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fernando miñana
Domingo, 30 de junio 2019, 19:55
El 'San Telmo' era un temible barco de guerra. El segundo de los 'ildefonsos', la serie de navíos de 74 cañones que diseñó, a imagen y semejanza del 'San Ildefonso', el primero, el ingeniero José Romero y Fernández de Landa a finales del siglo XVIII. Pero en 1819, con más de treinta años y demasiadas batallas, como la de Trafalgar o la defensa naval de Cádiz, reposaba en Cartagena con una imponente hoja de servicios pero muy desmejorado.
En 1819 las colonias empezaban a subirse a las barbas de España y Fernando VII se vio obligado a hacer algo para sofocar a los independentistas de Perú. El rey ordenó enviar a la llamada División del Mar del Sur, una flota formada por cuatro embarcaciones y 1.400 hombres, para sosegar a las fuerzas rebeldes.
La expedición partió de Cádiz el 11 de mayo de 1819. Junto al 'San Telmo', de 190 pies (52 metros) de eslora, zarparon la fragata 'La Prueba' y el mercante 'Primorosa Mariana'. El cuarto elemento, el 'Alejandro', un navío comprado al zar de Rusia porque la Armada española estaba ya muy mermada, un saldo en muy mal estado, tuvo que esperar al día siguiente por una avería. No aguantó mucho y, en vista de que no paraba de entrar agua, decidieron regresar a Cádiz nada más cruzar el Trópico de Cáncer.
Los otros tres barcos, dirigidos por el brigadier Rosendo Porlier, hicieron escala en Río de Janeiro y Montevideo antes de doblar el cabo de Hornos. Porlier, un criollo de 49 años, se olía que viajaban en una flota muy deficiente y antes de partir se despidió del capitán de fragata Francisco Espelius con un comentario significativo: «Adiós, Frasquito, probablemente hasta la eternidad».
En aquellas aguas, donde chocan el Pacífico y el Atlántico, uno de los grandes desafíos náuticos de ayer y hoy, les sorprendió un temporal. La navegación se puso fea en el estrecho de Drake y el 'San Telmo' acabó yéndose, ingobernable, hacia el sur. El 2 de septiembre fue visto por última vez en los 62º Sur y 70º Oeste. No hubo más noticias. El buque quedó a la deriva y su derrota lo llevó, arrastrado por las corrientes, hasta unas islas, en la Antártida, donde se cree que sus 644 hombres murieron de frío y hambre.
Solo las dos fragatas, la mitad de la pomposa División del Mar del Sur, llegaron finalmente a Perú, donde informaron de dónde perdieron de vista al 'San Telmo' y de que navegaba con graves daños en el timón, la verga mayor y el tajamar. Era el comienzo del gran enigma naval de la historia de España.
Ese mismo año, en febrero, William Smith divisó unas islas muy al sur, donde no constaba que hubiera tierra firme. Meses más tarde, el 19 de octubre, tomaba posesión para Inglaterra. Smith, Fildes y James Weddell viajaron hasta el continente helado en los siguientes años. Y allí, en la costa norte de la isla Livingston, al este del cabo Shirref, en la playa de la Media Luna, hallaron restos de una embarcación que correspondían, inequívocamente, al 'San Telmo'. «Varias piezas de un naufragio fueron halladas en las islas del Oeste, en apariencia pertenecientes a un buque de 74 cañones, probablemente los restos de un buque de guerra español perdido cuando hacía el pasaje hacia Lima», constató Weddell.
Sus superiores les ordenaron no hacer mucha publicidad de ese hallazgo que podía cuestionar la supremacía de Inglaterra en esas tierras congeladas recién descubiertas. Pero un ancla con su cepo, trozos de velas y arboladura parecían identificar claramente al 'San Telmo', así como indicios de que los náufragos debieron resistir algún tiempo cazando focas antes de morir congelados o lanzándose al mar, en una huida suicida, en botes con los que cubrir una utópica travesía hasta América del Sur.
Nadie más volvió a preocuparse por esos 644 españoles y el Boletín Oficial del Reino zanjó el triste episodio después de que el rey resolviera, «a propuesta del general de la Armada, sea dado de baja el navío y los hombres que en él viajaban».
Doscientos años justos después, la Fundación Polar Española, creada en 2016 para canalizar las relaciones entre la sociedad y el mundo de las regiones polares, se ha conjurado para acabar con este gran misterio naval. Por este motivo mandará en septiembre un equipo para tratar de encontrar los restos del navío español y resolver el enigma. «Es una obligación poner luz a este misterio», advierte Chema Amo, el responsable del Proyecto San Telmo 1819-2019.
En realidad ya hubo una expedición que viajó a la Antártida siguiendo el rastro del 'San Telmo'. En la primera mitad de los años 90, se desplazaron hasta allí tres personas lideradas por Manuel Martín Bueno, experto en arqueología subacuática y catedrático de la Universidad de Zaragoza. Aunque Amo no da mucho crédito a aquel proyecto. «De esa expedición lo único que se sabe es que no se publicó nada. Solo la tesis doctoral de la hija de Martín Bueno, que es de risa. No se llevaron una botella de oxígeno ni un submarinista. El problema es que Martín Bueno no quiere que triunfe nadie y de ahí vienen todos los bloqueos», se lamenta Amo, quien asegura que esta vez llevarán «lo mejorcito en sistemas de teledetección, magnetometría...».
El Proyecto San Telmo se enfrenta, sin embargo, no solo al rechazo del Ministerio de Cultura a participar en su financiación, sino a una abierta oposición. «Con el anterior equipo de Gobierno no hubo ningún problema, pero el nuevo no nos contesta. Y no les hemos pedido dinero». El Ministerio, por su parte, asegura que el proyecto «carece de fondos y de proyecto científico», y recuerda que fue rechazado por la Comisión Científica de Seguimiento del Plan Nacional de Protección del Patrimonio Cultural Subacuático por «no ajustarse a los criterios científicos exigibles».
Chema Amo rechaza estas críticas y reitera que, pese a todo, «el proyecto lo sacaremos adelante. A través de otro país, seguramente; no nos dejan otra vía. Contactamos con ellos para no irnos allí como si fuéramos unos vándalos», se queja el director de la Fundación Polar. Asegura que la financiación está resuelta gracias al capital privado: «El dinero proviene en un 80 o 90% de unas 270 empresas que tienen como fin que la base que vamos a montar en el Ártico tenga toda su tecnología española. La instalación va a hacerse completamente en la Marina de Valencia y nos la llevaremos ya hecha al Ártico».
Amo afirma que no pueden adelantar mucho de lo que harán en la playa de la Media Luna y en los alrededores de la isla Livingston, aunque no augura nada estrambótico más allá de la arqueología marina. «Necesitamos un medio de apoyo para llevar un barco hasta allí, un submarino con un campo de apoyo en tierra. Seremos ocho personas entre geofísicos y arqueólogos. Allí haremos un trabajo normal de geofísica en aguas someras. Estaremos unos 40 días sobre el terreno, empezar en enero y acabar en febrero –durante en el verano austral–, para poder aprovechar, calculo yo, unos 25».
En la Fundación Polar tienen la sensación de que van a tener que empezar prácticamente desde cero. El punto de partida de su proyecto son los testimonios de los navegantes ingleses que aseguraron que aquellos restos debían ser del navío español, pero no hay mucha más información. «No hay datos para hacerse una composición. Allí no hay cartas náuticas. No hay conocimiento del medio. Es bastante complejo. Todo dependerá de lo que nos encontremos sobre el terreno», añade Amo.
El asunto empezó a retomarse realmente en 1987, cuando viajó la Armada por primera vez y montó la base Juan Carlos I. Se hizo una expedición en un barco chileno. «Fue una serie de gente para hacer méritos para entrar en el Tratado Antártico. El barco era una castaña: crujía y se quejaba. Manolo Catalán, que era muy atrevido, dirigía la expedición y decía: 'Esto son los lamentos de las almas en pena del 'San Telmo'». Ahí surgió la idea de desentrañar el misterio del navío que se desvaneció entre los hielos.
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Lucía Palacios | Madrid
María Díaz y Álex Sánchez
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