obstetricia, donde el contenido de este macronutriente es especialmente importante. También era muy fácil meter la pata con la mantequilla, la mermelada y el pan blanco. Esta elección se traduce en una alta cantidad de azúcares, grasas saturadas y harinas refinadas. No hay donde esconderse. Resultaba curioso que solo se ofreciera café descafeinado, alegando que la cafeína era mala para la salud (o eso me comentaron), algo que la evidencia científica desmintió hace tiempo y situó a esta interesante sustancia dentro del grupo de los buenos o muy buenos.
Meriendas: Aquí es donde la pata se metía hasta el fondo. Aparte de las alternativas de café, leche o infusiones, las únicas dos opciones que vi fueron galletas María (dos paquetes de cuatro galletas cada una) o dos magdalenas. Se trata de un despropósito difícilmente superable. Introducir este compendio de azúcar y grasas de baja calidad no tiene sentido nunca, pero mucho menos a convalecientes en diferentes grados de estrés metabólico.
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Almuerzos y cenas: Estas se sitúan como las comidas fuertes del día servidas en horario europeo (lo cual me parece un acierto) y es cierto que existe variabilidad y aparecen la fruta y verdura. Pero casi siempre en pequeña cantidad y, por ejemplo, la verdura demasiadas veces en forma de cremas que no es la mejor opción y la fruta, de vez en cuando, como postre, cortada en daditos, pero en una cantidad claramente insuficiente.
Que aparezcan frutas y verduras no evita claras equivocaciones. Los cereales o arroces integrales no están invitados, siempre son refinados. La carne debería ser de partes magras y preferentemente de pollo o pavo, de forma que unas albóndigas no parece la mejor alternativa porque sabemos que no se suelen utilizar los mejores cortes para realizarlas. Sé que las croquetas son un arte y pueden estar buenísimas si las hace tu abuela, pero ¿qué pintan como plato principal en una cena hospitalaria? Al final no es otra cosa que una masa de harina rebozada y frita. Que apareciera fruta de vez en cuando en el postre no quiere decir que fuera la única opción. Las natillas de chocolate industrial y los yogures hiperazucarados también asomaron a saludar... ¡qué equivocación tan gratuita!
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La cafetería: La cafetería de un hospital no debe sentirse interpelada por las buenas prácticas en cuestiones nutricionales o ¿si? Creo que todo lo que se sitúe dentro de un recinto sanitario debiera rezumar salud y la oferta gastronómica de la cafetería no tendría que ser ajena. Oferta que pude contrastar porque el Materno tiene la enorme deferencia de dar menús a los padres que tenemos a nuestros peques en neonatos. Lasaña, albóndigas, callos, calamares rebozados, patatas fritas, bandejas de bollería industrial en el desayuno…
Nadie está ingresado por gusto en un hospital. Sabemos por la evidencia científica que no solo la acción farmacológica o la práctica quirúrgica influyen en la recuperación. Factores como la nutrición hospitalaria se muestran fundamentales a la hora de reducir el tiempo de ingreso. Podríamos pensar que llevar una alimentación sana en el hospital resulta inasumible para la administración, pero este razonamiento se encuentra lejos de la realidad. Priorizar los alimentos integrales, potenciar frutas y verduras, evitar ultraprocesados y seleccionar aceites de calidad sería un abc que no implicaría ningún dislate económico y que, además, supondría un aprendizaje dietético para los ingresados y acompañantes. De forma que los centros hospitalarios no solo fueran dispensadores de soluciones para personas enfermas, sino también elementos activos en la promoción de la salud. Hacer las cosas bien en materia dietética no es cuestión de economía, sino de voluntad, algo que se empeña, periódicamente, en recordarnos la universidad más prestigiosa del mundo con su famoso plato Harvard.
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