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Helena Rodríguez
Miércoles, 12 de marzo 2025, 13:04
Otoño de 2011. Una noticia conmociona a toda la sociedad: un padre ha asesinado y quemado a sus dos hijos, de seis y cuatro años, ... en Córdoba. El nombre del asesino, José Bretón. El de los niños, Ruth, como su madre, y José, como su progenitor. Él fue condenado a 40 años de cárcel y ahora confiesa por primera vez el crimen, sus motivos y cómo lo llevó a cabo. El estremecedor relato lo cuenta el escritor Luisgé Martín en el libro «El odio» (Anagrama), que verá la luz en breve y cuyas páginas se han nutrido con las declaraciones de una entrevista con Bretón y con las cartas que autor y asesino se han intercambiado.
El título, del que Martín ha ofrecido un adelanto en El Confidencial, cuenta cómo se inició el contacto entre ambos hombres para luego explicar con detalle y siguiendo el relato de Bretón cómo se desarrolló el asesinato. El condenado asegura que contrariamente a lo que se dice, no cometió el asesinato llevado por el odio a su exmujer, sino por las consecuencias que sobre los niños tendría el divorcio, al que él dice no era contrario. «Empecé a sentir mucha angustia. No por la separación de Ruth, que me parecía lógica y aceptable, sino por mis hijos. Una separación siempre tiene consecuencias con los hijos», argumenta el asesino que añade que le «obsesionaba la idea de que se educaran al lado de la familia de mi mujer, que a mí me parecía una familia tóxica». Y añade: «Me deprimía la idea de que mi hija Ruth y mi hijo José crecieran entre ellos sin estar yo delante. Ahí fue cuando empecé a volverme loco». «Me ponía enfermo. No podía aceptarlo, pensaba que iba a salir todo mal».
Cuando el escritor insiste sobre si actuó por venganza contra su ex mujer, Bretón se muestra tajante: «¿De qué iba a vengarme? Yo estaba de acuerdo con la separación. Me parecía bien. Incluso empecé a buscar a otra mujer, llamé a Conchi y estuve a punto de quedar con ella. A mí no me parecía mal el divorcio, pero me atormentaba esa incertidumbre, el hecho de no saber qué iba a pasar con mis hijos». Y sigue justificando: «Los maté por impaciencia. Necesitaba que esa situación se acabara, que desaparecieran las dudas y la incertidumbre. Es como si se me hubiera metido un monstruo dentro de la cabeza que no me dejara dormir ni pensar en otra cosa. No podía encontrar soluciones. Y cada día era peor que el anterior».
El mismo José Bretón que en los días posteriores a matar a los pequeños aseguraba que estaban desaparecidos dice ahora que una vez decidió asesinarlos tuvo dos cosas claras: «que murieran sin sufrimiento y que los cuerpos desaparecieran luego para que no los encontraran». «Sin cadáveres no hay crimen, eso está en cualquier novela policiaca. Tenía los medicamentos y tenía la leña en la finca, solo tuve que comprar el gasóleo», detalla el preso que se muestra absolutamente seguro de que ni Ruth ni José sufrieron. «Disolví las pastillas machacadas en agua con azúcar y se la di para que bebieran. Antes de poner los cuerpos en el fuego comprobé que no respiraban, estaban ya muertos. No se enteraron de lo que iba a pasar. Confiaron en mí. No hubo miedo ni dolor ni ningún tipo de sufrimiento».
Para ellos, todo fue normal a ojos de su padre. «La mañana del día ocho fui a despertarlos, pero cuando llegué a la cama mi hijo José ya estaba despierto y me echó los brazos para que lo cogiera. Al hacerlo pensé: «Vaya tela que sea hoy el último día que te vea, pero no puedo soportar la idea de que pases momentos allí». Luego dice no recordar nada más. «Estaba poseído, no era capaz de pensar en nada, de fijarme en nada. Solo en cumplir con el plan». Pero pese a sus intentos de ocultar el horrible crimen, las incongruencias de su relato le delataron y acabó detenido. Luego las pruebas le condenaron.
El reo es consciente de que no hay perdón para lo que hizo. Mucho menos el de Ruth Ortiz, la madre de los niños. Tampoco es que vaya a tener opción de pedírselo cara a cara ya que la sentencia le prohíbe acercarse a ella durante el resto de su vida. Y además «Ruth no puede perdonarme, es imposible que lo haga. Tampoco creo que yo me atreviera ahora a sentarme delante de ella. Pero sí me gustaría poder pedirle perdón, claro. Leí en un periódico una entrevista con ella en la que decía que tenía miedo de que yo saliera de la cárcel porque podría querer hacerle daño, matarla a ella también. Y eso me entristeció. Es ella la que tendría razones para matarme a mí, no al revés».
¿Él mismo se ha perdonado? Ante Luisgé admite que sí. «He tenido que hacerlo, porque si no podría seguir viviendo, pero nadie más puede hacerlo. Si hubiera sido al revés, si Ruth hubiera matado a nuestros hijos, yo la habría perdonado, porque es un sentimiento que me sale con naturalidad. Pero entiendo que ella no me perdone jamás y que me desee todo el mal del mundo. Me lo he ganado con creces».
La sentencia del caso consideró probado que José Bretón eligió la finca de sus padres para dar muerte a los niños y eligió el 8 de octubre aprovechando que ese fin de semana estaría con ellos. El 29 de septiembre compró Orfidal y Motivan para poder adormecer o incluso matar a los pequeños. Antes, entre el 15 de septiembre y el 7 de octubre de 2011, acumuló 250 kilos de leña y compró 271 litros de gasóleo para hacer desaparecer los cuerpos. Tenía clara la coartada que ha mantenido hasta ahora: Ruth y José se habían perdido en el parque Cruz Conde.
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