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IRMA CUESTA
Sábado, 23 de marzo 2019, 00:35
Aún hoy, cuando ha pasado un año, nadie se explica cómo pudo Ana Julia Quezada, la mujer que aparecía en todos los informativos con cara de circunstancias del brazo de Ángel Cruz, acabar con la vida del pequeño Gabriel, el hijo de su pareja. Tampoco es fácil imaginar cómo puede un padre lidiar con la pena, no solo de saber que su 'pescaíto' jamás volverá, sino de haber sido él quien acercó a aquel monstruo sin escrúpulos a su hijo.
Doce meses después de que España convulsionara con la horrible noticia de que Gabriel había muerto , Ángel se esfuerza en volver a coger las riendas de su vida como muchos otros lo han hecho antes: volcándose en un proyecto que le ayude a encontrar una razón para levantarse cada día. Ángel ha dado con la mejor de las terapias en la Fundación de la Unión Deportiva Almería. Allí, cada miércoles, desde hace ya unas semanas, echa una mano entrenando a cuarenta jóvenes con síndrome de Down cuyas sonrisas le animan a seguir adelante y a aparcar el sentimiento de culpa que le ha llevado, incluso, a pensar en quitarse la vida. «Ellos me dan mucho más de lo que yo puedo darles. Me ayudan a sentirme bien», dice, reconociendo que hace lo imposible por recuperar la fuerza que necesita para seguir viviendo «con la mayor dignidad posible».
Antes que él, muchas otras personas golpeadas por la tragedia buscaron hasta encontrar una razón que les ayudara a seguir viviendo. Difícilmente puede superarse el grado de maldad alcanzado en el asesinato de Sandra Palo, muerta a manos de cuatro jóvenes delincuentes en Madrid. La chica, de 22 años y con una minusvalía psíquica leve, fue violada en 2003 por tres de los chavales, que después la atropellaron con el coche y terminaron rociándola con gasolina y quemándola viva. Aquel día, las vidas de sus padres saltaron por los aires. «Nosotros decidimos emprender una lucha porque vimos que en un crimen tan brutal como el de nuestra hija las sentencias fueron injustas e irrisorias», argumenta María del Mar Bermúdez, la madre de Sandra. Hoy, quince años después, sigue al frente de la asociación que crearon para apoyar a las víctimas de los delitos más execrables exigiendo castigos más severos y la rebaja de la edad penal.
María del Mar insiste en que esa tarea que se han impuesto le permite encontrar algo de sentido a la vida. «Hacer estas cosas te lleva a revivir tu caso continuamente, pero también te ayuda a seguir adelante, a sentirte útil apoyando a otras víctimas. Siento un dolor muy grande y sé que me moriré con este dolor, esta rabia y esta impotencia. Pero estar activa es un aliciente, lo mismo que saber que lo que hago servirá para que los niños de hoy puedan vivir en el futuro en una sociedad más segura. Además, aunque cuesta, poco a poco la rabia va desapareciendo».
Como la de Ángel, la decisión de María del Mar Bermúdez y Francisco Palo es, según los expertos, una buena estrategia para intentar reconectarse a la vida cuando el destino le asesta a uno un golpe atroz. Enrique Echeburúa, psicólogo clínico y profesor de la Universidad del País Vasco, explica que, aunque la muerte forma parte de la vida y es aceptada como algo natural cuando afecta a nuestros padres mayores, a nuestros abuelos... cobra otra dimensión cuando hablamos de un hijo. «Si las circunstancias, además, son un atentado o un asesinato, el impacto es mucho mayor. De hecho, no hay palabras para definir ese estado. Se es viudo o huérfano, pero no hay un nombre para definir algo así y no es casual que no lo haya», afirma el experto. Él sostiene que, aunque el tiempo no lo cura todo, es importante lo que hagamos con él. «Con el paso de los años el dolor se atenúa y la persona se recoloca en la vida aceptando las nuevas circunstancias. Nuestro instinto de supervivencia no es solo físico, y hay estrategias que pueden servirnos bien. Compartir el dolor, dotar de significado a la vida y sentirte útil son algunas de ellas. Si, además, lo haces ayudando a personas especialmente desfavorecidas como es el caso del padre de Gabriel, aún más. Sin duda, es una estrategia muy acertada, como lo es colaborar con una ONG, acudir a catequesis si se es religioso, trabajar como voluntario... Hacer eso no es incompatible con sentir dolor, pero ayuda a recuperar la vida cotidiana».
Aunque pueda parecer que ese ha sido el caso de Anna González, es ahora cuando puede descansar tranquila. Su perseverancia y las más de 326.000 firmas recogidas han hecho posible que el mes pasado el Senado aprobara definitivamente la reforma del Código Penal que endurece las penas por imprudencias en la conducción y castiga con hasta 4 años de cárcel abandonar el lugar del accidente tras haberlo causado. Anna, la impulsora de la campaña #PorUnaLeyJusta, se quedó viuda en 2013 cuando Óscar, su marido, fue arrollado yendo en bicicleta por un camión cuyo conductor se dio a la fuga. Seis años después ha conseguido que los atropellos a ciclistas no queden impunes y es ahora cuando se enfrenta a la difícil tarea de recobrar la paz. «Lo he hecho y estoy contenta de haberlo logrado. Cuando ocurrió el accidente me hice una promesa y está cumplida, pero ahora quiero apartarme de todo esto. En mi caso, la iniciativa no ha hecho más que agravar mi duelo. Recordar lo sucedido una y otra vez durante meses no me ha ayudado», asegura la mujer que ha logrado lo que parecía imposible y a la que, a estas alturas, miles de ciclistas veneran.
Aunque los expertos tienen claro que hay estrategias que dan consuelo a unos y a otros no y que no existe una fórmula universal para combatir la tristeza del duelo, para José Cabrera, psiquiatra forense, cuando a uno le ocurre algo tremendo las alternativas se reducen a dos: refugiarse en la religión o involucrarse en una meta trascendente, algo que ayude a lidiar con el dolor que produce una tragedia inútil. «Existen montones de casos, como el de los familiares de las víctimas del terrorismo. No buscar algo que ayude a superarlo puede ser una opción muy tóxica; la persona puede quedar envenenada por la rabia, la frustración y el rencor para siempre», dice el psiquiatra. En su opinión, las mujeres suelen ser más proclives a involucrarse en algún proyecto. «Si uno se fija, hay abuelas de mayo, madres contra la droga, contra el terrorismo... está claro que tienen más mecanismos de defensa frente al desastre comparadas con el hombre, que es mucho más simple. ¿Otra prueba de lo importante de tener algo a lo que aferrarse? En los campos de concentración nazi, ante semejante cúmulo de atrocidades, sobrevivieron mejor quienes tenían una mujer, una comunidad, una familia esperando o una religión a la que agarrarse».
María del Mar Bermúdez. Asociación Sandra Palo para la Defensa de las Libertades
Enrique Echeburúa. Psicólogo
Anna Gonzaléz #PorUnaLeyJusta
Carolina Barrantes. Fundación Lo Que De Verdad Importa
José Cabrera. Psiquiatra forense
María Pardo tomaba café con otras madres del colegio de sus hijas cuando una de ellas le habló del diario de Nicholas Forstmann. Aquel hombre al que había sonreído el destino convirtiéndole en millonario y permitiéndole crear una familia feliz vio cómo su universo se desmoronaba el día en que el médico le comunicó que un cáncer le mataría en solo unos meses. Forstmann escribió un pequeño libro, que tituló 'Lo que de verdad importa', en el que trató de explicar a sus hijos todo lo que ya no podría enseñarles él: qué es importante, cuáles son los valores que deben mover nuestra vida... «María acababa de superar un cáncer de mama y aquella lectura le marcó. La pregunta era: ¿por qué tienes que darte cuenta de lo que de verdad importa cuando la vida te golpea?», cuenta hoy Carolina Barrantes, amiga de María y creadora con ella de la fundación Lo Que De Verdad Importa. Apropiándose del título del libro de Forstmann, ambas se pusieron el mundo por montera tratando de transmitir ese mensaje a los jóvenes. «Desde entonces hacemos muchas cosas. Desde congresos en los que personas con increíbles historias de superación nos ayudan a explicar lo que verdaderamente es importante, a la edición de libros para niños con relatos de personas reales que nos llevan a comprender cuáles son los verdaderos valores. Cuando escuchamos casos como el de Gabriel, pensamos en cuánto podría ayudarle a su familia acudir a uno de nuestros encuentros».
Aunque la lista de colaboradores de la asociación es larguísima, en semejante ejército de luchadores contra la adversidad Carolina cree que Kyle Maynard, un joven estudiante norteamericano que nació con ausencia congénita de brazos y piernas, es el ejemplo perfecto. «Cuando aparece en el escenario sin ayuda de nadie, casi gateando, siempre se hace el silencio. Luego, su sonrisa, su fe en sí mismo, la certeza de que nada se le pone por delante, se convierte en una lección de vida inigualable», afirma. Está convencida de que pocas cosas ayudan tanto a llenar la vida como volcarse en un proyecto que, de algún modo, pueda servir a los demás. Comparte esta creencia con personas que han tenido que superar pruebas muy duras, como Fabián Sebastián o Gina Camaplans, que perdieron a sus hijos en sendos accidentes; Miriam Fernández, que padece parálisis cerebral, o Rosa Rodríguez, que perdió a su cuñada en la sala de partos. Todos tienen una historia que contar y son el perfecto ejemplo de lo mucho que importa luchar.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Ignacio Lillo | Málaga
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