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javier guillenea
Miércoles, 4 de septiembre 2019
En la Amazonia están ganando los malos, y no será porque no se haya intentado algo contra ellos. Sus oponentes son muchos, pero ellos son demasiado poderosos. Tienen ramificaciones en el poder, la Justicia y la Policía, y así es difícil hacerles frente; más que complicado, es una temeridad. Aunque en ocasiones se dice lo contrario, en la lucha entre David y Goliath raras veces gana el más débil. Las llamas que están consumiendo el Amazonas parecen demostrarlo.
Wilson Pinheiro encabeza una lista que desde 1980, año en el que lo mataron, no ha dejado de crecer. Tras él vinieron otros también dispuestos a enfrentarse con madereros, grandes terratenientes y empresarios del sector minero, con desigual fortuna. El largo camino en la batalla contra la deforestación del pulmón del planeta está sembrado de cadáveres que han despertado conciencias y han servido para frenar la destrucción de la selva, pero no para detenerla. David son muchos, y hasta ahora no han podido vencer a Goliath.
Los primeros en dar el paso fueron los caucheros, los seringueiros. Hartos de las talas realizadas por empresas agropecuarias que compraron amplias zonas de terreno para transformarlas en pastos, un grupo de hombres fundó en 1975 el Sindicato de Trabajadores Rurales de Brasileia (STR), que decidió plantar cara a los invasores que estaban destrozando su modo de vida y los condenaban a pedir limosna en las ciudades. Liderado por Wilson Pinheiro, el STR puso en marcha los 'empates'.
Organizados por el sindicato, grupos de hombres, mujeres y niños comenzaron a concentrarse en los campamentos de los peones de las empresas madereras para formar barricadas humanas y evitar que las excavadoras derribasen árboles. Gracias a estas acciones se logró impedir la deforestación de grandes extensiones de selva, pero no fue gratis. 400 seringueiros resultaron detenidos, cuarenta fueron torturados y a varios los asesinaron. Uno de ellos fue Wilson Pinheiro, que murió de un balazo en la nuca el 21 de julio de 1980.
El hueco de Pinheiro lo ocupó su amigo Francisco 'Chico' Alves Mendes, un recolector de caucho que había comenzado a trabajar a los 9 años y hasta los 24 no aprendió a leer. Sus oponentes eran ganaderos que se habían mudado al Amazonas en la década de los setenta, cuando fueron alentados por los militares que gobernaban Brasil y financiados por los bancos oficiales. Tras el fin de la dictadura, estos terratenientes crearon en 1985 la Unión Democrática Ruralista (UDR) para frustrar las reformas agrarias prometidas por el Gobierno e intimidar a los activistas de la conservación.
Chico Mendes era un sindicalista que se convirtió en ecologista. Quería que el bosque se utilizara de manera sostenible en lugar de aislarlo de la actividad económica (como defendían algunos ambientalistas) o talarlo (como querían los agricultores). Fue él quien propuso el establecimiento de reservas extractivas, áreas protegidas que permitirían que las comunidades locales manejaran las tierras públicas, con derechos para cosechar productos forestales de manera equilibrada.
Con el apoyo de grupos ambientalistas norteamericanos, Mendes viajó a Washington para persuadir al Banco Mundial, el Banco Interamericano y el Congreso estadounidense de que los proyectos de ganadería en el Amazonas no deberían ser financiados. Su éxito selló su sentencia de muerte. El 22 de diciembre de 1988, Darcy Alves, el hijo de un terrateniente, le mató de un tiro. Días antes, su víctima había declarado: «Si descendiese un enviado de los cielos y me garantizase que mi muerte facilitaría nuestra lucha, hasta valdría la pena. Pero la experiencia me enseña lo contrario. Las manifestaciones o los entierros no salvarán la Amazonia. Quiero vivir».
El asesinato tuvo una enorme repercusión mundial y elevó la figura de Chico Mendes a la categoría de mito, hasta el punto de que sus ideas han influido en toda una generación de conservacionistas. Sobre él se han escrito libros, se han rodado películas y se han compuesto canciones. Tras su muerte se creó una reserva extractiva con su nombre que abarca un millón de hectáreas de bosque y es una de las muchas que se han abierto desde entonces. «Al principio pensé que estaba luchando para salvar árboles de caucho; luego pensé que estaba luchando para salvar la selva amazónica. Ahora me doy cuenta de que estoy luchando por la Humanidad», dijo en 1987 cuando recogió un premio. Chico Mendes es en la actualidad un símbolo del movimiento ambiental global.
En abril de ese mismo año, varias personas mataron al misionero jesuita español Vicente Cañas en la choza donde vivía y arrastraron el cadáver al exterior para que lo devoraran los animales. Cuarenta días después, su cuerpo momificado fue localizado. Estaba castrado, le habían roto el cráneo y varios dientes y perforado la parte alta del abdomen para alcanzar el corazón.
Vicente Cañas había cometido el delito de proteger a la tribu indígena Enawene Nawe, con la que había convivido durante años y cuyas costumbres había adoptado. El religioso se había opuesto a los proyectos expansivos de un hacendado que buscaba apoderarse de las tierras de los indios para cultivar soja. No se lo perdonaron. Como en el caso de Chico Mendes, su desaparición sirvió para algo. Tras el asesinato, el Gobierno brasileño accedió a fijar una demarcación oficial del territorio de los indígenas para defenderlo de los hacendados.
La legumbre. Brasil es el segundo productor mundial de soja y su mayor exportador, al tratarse de uno de los pocos cultivos que pueden crecer en los terrenos deforestados. El 'boom' de esta legumbre está provocando la sabanización de la floresta amazónica.
25.934 focos activos de incendios se han declarado en lo que va de mes en la región del Amazonas. Desde enero, se han registrado en todo Brasil 80.626 siniestros, casi el doble que en el mismo período de 2018. Algo más de la mitad han ocurrido en la Amazonia.
Imparable. La parte brasileña de la Amazonia ha perdido más de 3.000 kilómetros cuadrados de área boscosa desde que Jair Bolsonaro asumió el cargo de presidente, el pasado mes de enero, lo que supone un aumento del 39% respecto al mismo periodo del año anterior.
164 personas murieron asesinadas el año pasado en todo el mundo por defender el medio ambiente. En Filipinas se registraron 30 muertos, 24 en Colombia, 23 en India y 20 en Brasil. En la cuenca del Amazonas murieron 47 activistas, una baja cifra si se tiene en cuenta que, solo en Brasil,el número de víctimas ascendió en 2016 a 57.
Con ser importantes, las victorias póstumas de Mendes y Cañas no fueron definitivas. Sus muertes atrajeron la atención internacional sobre la destrucción de la Amazonia y la violación de los derechos humanos, pero el gigante seguía en pie. Aunque con menor intensidad, los asesinatos continuaron. Quienes levantaban la voz contra la deforestación sabían que se colgaban una diana en la espalda. Una de estas personas fue la monja católica estadounidense Dorothy Stang, una firme defensora del Proyecto Desarrollo Sostenible, en el que los trabajadores sin tierra podían cultivar mientras mantenían intacta la selva tropical. Este programa fue rechazado por los madereros y ganaderos, que enviaron a la religiosa numerosas amenazas de muerte.
El 12 de febrero de 2005, dos pistoleros contratados por un hacendado dispararon seis veces contra la hermana Dorothy, que murió con una Biblia en las manos. Al igual que en el caso de Chico Mendes, su ejecución provocó una gran conmoción no solo en Brasil, sino también en Estados Unidos. El presidente Lula da Silva anunció su intención de reservar la tierra que tanto había defendido la religiosa para proyectos agrícolas de desarrollo sostenible. Durante su sepelio, uno de los asistentes gritó: «¡No estamos enterrando a Dorothy. Estamos plantándola!».
El río de sangre no deja de crecer. Más allá de la Amazonia llegan casos mediáticos como los de Mendes, Cañas o Stang, y datos estadísticos sobre los muertos sin nombre que se acumulan sin que la selva deje de retroceder. Son personas como María do Espirito Santo da Silva y su marido, José Claudio Ribeiro, asesinados en 2011 en el asentamiento agroextractivo donde vivían. Murieron por denunciar ante la Fiscalía a los madereros que habían invadido tierras para extraer madera ilegalmente.
A los hacendados, mejor ni nombrarlos. Ni siquiera hay que ser un militante ecologista para caer bajo sus balas; basta con ponerse en su camino. Luiz Alberto Araújo, funcionario y secretario de Medio Ambiente del Ayuntamiento de Altamira, murió por tomarse en serio su trabajo. Sus denuncias de irregularidades sirvieron para cerrar una mina de oro y para multar a una central hidroeléctrica. Además, proporcionó a la Policía información que sirvió para lanzar en junio de 2016 una macroperación contra la tala ilegal. Pocos meses después fue asesinado.
Como estas, centenares de muertes. Las mafias que destruyen la Amazonia no están dispuestas a que nadie les quite su pedazo de pastel. Goliath es demasiado fuerte, pero, ante su sorpresa, David no deja de levantarse. Los débiles son muchos y siguen intentándolo. Salvo la vida, no tienen nada que perder.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Ignacio Lillo | Málaga
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