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Icíar ochoa de olano
Lunes, 4 de marzo 2019, 00:39
Dejarse la piel, a veces con toda su literalidad, es lo que hacen los buenos fotorreporteros con tal de sacar de la oscuridad los crímenes que, por acción u omisión, ocurren al otro lado de la línea alambrada del bienestar. Uno de ellos es Emilio ... Morenatti (Zaragoza, 1969), un profesional autodidacta crecido en Jerez de la Frontera, afincado en Barcelona y curtido en un puñado de infiernos desde Haití a Afganistán, donde una mina le hirió gravemente. Estos días, el hoy responsable de la agencia Associated Press (AP) en España y Portugal enseña en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, junto a un puñado de colegas, lo que han visto al otro lado de la cerca .
– 'Creadores de conciencia', se titula la exposición. ¿Dónde anda entretenida, por lo general?
– Yo no me considero un creador de conciencias. Ese concepto me resulta presuntuoso y me viene grande. Yo soy un fotógrafo que va a los sitios e intenta plasmar lo que allí ocurre de la forma más neutral y estética posible para que el mensaje llegue. Si es cruel y bárbaro, es porque eso era lo que tenía delante. El fotógrafo, como decía (Sebastiao) Salgado, es una unidad de producción. Si removemos conciencias, fantástico. Yo me conformo con que mi trabajo invite a la reflexión, porque a menudo eso genera debate y el debate es estupendo.
– ¿A ese conocimiento responsable se llega a puñetazos fotográficos, no hay otra?
– El fotorreporterismo ha evolucionado mucho. Ahora hay una sutileza que permite que el mensaje llegue a más gente porque ya no contiene violencia explícita. El lector es alguien inteligente y no necesita recibir un puñetazo de entrada. No quiero comparar ninguna foto con una obra de Caravaggio, pero son imágenes para detenerse y contemplarlas, y así descubrir el mensaje. El problema es que la sociedad no tiene tiempo para ello y eso nos obliga a esforzarnos para hacer una foto que se entienda rápidamente sin que contenga una violencia explícita que provoque rechazo.
– Las decenas de conflictos abiertos en el mundo y la irrupción de las redes sociales, ¿les han restado capacidad removedora?
– Es indudable que sí. Hoy la información le llega al ciudadano a toneladas. Tenemos enfrente a un gran rival y el tremendo reto de que dos o tres de nuestras imágenes prevalezcan en esa avalancha. La clave está en la edición fotográfica. Es decir, en los profesionales especializados que eligen la imagen del día y que, lamentablemente, están desapareciendo de los medios.
– Pese a las imágenes, pese a los relatos de denuncia, el Mediterráneo sigue tragándose cada semana a decenas de emigrantes. ¿Es el frío baño de realidad de que el periodismo no lo puede todo?
– Yo creo que con nuestro trabajo se han conseguido muchas cosas. Hemos dejado constancia de lo que ahí ocurre y eso queda en la historia de la humanidad. Hablábamos de remover conciencias. No tiene por qué ocurrir eso solo de forma instantánea, sino también en sociedadas futuras, que verán la mala gestión de los gobiernos pese a que se les decía que aquello era un genocidio, una barbaridad. Yo he ido cuatro o cinco veces 'empotrado' con ONGs al Mediterráneo y he visto a esas personas muertas flotando en el agua. Eso te hace sufrir y piensas 'la gente también va a tener que sufrir viendo mis fotos', las vean mañana o dentro de unas décadas, así que lo haces con la máxima pulcritud.
– Defina pulcritud en este contexto.
– Hay un código deontológico que cada uno lleva encima y que va amparado por el medio al que cada uno representa. AP tiene uno muy potente. Infringirlo supone la expulsión inmediata. Tú no puedes añadir ni quitar nada a una foto. La gente se pregunta por qué nos movemos tanto. Porque solo un ángulo funciona mejor que otro y hay que sacarlos todos. Elegir cuál es la mejor imagen y la más pulcra es decisión exclusiva del editor.
– Usted llegó al fotorreporterismo de guerra haciendo una escala insular en Perejil.
– Sí. Me enteré de aquello mientras trabajaba en Efe. Aún no había mucho interés y me fui por mi cuenta. Me monté en una barca de pescadores. Conseguí las primeras fotos de aquellos militares marroquíes con sus banderas instalados en el peñón y cubrí toda la escalada. Hice aquel conflicto mío y al final, cuando acabó, me cogí una barca hinchable hasta el islote para comprobar que se habían marchado. A la vuelta me esperaban los periodistas para entrevistarme. Aquello me sirvió para llamar la atención de AP, que me ofreció ir a Afganistán.
– ¿Cómo se prepara un reportero para desembarcar allí procedente de la Expo de Sevilla o de las Olimpiadas de Sídney?
– Fue un 'shock' tremendo. Mi inglés era pésimo y todo me sobrepasaba. Pasé un año 'empotrado' en las tropas estadounidenses. Mucha acción. Era un reto minuto a minuto. Lo pasé muy bien y hubo momentos de bajón muy gordos. Pero cada día llegaba el momento de meter todas aquellas fotos en la red, que se publicaban muy bien, y era un gran aliciente.
– Se diría que no habla de una guerra.
– Los conflictos se perciben con más dramatismo desde aquí. Allí estás inmerso en una vorágine de improvisación, estrés, caos... Y te sientes un tipo privilegiado. Y lo eres porque estás donde casi nadie puede estar. Y cuando tus fotos funcionan recibes un 'feedback' importante. Eso te coloca en un lugar peligroso, porque corres el riesgo de sentirte alguien especial. Estás entre los militares y la población civil, y debes ser un personaje inocuo.
– Más tarde trabajó en Jerusalén y en Pakistán. A cambio de documentar lo que allí sucedía, fue secuestrado, herido y mutilado. ¿Se ve a sí mismo como un soldado del periodismo?
– Yo hice la mili y esa palabra no me mola porque está desprestigiada. Pero si le quitamos el componente bélico, sí. Yo voy donde me mandan, sea un partido del Barça, el Mediterráneo o un frente. Aunque ahora las órdenes las doy yo.
– ¿Qué ha hecho con la película de todas esas vivencias descarnadas que no ha fotografiado o sí, dónde la ha puesto para seguir adelante?
– Creo que me dediqué a esto porque tengo la capacidad de tomármelo como un estilo de vida y la de no llevarme mis fotos a la cama. Para hacer buenas coberturas tienes que disparar con frescura, como un novato. Los traumas, la contaminación, no te dejan hacer un buen trabajo. Este no es un oficio de expertos.
– Se lo pregunto de otra forma. ¿Cómo se deja atrás una guerra y se regresa al confort y la despreocupación?
– Hay una parte que se queda allí. Yo me dejé parte de la pata en Afganistán. Cuando me hirieron y tenía la cabeza abierta y estaba en un charco de sangre, yo sabía que me habían volado la pierna. Creí que podía morir y en ese momento pensaba 'bueno, he muerto haciendo lo que quería, he sido un tío privilegiado, he visto gente atrapada, enferma, moribunda que no ha tenido ni una milésima parte de lo que yo he tenido en estos cuarenta años'. Y lo siento así.
– Según usted, ¿de qué pasta está hecho el género humano?
– Somos muy olvidadizos, superficiales, vamos al día. Esto es parte del capitalismo y de esta sociedad frenética que nos impide detenernos en lo importante y pensar.
– Aunque ahora en labores directivas, sigue con la cámara al hombro. El jueves, sin ir más lejos, para retratar una nueva huelga general en Barcelona. ¿La batalla catalana es más fácil o difícil de retratar?
– Estamos en un momento difícil. De hecho, me estoy trayendo gente de fuera para que aporte una mirada fresca que los demás ya no tenemos.
– Quim Torra, ¿tiene fotogenia?
– A mí me cae bien. Es una persona muy simpática, empática e inteligente. Dentro del independentismo hay mucha coherencia.
– ¿Y Santiago Abascal?
– Es una persona retraída y ofuscada.
– ¿Quién calcula que saldrá en la foto el 28-A?
– Siempre ganan todos. He cubierto muchas campañas y aún no he encontrado a un político que salga a reconocer con honestidad que ha perdido.
– ¿Sabe alguna de sus mujeres dolientes o de sus huérfanos de la guerra lo lejos que ha llegado su trabajo?
– No, y solo hay una cosa que me tortura, que la difusión de las fotografías les haya podido causar algún problema.
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