Víctimas de la gripe se hacinan en un hospital de campaña en Camp Funston (EE UU). AP

1918, la mayor pandemia del siglo XX

Gripe española ·

Se procedió al cierre de escuelas, la desinfección de locales y la limpieza de calles, medidas que no impidieron una mortalidad devastadora

Lunes, 6 de abril 2020, 00:46

Invadió todo el planeta en un abrir y cerrar de ojos. Fue la pandemia más devastadora de la historia. La mayoría de los muertos ocasionados por la gripe española se produjo en apenas trece semanas, desde mediados de septiembre a diciembre de 1918. Pudo matar ... a más de 40 millones de personas entre 1918 y 1920, aunque otras estimaciones suben la mortalidad a cien millones.

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Para atajar el mal, se echó mano de los recursos de salud pública de la época. Las pautas variaban de un país a otro pero, en general, eran una combinación de prescripciones obligatorias y voluntarias: aislamiento, limpieza de calles, desinfección de locales comerciales y extracción inmediata de cadáveres. «Los ayuntamientos mantuvieron brigadas con atomizadores para limpiar y desinfectar patios, puertas y escaleras (como desinfectantes se utilizaron cresol, creolina y demás derivados de la hulla, hipocloritos, azufre y formol). También se cerraron escuelas», dice Pilar León, catedrática de la Facultad de Medicina y profesora de la asignatura de Historia de la Ciencia Médica, Documentación y Terminología Médica de la Universidad de Navarra.

Los médicos de entonces prescribían el consumo de leche, limones y huevos, al tiempo que recetaban medicamentos para el sudor, abundantes bebidas, dieta sana, diuréticos, teobromina y suero antidiftérico, si la infección era muy llamativa. En 1918 la formación de los galenos era muy deficiente, el seguro médico era casi inexistente y aún no se habían inventado los antibióticos. Las esperanzas puestas en el uso de sueros y vacunas se vieron muy pronto defraudadas. Como subraya León, la imposibilidad de aclarar las causas de la enfermedad epidémica hizo que no se pudiera disponer de «un medicamento verdaderamente específico contra la gripe». En Chile, por ejemplo, como indica Laura Spinney, periodista científica, en su libro 'El jinete pálido' (Crítica), no se creía que fuera gripe y no se prohibieron los actos multitudinarios. En China se consideraba impensable dar la espalda a un pariente infectado o moribundo, por lo que cuando una persona se infectaba lo hacía el 90% de su familia.

Si bien algunos investigadores argumentan que el virus irrumpió en Francia en 1916 o en China en 1917, muchos estudiosos detectan el primer caso en la base militar de Fort Riley (EE UU) el 4 de marzo de 1918.

Casi misteriosamente la enfermedad desapareció en 1920. Puede que el fin de la I Guerra Mundial dejara de alentar los movimientos de tropas y limitara la propagación del virus. Por lo demás el cese de la Gran Guerra atenuó en gran medida la desnutrición y la carestía de alimentos. Pudo acontecer además una inmunización natural de la población.

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Tres patas

Las medidas de prevención necesitaban tres patas: la capacidad de identificar los casos, comprender cómo se propaga la enfermedad y saber las medidas que podían contenerla. En la gripe del 18 era difícil que se dieran estas tres condiciones, lo que hacía que los esfuerzos de las autoridades fueran más o menos eficaces.

En 1918, una vez asumido que se trataba de una pandemia, se adoptaron medidas muy similares a las actuales, al menos en los países que tenían recursos para implementarlas. Se cerraron escuelas, teatros y lugares de culto, se limitó el uso del transporte público y se prohibieron los actos multitudinarios. Se impuso la cuarentena en puertos y estaciones de ferrocarril y se trasladó a los pacientes a los hospitales. A España le costó caro el hablar sin tapujos de la pandemia. Tras aflorar los primeros casos en Europa, la gripe pasó a España, que se declaró neutral en la I Guerra Mundial. Esta circunstancia hizo que no se censuraran los informes sobre la enfermedad y sus consecuencias, a diferencia de lo que hicieron otros países que sí entraron en conflicto. De este modo, la enfermedad empezó a ser conocida como «gripe española».

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Con ocho millones de infectados y 300.000 muertos, España fue uno de los países más afectados, pero no fue el epicentro del contagio. Esta afectación se debió, en gran medida, a las precarias condiciones higiénicas y a las costumbres gregarias de los españoles.

Laura Spinney comenta el caso de Zamora, donde llegó la enfermedad a través de soldados concentrados en la ciudad para unas maniobras militares. Los intentos de poner en cuarentena a las tropas fracasaron y en los periódicos se daban en ocasiones explicaciones peregrinas sobre la enfermedad, como la teoría de que era «el resultado de una acumulación de impurezas en la sangre debido a la incontinencia sexual». Las instrucciones de las autoridades sanitarias era evitar los lugares concurridos, pero, indica Spinney, «parecían mostrar un bloqueo mental cuando se trataba de las actividades de la Iglesia». En el mismo artículo en el que se aprobaba la decisión del gobernador provincial de prohibir las grandes reuniones, aparecían los horarios de las misas. Justo a causa de la gripe, se siguieron celebrando eucaristías como si nada pasara.

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