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Carolina Cancanilla
Un gran culo detrás de una gran mujer

Un gran culo detrás de una gran mujer

Hasta el c* ·

Lo que comenzó con la fantasía del destape continúa hoy en las pantallas con la misma masturbación de antes

isabel bellido

Viernes, 4 de agosto 2017, 00:34

«La foto nos permite contemplar una espalda firme que se ciñe y estrecha en un grácil talle. Debajo relucen dos medias lunas que iluminan la escena: prietas y poderosas. Un culo comme il faut. Un notable trasero junto al cual, apretándolo con las dos manos, uno imagina poder pasar un largo y feliz invierno… Más abajo, hacia el suelo, están esos muslos rellenos y el corvejón carnoso fronterizo con unas pantorrillas bien formadas, aunque algo cortas». Vaya por Dios.

La modelo es Simone de Beauvoir y el que la describe en una reciente columna de ‘El independiente’ es Joaquín Leguina, respetable político y escritor, miembro del PSOE, primer presidente de la comunidad de Madrid en los ochenta. Larga biografía en Wikipedia, hitos, obra literaria, inmenso todo él, «señor Leguina», preguntará el camarero, «¿qué le pongo, señor Leguina?» Al servirle, se interesará por su día y le preguntará si se ha expansionado. «Lo de expansionarse, lo de poseer un espacio vital autárquico, es una necesidad que las mujeres no llegan a comprender», prosigue como salido de un guion de Azcona.

De Beauvoir aparece desnuda y de espaldas en la fotografía que nos ocupa, y no es que sea objeto noticioso (su hallazgo no es reciente), pero nunca es tarde para la carnaza, y menos si se trata de la suya, la de la madre del feminismo: todo ese talle está pidiendo de su verbo. ¿Por qué Leguina habría de disimular lo que piensa? ¿Por qué no hacerlo público y, probablemente, cobrar por ello? Si Simone de Beauvoir tenía cuerpo él está en su derecho de comentarlo, es más: de imaginar que puede agarrarlo. Agarrar un culo comme il faut.

Habitamos un mundo en el que a intelectuales franceses no les avergüenza firmar un manifiesto llamado ‘No toques a mi puta’, en uno en el que el piropo salvaje está tan normalizado para Pepita, que ahora está cruzando la acera y tiene las llaves sacadas, como para De Beauvoir. En este mismo orbe hay mujeres que pretenden tachar el cuerpo del discurso, asexualizar los pechos, las piernas, la corva o la ingle. Hay compañeras que enarbolan la bandera del feminismo desde su anatomía, pero yo no puedo evitar observar una ingenuidad nociva. No hay emancipación: somos capital erótico, una ‘nueva’ forma de dominación por parte del patriarcado perfecta para marquesinas –apunte: Daniela Astor y la caja negra, de Marta Sanz–. Lo que comenzó con la fantasía del destape continúa hoy en las pantallas con la misma masturbación de entonces. Es asqueroso: el mundo está lleno de Leguinas.

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