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Lunes, 14 de abril 2025, 00:03
El abandono educativo temprano, el concepto que engloba a los jóvenes de 18 a 24 años que dejaron de estudiar tras la ESO, algunos incluso ... sin llegar a titularse, está enormemente vinculado a las características del entorno familiar del alumno y muy especialmente a la formación académica de los padres.
Los escolares españoles que tienen una madre que solo ha completado la educación básica, la actual primaria, tienen catorce veces más posibilidades de dejar de estudiar a partir de los 16 años que sus compañeros con progenitoras con estudios superiores.
Entre los primeros la tasa de abandono educativo temprano es del 34%. Lo deja uno de cada tres, más del doble de la media general española, frente a solo un 2,4% de abandonos entre los alumnos con madre universitaria o titulada en FP superior. Es uno de los datos más llamativos del estudio sobre una lacra que lastra desde hace décadas al sistema educativo español realizado por los analistas de Funcas, el centro de investigación económica y social de la cajas de ahorros.
España ha hecho en lo que va de siglo un gran esfuerzo para abandonar el farolillo rojo europeo en este problema, pero aún no lo ha logrado. El trabajo conjunto de las administraciones y la comunidad educativa ha permitido reducir a menos de la mitad la tasa de abandono escolar en lo que va de siglo. Se ha pasado del escandaloso 31% de 2002 al 13% que se registró en diciembre del año pasado.
Sin embargo, las medidas y políticas que han permitido este gran avance parece que muestran síntomas de agotamiento. Entre 2022 y 2024 se detecta una fuerte ralentización de la rebaja, casi un estancamiento. Solo se ha mejorado del 13,9% al 13% en casi tres años. Pese al esfuerzo, España sigue siendo el segundo país de la UE con mayor abandono escolar, solo por detrás de Rumanía, y está aún lejos de cumplir con el objetivo comunitario para 2030, que es que ninguno de los 27 miembros supere el 9%, algo que ya han conseguido al menos 16 de los socios.
Entre los factores principales que contribuyen al abandono temprano de los estudios está la existencia de circunstancias familiares complicadas, de dificultades económicas y también la falta de utilidad que algunos jóvenes perciben en la forma como se imparte la educación obligatoria. El gran desfase con Europa tiene que ver así mismo con amplias diferencias regionales, pues las tasas más altas, como las de Murcia, Andalucía o Baleares (entre 3 y 5 puntos superiores), se producen en mercados con fuerte demanda laboral turística (hostelería), agraria o la de construcción.
Pero el trabajo de los expertos concluye que, además de factores generales y territoriales, la alta tasa de abandono escolar española la explica sobre todo su concentración entre los estudiantes de entornos más desfavorecidos, bien por su falta de referentes educativos (como sucede con el dato inicial), bien por las barreras socioeconómicas o bien por ambas, como suele ocurrir entre los escolares de otro colectivo especialmente afectado por la lacra, el de los inmigrantes, con claros ejemplos en Ceuta y Melilla, con tasas superiores al 20%.
El análisis de Funcas aclara que la lucha contra esta deficiencia del sistema educativo debe ser una prioridad para las autoridades porque no solo limita el futuro laboral de quien la sufre sino que, según varios estudios, condiciona buena parte de su vida. Reduce su participación social, aumenta sus problemas de salud e incluso eleva sus conflictos con la ley. Si se trasciende de la visión personal a la de país, el elevado abandono educativo reduce el crecimiento económico y los ingresos fiscales, aumenta el desempleo y la demanda de prestaciones sociales e incrementa los gastos sanitarios.
Entre las medidas propuestas para alcanzar el ansiado 9% están reducir la ratio de alumno por clase (sobre todo en etapas tempranas) para aumentar la atención individualizada y mejorar el aprendizaje; incentivar a profesores experimentados para ejercer labores docentes en centros educativos de zonas vulnerables; acompañar mediante tutorías a pequeños grupos de alumnos ofreciéndoles una educación personalizada; estimular la implicación de los padres en la educación de sus hijos; orientar a estudiantes y familias sobre los beneficios a largo plazo de la educación y ofrecer una oferta cada vez más amplia y flexible en las distintas etapas de la FP.
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