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Las bombas que aquel día cayeron sobre la ciudad siria de Alepo destruyeron su clínica e hicieron añicos años de trabajo. En cuestión de segundos, el proyecto de vida de la doctora Ilhas saltaba por los aires. Cuando llegó a casa, solo pudo decir apresuradamente a sus cuatro hijos que cogieran sus mochilas del colegio y que metieran en ellas lo más importante; solo aquello que querían conservar porque jamás regresarían a su hogar. Huían con lo puesto. Emprendían un viaje sin fecha de vuelta. Tardaron tres días en recorrer los 50 kilómetros que separan Alepo de la frontera turca. Empezaban de cero en un piso de 19 metros cuadrados, sin trabajo, sin arraigo, sin nada. Así, durante un año, hasta que la doctora fue contratada por una ONG y un proyecto empresarial se cruzó en el camino de su marido, Ali, quien participó en el diseño de una marca de jabón de Alepo con un nombre español: Letizia Buzón. Ese fue su salvavidas.
La historia de Ilhas, Ali y sus hijos es una más entre las miles que ha dejado la guerra en Siria en los ocho años de conflicto. La mayoría de los que salieron con lo puesto pusieron rumbo a Turquía, donde actualmente hay más de cuatro millones de refugiados sirios. Solamente en la región fronteriza entre ambos países vive millón y medio. Por eso, la marca de cosméticos decidió hace un año instalarse en la zona y abrir la primera fábrica española en la localidad turca de Gaziantep, justo a 54 kilómetros de Alepo. ¿El objetivo? Dar a estos desplazados una oportunidad para valerse por ellos mismos y lograr su rápida integración en el país de acogida, y recuperar la elaboración a mano del milenario jabón de Alepo, muy apreciado por sus propiedades dermatológicas y por las reminiscencias culturales que tiene para la población siria. «Para ellos, es el olor a su país, a su historia, a sus raíces», cuenta a este periódico Letizia Buzón (Madrid, 1976), quien quedó «impactada» tras visitar a algunas familias de refugiados que, con enormes dificultades, seguían haciendo el jabón de Alepo en sus paupérrimos hogares situados en los límites con su país.
Aquello fue revelador. En su constante búsqueda de artículos de belleza exclusivos, la madrileña había encontrado uno que, pese a tener más de dos mil años de historia, resulta un gran desconocido para el mercado europeo.
Desde 2015, Buzón dirige en España una compañía dedicada a la importación y exportación de aparatos utilizados en centros médicos y de estética especializados. «Mi trabajo me obliga a viajar continuamente a Oriente Medio y a pasar gran parte del año en Turquía, por eso, cuando conocí a aquellas personas que, sin apenas recursos, trataban de perpetuar su tradición ancestral del jabón de Alepo pensé que merecía la pena asumir el riesgo y montar una fábrica. La guerra acabó con el centenar que había», explica la directora de la compañía.
La empresa española ha contratado en este primer año a 50 refugiados, que escalan a paso lento peldaños de autoestima y dignidad. «Son familias desestructuradas, muy dañadas psicológicamente, que han perdido toda su ilusión en la vida; sus miradas están perdidas y se muestran continuamente ausentes». Letizia asegura que muchos niños han perdido por completo la audición por el estallido de una bomba o han dejado de hablar por la conmoción que supuso el impacto, tal y como le ocurrió a la hija de una de sus trabajadoras. «Transcurrió un año entero en Turquía hasta que la niña pudo pronunciar palabra».
Su propósito es abrir siete nuevas fábricas, que darían empleo a otros 400 desplazados más. La producción está ahora mismo parada, ya que es estacional. Tras la recogida del aceite de laurel (ingrediente principal del jabón de Alepo, junto al de oliva) en octubre y noviembre, el jabón se empieza a «cocinar» en enero hasta el mes de abril, y a partir de mayo cuentan nueve meses de secado. «Hace un mes empezamos a comercializar la producción de este primer ejercicio, cien mil unidades hechas exclusivamente en Gaziantep, más otras 500.000 realizadas en una fábrica de Alepo con la que colaboramos. Creemos que será suficiente, pero ojalá nos equivoquemos, eso significaría que lo hemos vendido todo».
Los refugiados sirios se encargan de todo el proceso, de principio a fin, desde la elaboración al empaquetado, pasando por el diseño. Todo manual. Sin embargo, y aunque la proporción entre hombres y mujeres busca el equilibrio (30/20 respectivamente), «todo aquello que requiera de la experiencia se reserva siempre a ellos, mientras que la parte mecánica la realizan ellas», aclara. Precisamente, uno de sus mejores maestros jaboneros, Ali Salathi, ha conseguido reabrir su fábrica de Alepo gracias a su sueldo en la compañía turca. Sin embargo, una cosa es la fabricación y otra conseguir dar salida al producto. Y aquí es donde entra la empresa de Letizia. «Desde Turquía enviamos todos los medios necesarios para que el producto pueda ser empaquetado y trasladado hasta el puerto sirio de Latakia. Sin embargo, como no hay empresas internacionales que quieran recoger el material allí, nos obligan a sacarlo por un puerto franco hasta Turquía y de allí al resto de Europa», ilustra. Es solo uno de los muchos riesgos que tienen que asumir, dado que la carretera desde Alepo hasta la zona portuaria discurre por una zona «muy hostil», «donde corremos el peligro de que nos ataquen y nos roben la mercancía».
El jabón de Alepo tiene su origen en la antigua Babilonia hace más de dos mil años. Conocido como el primero de la historia o el jabón de Cleopatra, posteriormente se extendió a Francia, como jabón de Marsella y a España, como jabón de Castilla.
Ingredientes. Son naturales en su totalidad, con un 60% de aceite de oliva virgen y un 40% de aceite de laurel, la máxima proporción usada en su elaboración, que solo sale adelante en aquella zona geográfica por su climatología extrema.
Cualidades. Las propiedades antioxidantes y antiinflamatorias del aceite de oliva, unidas a que el de laurel es un agente antibacteriano, con propiedades antisépticas y antivirales, «confieren al jabón de Alepo unas características hidratantes y organolécticas excepcionales, pero también idóneas para tratar el acné, todo tipo de dermatitis y la psoriasis», afirma Vicente Alonso, jefe de Dermatología del Hospital 9 de octubre de Valencia.
La compañía española garantiza que cada empleado tenga un contrato laboral, sujeto a la legislación turca. De acuerdo a esta normativa, tienen 14 días de vacaciones y reciben un sueldo medio mensual de unos 600 euros (casi el doble del salario mínimo interprofesional en aquel país, establecido en 350 euros, unas 1.770 liras turcas). «El objetivo es que hombres y mujeres con estudios, enorme talento y gran conocimiento del oficio, porque ya lo desarrollaban en su país antes de que empezara la guerra, logren seguir adelante con sus vidas sin depender de nadie, solo de ellos mismos». Asegura Letizia que la inversión privada es ahora «primordial» para ayudar a los casi seis millones de desplazados a Turquía. En su tesis la apoyó también Hakan Bilgin, presidente de Médicos del Mundo en Turquía, durante la presentación de su proyecto hace unas semanas en Madrid. «El gobierno de Ankara ha invertido 11.500 millones de dólares en políticas sociales para el 94% de la población siria que reside fuera de los campos de refugiados. Pero no puede por sí solo satisfacer todas sus necesidades. La indiferencia del resto de Europa hacia esta tragedia humanitaria ha sido terrible», denuncia.
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