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La inesperada renuncia al pontificado de Benedicto XVI, anunciada por él mismo el 11 de febrero de 2013 y que se hizo efectiva el día 28 de aquel mes, propició una situación inédita en la historia contemporánea de la Iglesia católica: a partir del 13 ... de marzo de 2013, cuando Jorge Mario Bergoglio fue elegido nuevo obispo de Roma, hubo un papa emérito y otro en ejercicio hasta el fallecimiento de Joseph Ratzinger el 31 de diciembre de 2022. Esta convivencia durante casi una década y que no estuvo exenta de momentos de tensión es analizada por el propio papa Francisco en 'El sucesor', un libro-entrevista con el periodista español Javier Martínez-Brocal que llega este miércoles a las librerías de manos de la editorial Planeta. Ofrecemos a continuación los principales pasajes del volumen.
«Me dejó crecer, me dio paciencia. Y, si no veía clara alguna cosa, pensaba tres o cuatro veces antes de decírmelo. Me dejó crecer y me dio libertad para tomar decisiones», afirma Bergoglio al explicar por qué sintió que su antecesor fue «un padre» para él. «Daba libertad, nunca se entrometió. En una ocasión en que hubo una decisión que no entendía, me preguntó al respecto con mucha naturalidad. Me dijo: 'Mire, yo no entiendo esto, pero la decisión está en sus manos', y yo le expliqué los motivos y quedó contento», continúa Francisco, asegurando que Benedicto XVI «nunca» dejó de apoyarle aunque hubo «alguna cosa con la que no estaba de acuerdo». Incluso le defendió frente a quienes le criticaban por algunas de sus posiciones más controvertidas, como cuando se mostró favorable a las uniones civiles entre homosexuales: «No permitió que se hablara mal de mí si no se aclaraban las cosas».
Francisco revela en 'El sucesor' qué ocurrió dentro de la Capilla Sixtina en abril de 2005, cuando a los cardenales les tocó designar un nuevo obispo de Roma tras el fallecimiento de Juan Pablo II. El candidato más votado fue Ratzinger, quien eligió el nombre de Benedicto XVI, pero el propio Bergoglio también cosechó un buen número de papeletas. «En ese cónclave a mí me usaron», revela, aclarando que aunque los purpurados juran no revelar lo que sucede en el cónclave, los papas tienen licencia para contarlo.
«Sucedió que yo llegué a tener 40 de los 115 votos. Eran suficientes para frenar la candidatura del cardenal Ratzinger», cuenta Francisco, para explicar más adelante que no tenía opciones reales de ser elegido. «La maniobra consistía en poner mi nombre, bloquear la elección de Ratzinger y después negociar un tercer candidato diferente. Me contaron, más tarde, que no querían un papa 'extranjero'». Aquella estrategia fue desactivada por el argentino al decirle a un cardenal que no estaba dispuesto a aceptar. El entonces arzobispo de Buenos Aires votó a Ratzinger, «el único que en ese momento podía ser papa».
Tras hacerse efectiva la renuncia de Benedicto XVI, a Bergoglio le tocó vivir un nuevo cónclave, convocado el 12 de marzo 2013 y del que saldría elegido papa. El futuro Francisco se metió en los bolsillos a los cardenales en las reuniones iniciales, en las que improvisó un discurso profético de lo que luego sería su pontificado hablando sobre la importancia de que la Iglesia salga a las periferias. «Fue como un tobogán. Yo no me daba cuenta. Fue todo muy normal», cuenta sobre cómo vivió su elección. Marcó estilo propio desde sus primeras decisiones, cuando le tocó vestir la sotana blanca: «Me ofrecieron ponerme zapatos rojos, pero los rechacé porque uso zapatos ortopédicos. También me propusieron llevar una cruz pectoral con brillantes. 'No, uso la mía', expliqué. Me mostraron el anillo que estaba previsto que llevara y también lo rechacé».
Francisco aprovecha el libro-entrevista con Martínez-Brocal para ajustar cuentas con Georg Gänswein, secretario personal de Benedicto XVI y autor de un volumen de memorias que no deja en buen lugar a Bergoglio. «Que el día del sepelio se publique un libro que me pone de vuelta y media, contando cosas que no son verdad, es muy triste. Me dolió que se usara a Benedicto. El libro salió publicado el día del entierro, eso lo viví como una falta de nobleza y de humanidad». Gänswein, asegura Francisco, se lo puso «difícil» en algunas ocasiones, por lo que le obligó a solicitar una «licencia voluntaria» como prefecto de la Casa Pontificia.
Aunque se encargó de presidirlo, a Francisco no le gustó demasiado el funeral de Benedicto XVI, que se desarrolló siguiendo las indicaciones de Gänswein. «No me quise entrometer -dice el papa-. Le dejé hacer al secretario». Bergoglio le confía al periodista español que sus propias exequias serán más sencillas: «Va a ser el último velatorio así, con el cadáver del papa expuesto fuera del ataúd, en un catafalco. He hablado con el maestro de ceremonias y hemos eliminado eso y muchas otras cosas». Francisco quiere que los papas sean velados y sepultados «como cualquier hijo de la Iglesia. Con dignidad, como a cualquier otro cristiano, pero no sobre almohadones. En mi opinión, el ritual actual estaba demasiado recargado». También confiesa que no quiere que le entierren en las grutas vaticanas, sino en la basílica de Santa María la Mayor.
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