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Incendios forestales ·
Las condiciones que dieron pie al verano más negro del siglo en España se repiten un año después. Falla la gestión del suelo, hay sequía y aprieta el calorIzaskun Errazti
Sábado, 17 de junio 2023, 13:05
La primera ola de calor del verano abocó a España al desastre en 2022. Las altas temperaturas apenas duraron una semana pero dejaron decenas de ... fuegos que afectaron a más de una veintena de provincias. Así, para mediados de año más de 200.000 hectáreas de superficie forestal habían quedado abrasadas, y lo peor todavía estaba por llegar. Los malos presagios se cumplieron y tras arder otras 110.000 hectáreas el país cerró el ejercicio con el registro de incendios más catastrófico del siglo.
Todas las alarmas se encendieron entonces y hasta hubo cambios legislativos para urgir a las comunidades autónomas a elaborar planes específicos de gestión de incendios. Los expertos consultados por este periódico lamentan que doce meses después la situación apenas haya cambiado. No se trata, advierten, de mejorar la extinción, una materia en la que España destaca como referente internacional. Lo que falla, concluyen, es la gestión del territorio, porque con el éxodo masivo y el abandono de la actividad rural el bosque ha crecido sin control hasta conquistar los campos. Y con tanta resistencia a desbrozar o talar un árbol el terreno ha quedado abonado para el fuego. Eso sin perder de vista el cambio climático que, «aunque no se pueda considerar la causa» de estos siniestros, «porque es más bien un catalizador, sí es un factor más a tener en cuenta e imprime una sensación de urgencia todavía mayor», señala Víctor Resco de Dios, profesor de Ingeniería Forestal de la Universidad de Lleida.
El verano negro de 2022 abrió «nuevos foros de discusión y estudio», destaca Fernando Pulido, su homólogo en la Universidad de Extremadura, para quien la situación actual «es muy parecida a la del pasado año. El nivel de alerta podemos decir que incluso ha aumentado, porque se le han visto las orejas al lobo, pero los cambios que se necesitan para controlar la situación son tan profundos que no se podrían implementar de un año para otro». «Es como intentar hacer virar un trasatlántico», explica gráficamente Miguel Ángel Soto, responsable de las campañas de Bosques de Greenpeace.
Dice Pulido que ya nadie duda de que «la etapa de los incendios que se podían sofocar con los medios de extinción clásicos es historia. Estamos en la época de los incendios que no se pueden apagar», sostiene. «Lo que pase este año va a depender un poco de las condiciones meteorológicas -añade Resco de Dios-, pero lo preocupante es la tendencia en la que estamos inmersos, porque la intensidad de los fuegos es cada vez mayor, cada vez vemos más incendios que queman más allá de la capacidad de extinción».
Tras una primavera de temperaturas excepcionalmente altas, el pronóstico del tiempo para la estación que arranca este miércoles es para echarse a temblar. El país vive una de las peores sequías que se recuerdan desde 1970 y hay áreas de la geografía nacional donde no ha llovido en más de 100 días desde que comenzó el año. Una situación que dispara el riesgo de incendios. «Nos enfrentamos a verdaderos monstruos con gran capacidad destructiva que, me temo, veremos otra vez este verano», advierte Pulido. De hecho, el avance de lo que puede ocurrir llegó el pasado mes de marzo con el primer gran fuego de la temporada, que calcinó 4.600 hectáreas en la Comunidad Valenciana.
¿Cómo hacer frente a esta amenaza? Unanimidad respecto a la clave: «Preparando el territorio, reduciendo la continuidad del combustible, de la vegetación, de forma que se generen áreas de bosque que se encuentren compartimentadas, aisladas por otras zonas que arden más dificilmente. Es decir, lo que se conoce como paisaje de mosaico», resume el experto de la universidad extremeña.
Extraer la biomasa forestal pemitiría, por ejemplo, reducir entre un 10% y un 15% las importaciones de gas en España. Y esa es una razón más para que Resco de Dios no entienda «la falta de visión de nuestros políticos, máxime en un contexto de transición ecológica y energética en el que debemos abandonar o disminuir el consumo de combustibles fósiles». En su opinión, el único interés que han demostrado desde la Administración tras el último año trágico se ha centrado en «apagar la llama mediática, el clamor popular por los incendios. Y en cuanto se ha dejado de ver esa llama el interés político ha desaparecido. Sí que a nivel individual alguna comunidad autónoma ha aumentado la inversión en prevención de incendios, pero seguimos estando muy lejos de la magnitud que necesitaríamos para rebajar realmente el problema», añade.
En Bizkaia, que puede presumir de ser un referente en materia de prevención de incendios, se ha apostado por la gestión forestal sostenible «que tiene en cuenta todos los aspectos medioambientales, de la biodiversidad, de especies a proteger , de épocas en las que intervenir...», explica Carlos Uriagereka, jefe del servicio foral de Montes. Ayuda que en el territorio aún exista una cultura forestal, «un aprovechamiento de la madera, que se extrae de manera ordenada», lo que permite rebajar la carga de combustible en los bosques y generar infraestructura. «No tenemos un paisaje discontinuo -admite el experto-. Tenemos pistas de tres metros de ancho que, aunque el fuego puede atravesar de un lado a otro, también sirven de acceso para que los recursos de extinción puedan llegar más rápido y tener una zona de oportunidad».
El departamento de Montes de la Diputación vizcaína gestiona 10 millones de euros al año. Cinco de ellos se reparten como ayudas al sector privado, propietario del 75% de las 130.000 hectáreas de superficie forestal que suma el territorio. «Y con ese dinero hacen podas, desbroces y repoblaciones..., la misma gestión que hacemos en el 25% restante del suelo, que es público», indica Uriagereka. Con esta fórmula se interviene en entre 8.000 y 10.000 hectáreas de terreno al año. «¿Qué significa esto? Que a la vuelta de diez años ya has pasado prácticamente por todo el terreno y lo tienes gestionado», detalla el técnico foral.
Pero salvo en casos aislados, denuncia Greenpeace, la política forestal sigue siendo «la hermana pobre de los presupuestos». «El sector forestal no recibe el mismo interés que, por ejemplo, el pesquero, el de la agricultura... Porque salvo en algunas zonas, como en Cataluña o el País Vasco, no tiene peso en el PIB. Y no hay interés, a pesar de que la mitad del territorio español es forestal», afirma Miguel Ángel Soto.
«La prevención no tiene retorno», lamenta el portavoz de la organización ecologista. una reflexión que comparte el presidente de la Sociedad Española de la Ciencia del Suelo, Jorge Mataix-Soler. «Para acabar con el incendio que no se puede apagar no hacen falta más medios, Los mismos Bomberos te lo van a decir. Lo que se necesita es prevenir, cambiar el escenario. Pero, ¿voy a invertir un montón de dinero en algo que a lo mejor no pasa? Y no vamos a arreglar en dos años lo que no se ha hecho en 50. Porque los siniestros que vemos ahora empezaron hace medio siglo», se duele.
El portavoz de Greenpeace llama la atención sobre otro aspecto. «Somos urbanitas y hemos demonizado a la motosierra. Puedes pescar un atún de 500 kilos y la gente dirá 'qué bonita la almadraba', pero no toques un árbol». Lo que hace falta, dice, es educación, «mucha, mucha educación, porque si no gestionamos los bosques lo acabarán haciendo los grandes incendios, como vimos hace poco en Las Hurdes o el verano pasado de manera pavorosa. O lo hacemos nosotros o el fuego lo hará porque estamos dejando todo el combustible listo para cuando se normalicen los veranos de 40 grados», zanja.
Los incendios forestales causaron en 2022 el peor desastre ecológico del siglo en España y dejaron la mayor superficie calcinada en 28 años. Un infierno que causó dos muertes, decenas de heridos y obligó a desalojar a 30.000 vecinos. Pero este año apunta a un desastre medioambiental aún peor. En los cinco primeros meses las llamas han devorado 47.784 hectáreas, el triple de las arrasadas durante el mismo período de 2022. Son más del doble de la media de daños causados en la última década y confirman que España es el territorio europeo más amenazado por el fuego.
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