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La endometriosis es una enfermedad inflamatoria crónica que se desarrolla cuando el tejido interior del útero, el endometrio, crece fuera de éste. La principal consecuencia ... es el daño que esto causa en los órganos cercanos y a las articulaciones a las que queda adherido. Se manifiesta con disfunción de las zonas afectadas y con un dolor intenso y crónico, a veces, incapacitante. También, casi siempre, infertilidad.
Se estima que unos 190 millones de mujeres de todo el mundo, casi el 5% de la población global, la sufren. Aún así, a día de hoy está considerada una enfermedad compleja, cuya causa cierta no ha sido establecida –solo hay teorías– y que no conoce cura definitiva, solo métodos paliativos.
La investigación científica sobre esta dolencia, que es prevalente al nivel de la psoriasis por ejemplo, no ha sido tradicionalmente abundante, pero en la última década los estudios sí se han multiplicado exponencialmente. El último en arrojar algo más de luz sobre esta enfermedad la vincula al hecho de haber sufrido malos tratos en la infancia, los abusos y agresiones sexuales o las experiencias traumáticas, como posibles desencadenantes.
El trabajo ha sido publicado en la revista JAMA Psiquiatry y es fruto del trabajo de un equipo internacional, liderado doctora Dora Koller, investigadora del departamento de Genética, Microbiología y Estadística de la Facultad de Biología de la Universidad de Barcelona.
«Trabajamos con datos de un gran cohorte de 500.000 personas, que incluyó a más de 8.000 pacientes con endometriosis, permitiéndonos estudiar asociaciones entre trauma y la enfermedad en una muestra amplia», cuenta la investigadora, mientras advierte que el estudio vincula los citados episodios a la enfermedad, es decir, que los relaciona por estadística, pero no determina su causalidad médica. «Para demostrar causalidad, se necesitaría seguir a un grupo de personas a lo largo del tiempo y evaluar si el trauma temprano aumenta el riesgo de desarrollar la dolencia», explica.
Pero los resultados obtenidos tras analizar las historias clínicas y personales de las mujeres son suficientes para que sean tenidos en cuenta como factor relevante a la hora de diagnosticar la enfermedad. Este trabajo ayudaría en la difícil tearea de descubrir de forma temprana la presencia de esta patología. «Podríamos diseñar programas de detección temprana teniendo en cuenta no solo factores genéticos. Esto también ayudaría a identificar y tratar la enfermedad de manera más integral y efectiva», concluye la investigadora.
Dora Koller
Universidad de Barcelona y Escuela de Psiquiatría de Yale
Los traumas psicológicos como el estrés y la ansiedad se habían asociado antes con la endometriosis, pero más como una consencia que como una causa. «La endometriosis no solo afecta la salud física, sino también la salud mental, con consecuencias como depresión, ansiedad e incluso trastornos alimentarios. Dado que las mujeres con endometriosis experimentan dolor crónico y otros síntomas devastadores, no nos sorprende que algunas presenten estos trastornos», apunta la doctora Koller.
Pero hasta ahora había poca información sobre el papel del tipo de trauma, así como la relación de éste con la predisposición genética que también tiene esta patología. Así, los resultados obtenidos en el último estudio «desafían los paradigmas establecidos al descubrir los mecanismos genéticos compartidos que vinculan la enfermedad con el trastorno de estrés postraumático y otros tipos de traumas, al tiempo que proporcionan nuevos conocimientos sobre cómo los diferentes tipos de eventos traumáticos se asocian con la enfermedad», comenta Koller, que también es investigadora en Psiquiatría en la Escuela de Medicina de Yale.
190 millones
de mujeres en todo el mundo sufren endometriosis.
Para el trabajo se ha utilizado la información del Biobanco del Reino Unido, una base de datos biomédica que contiene información genética, de estilo de vida y de salud anónima, así como muestras biológicas. La conclusiones apuntan a que las personas con endometriosis tenían una probabilidad un 17% mayor de haber presenciado una muerte súbita, una probabilidad un 16% mayor de haber sufrido una agresión sexual en la edad adulta y una probabilidad un 36% mayor de haber recibido un diagnóstico que amenazara su vida.
Para explorar la conexión entre los diferentes tipos de trauma, los investigadores realizaron un análisis de clase latente, una herramienta de investigación que desentraña grupos ocultos en un conjunto de datos. «Un mayor número de casos de endometriosis se podían relacionar con traumas emocionales, físicos y sexuales», concluye Koller. Y todo, más allá de la predisposición genética. Es decir, que estos factores influirían, independientemente de que el historial familiar de la paciente la predispusiera a desarrollar la enfermedad.
Una de las evidencias más sólida vincula la enfermedad al maltrato infantil. «El trauma infantil –como sentirse odiado de niño por un miembro de la familia y haber sido maltratado físicamente en su seno– también se relacionó, lo que destaca el papel potencial de las experiencias adversas tempranas en la configuración del riesgo y la progresión de la endometriosis», subraya Koller. Las agresiones de contacto son señaladas por el estudio como las más determinantes.
La endometriosis es una enfermedad compleja causada por la interacción de muchos factores genéticos y ambientales, cada uno con efectos individuales modestos sobre el riesgo. El origen exacto de la endometriosis no se conoce, pero hay unas teorias. Por ejemplo, las células del endometrio pueden trasladarse a otros órganos debido a la menstruación retrógrada, cambios en la capa que recubre el abdomen, o la propagación a través de la sangre y los vasos linfáticos. Para que las lesiones se formen y persistan, también intervienen factores como un sistema inmunológico alterado, hormonas y genética. Los factores de riesgo para la endometriosis incluyen edad temprana en la menarquia (< 12 años), ciclos menstruales más cortos (< 26 días) y índice de masa corporal (IMC) bajo o ser delgada en la adultez y la infancia. «Tener hijos puede reducir el riesgo, pero esta relación es compleja. El impacto del tabaco tampoco está claro, ya que reduce los niveles de estrógeno pero expone a las mujeres a disruptores endocrinos estrogénicos», explica la doctora Dora Koller. La dieta también juega un papel, con un mayor consumo de ácidos grasos omega-3 asociado a un menor riesgo, mientras que las grasas transinsaturadas aumentan el riesgo. La exposición a productos químicos disruptores endocrinos también puede influir en el desarrollo de la enfermedad.
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