El lujo y la culpa
Hasta el C* ·
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Hasta el C* ·
Toda la construcción cultural que nos acompaña está hecha para señalarnos con el dedo por no cumplir a la perfecciónPor fin, una idea genial. Se trata, atención, de regalarnos algún artículo de lujo cada vez que sintamos culpa. A más culpa, más caro. La terapia no es mía. Su autora es una feminista de las que hay que seguir, Soledad Murillo, ‘madre’ de la Ley de Igualdad, y me ha parecido deslumbrante. ¿Será por eso que el segmento del ‘alto standing’ ha sido el único que ha crecido de manera exponencial durante la crisis? Naturalmente que no, pero porque las mujeres no somos de autocuidarnos lo suficiente. De hacerlo, el imperio LVMH se iba a enterar.
Pero ya va siendo hora. No digo que la felicidad esté en un ‘vuitton’, o lo que quiera que sea ahora el ‘must’ más codiciado, que ni lo sé ni me importa. Se trata de paliar los desoladores efectos de la culpabilidad que nos acompaña a las mujeres a lo largo de toda la vida. Porque, queridas mías, como ‘senior’ de esta serie de artículos, os digo con toda crudeza que ese sentimiento no desaparece nunca.
En realidad toda la construcción cultural que nos acompaña está hecha para señalarnos con el dedo por no cumplir a la perfección donde quiera que desempeñemos, en el trabajo, en la familia, en la vida en general. Por no llegar radiantes a casa tras una agotadora jornada, por no atender con paciencia solícita a niños sonrientes, por no tener ganas de hacer la cena, por no bailar en el supermercado ni conseguir, que es lo peor, mantener la cintura fina y el vientre plano. No es tanto la cultura judeocristiana, como siempre se ha dicho porque otros están hasta peor, sino la publicidad, el cine, los estándares de vida artificial que llevaron a nuestra querida Betty Friedan a diagnosticar el ‘malestar sin nombre’ del que aún hoy no escapan las mujeres en algún momento de sus historias. No puedo dejar de recordar esa viñeta de Maitena: Un periodista pregunta a una chica: «¿Qué siente una mujer profesional de hoy que tiene éxito,poder responsabilidades y que además...¡es madre de tres hijos!?» «Culpa», responde concisa.
Me compraría un ‘hummer’ tamaño gigante si tuviera que corresponder a toda la que arrastro, y aun no sería suficiente. Como no lo haré, básicamente por cuestión de pasta, sí podría ‘virtualizarlo’, para arramplar con todo: adiós a los estándares. Somos imperfectas. ¿Y qué? Como ellos, que ni se lo plantean. Como todo.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
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