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Profesor de Biología y experto en Tecnología Alimentaria
Domingo, 8 de diciembre 2024, 16:02
Una de las drogas más consumidas del planeta atesora una retahíla de síntomas iniciales bien conocidos: desinhibición, euforia, relajación, aumento de la sociabilidad, dificultad para hablar, dificultad para asociar ideas, descoordinación motora y finalmente, Intoxicación aguda. Aunque la connotación festiva es la más conocida y ... buscada, esta puede albergar un reverso tenebroso. Como afirma el gran escritor José Luis González Vera en su libro, el sabor de la madera «el alcohol acentúa la pendiente anímica en la que te encuentres».
Sabemos que el alcohol no sienta igual a todo el mundo. Sexo, peso, edad, hábitos de consumo, genética… o también el acompañamiento. Tener el estómago lleno, especialmente si hay abundancia de grasas, ayuda a ralentizar su absorción. La presencia de bebidas carbonatas (refrescos en general) hace justo lo contrario acelera su absorción.
Tenemos claro que su consumo de forma abusiva está asociado a una de las enfermedades más limitantes que conocemos: el alcoholismo. La dependencia e incapacidad que produce es bien conocida, igual no tanto las más de 200 enfermedades con las que se asocia (de la cirrosis al cáncer) o las 2,6 millones de muertes que produce en todo el mundo al año.
Esto lo tenemos claro, pero ¿y el consumo moderado? Aquí la certidumbre se tambalea porque todos hemos escuchado posibles efectos beneficiosos basados, por ejemplo, en la actividad vasodilatadora que cobijaría cierta actividad cardioprotectora. O en la presencia de sustancias bioactivas como el resveratrol (en bebidas como el vino tinto) y su función antioxidante. Todo esto fructifica en una panoplia de estudios que relacionan directamente el consumo moderado con mayor esperanza de vida. Dicha afirmación choca directamente con las recomendaciones de la OMS que afirma que no hay cantidad, por pequeña que sea, beneficiosa. Un reciente estudio intenta clarificar la controversia. Dicha revisión concluye que la minoría de estudios que otorgan bondades al consumo moderado suelen tener sesgos y son de baja calidad. La comparativa debe ser entre bebedores moderados y abstemios. Pero es en la conformación del grupo de abstemios donde surgen los problemas. Están los que no han bebido nunca y los que han dejado de beber. Pero en este último grupo se han detectado muchos individuos que han dejado de beber, precisamente, por prescripción médica. Es decir, gente que ya cuenta con un historial médico complicado y que, evidentemente, va a alterar los datos referentes a la esperanza de vida.
Este estudio no elimina todas las dudas, en especial con la pauta mediterránea de beber 1 o 2 copas de vino tinto al día. Sabemos que la dieta mediterránea es, simplemente, la mejor del mundo. Y que uno de los factores de adherencia es el consumo de vino. Un reciente estudio de Predimed afirma que dicho consumo aumenta el colesterol bueno, mejora algunos factores de coagulación, eleva la sensibilidad a la insulina y, en concreto, el vino tinto, dispone de compuestos fenólicos que reducen la inflamación. Una de las explicaciones sería que el alcohol, por el etanol que contiene, eleva la producción de colesterol bueno y tiene una actividad sobre el endotelio que puede ser beneficiosa contra dolencias cardiovasculares o diabetes.
Sabemos, también, de los beneficios psicológicos si ese consumo moderado se realiza como actividad social. Pero no podemos perder la perspectiva que la mayor parte de la evidencia científica concluye en que el único consumo beneficioso es el consumo 0.
El alcohol es un tóxico y no hay mucho más que añadir. Las 7 Kcal/g de energía que aporta son calorías vacías que solo contribuyen al sobrepeso. De la desintoxicación se va encargar nuestra gran central química, el hígado. Para implementar esta labor nuestro órgano desarrolla una ruta metabólica con dos enzimas fundamentales, por un lado, está la Alcohol Deshidrogenasa, que transforma el alcohol en un compuesto llamado acetaldehído, y por el otro la Aldehído Deshidrogenasa, que termina por descomponerlo en acetato y, a continuación, convertirlo en dióxido de carbono y agua. El acetaldehído es el malo de esta historia, es más tóxico que el propio alcohol etílico y debe ser rápidamente degradado.
El alcohol inhibe la liberación de vasopresina, una hormona producida por el hipotálamo que envía señales a los riñones para que retengan líquidos. Como consecuencia, la frecuencia con la que vamos al baño aumenta y la pérdida excesiva de líquidos. Nuestro cuerpo intentará conseguir agua de casi cualquier parte, siendo las meninges, en nuestro cerebro, una de las zonas más afectadas, algo que se encargarán de recordarnos en forma de fuerte dolor de cabeza.
El alcohol es un inductor del sueño pero, paradójicamente, no nos deja alcanzar las fases en las que realmente descansamos. Por lo que el sueño reparador quedará lejos.
A estas alturas nuestro estómago también se revela y nos da toques de atención con episodios de fuerte acidez e incluso náuseas y es que el alcohol causa directamente la irritación de los tejidos estomacales «gastritis». Además, aumenta la producción de ácido gástrico y de las secreciones del páncreas en el intestino.
El alcohol también contribuye a disparatar los factores de inflamación de forma que el malestar general está asegurado. Algo en lo que el acetaldehído tiene especial importancia contribuyendo a la inflamación del hígado, páncreas, cerebro, tracto gastrointestinal y otros órganos. El corazón tampoco permanece ajeno a la fiesta y nos suele regalar alguna aceleración del ritmo cardíaco con hipertensión de propina.
Aquí la extensión del mito no parece tener fin. Evitando hablar de la posible farmacopea a utilizar algo que excede el objetivo divulgativo de este artículo. Podemos empezar a desechar una multitud de opciones a cual más vario pinta: Café, ducha, orden de las bebidas, continuar tomando alcohol… Nada, lo siento pero ninguno de estos remedios tiene evidencia científica. La cantidad de alcohol que tomemos es lo que marcará nuestro estado y solo el tiempo necesario para eliminar las sustancias tóxicas podrá recuperarnos. Lo único que podrá mejorar en algo o por lo menos no empeorar, es recuperar el agua perdida. Esto no eliminará todos los síntomas de la resaca pero por lo menos aliviará algunos como la sed, la sensación de «boca pastosa», la halitosis y posiblemente el dolor de cabeza.
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