Dice que está cansada de ver la rutina de los telediarios, leer la prensa, oír los noticiarios de la radio, andar por la ciudad y escuchar las desagradables discusiones de la gente. Me confiesa que ha llegado a la conclusión de que somos extraños que ... pasamos el día chocando unos contra otros dentro de espacios limitados igual que si fuéramos coches de choque. Después afirma con tristeza que la mayoría de la gente no sabe escuchar y que el tema favorito de las conversaciones consiste en hablar de sí mismos, como si todos estuviéramos solos en el cuarto de los espejos. Me mira un instante en silencio y reconoce que a ella también le cuesta callar, escuchar y estar quieta.

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Al mencionar los coches de choque, he recordado que de niño montaba con mi padre en esos autos y mientras yo conducía él me enseñaba a esquivar golpes y pillar por sorpresa a todos los que pretendían enfrentarse conmigo. A veces tengo la sensación de vivir en la calle del infierno rodeado de familias que guardan cola para subir a los carros que suben y bajan a toda velocidad por la montaña rusa de la vida cotidiana. Observo a los tripulantes y les oigo gritar con los ojos cerrados. La máquina no está en sus manos, alguien la guía por control remoto hasta que el tiempo se acaba.

Ahora entro en el laberinto. Ando por una calle, luego elijo otra, me detengo. No es fácil encontrar la salida. Me siento en un banco y espero que alguien se apiade del hombre que sigue perdido en la encrucijada de trampas. Desde el interior del laberinto oigo el sonido de unos disparos. No se sí provienen de la caseta de tiro o si alguien ha disparado con la pistola eléctrica dejando al mundo entero paralizado durante un breve periodo de tiempo. Mientras la ciudad duerme, doy vueltas en la noria. La vagoneta dibuja un círculo lento en el aire. No consigo abandonar la rueda. Doy vueltas siempre a lo mismo, hasta caer agotado de aburrimiento.

Me alejo de la calle del infierno y vuelvo a casa. Dejo atrás el laberinto de calles sin salida. Subo al coche y pienso en los autos de choque, las pistolas Taser, la mansión del terror. Pienso en la feria que montamos a diario en el planeta Tierra, ese parque de atracciones por el que andamos todos extraviados sin encontrar respuestas a los problemas. El coche no tiene ninguna goma que lo proteja de los golpes, yo tampoco. Pienso en Marte y en lo que pensarán los marcianos al ver ese artefacto con forma de helicóptero que sobrevuela el pequeño planeta rojo. Pienso en las cosas que hacemos para llegar más lejos y en las que dejamos de hacer para conseguir estar más cerca de los demás.

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