La laguna de la Albufera está revuelta . La culpa es del aire, que sopla furioso. El viento puñetero de Poniente zarandea los árboles y las plantas, y lanza a las aves, descontroladas, contra los coches en la autopista. Una abubilla parece que vuele en lateral. ... En cambio, dentro del parque natural no se mueve un coche ni un tractor. Son las diez de la mañana y todo el mundo se ha entregado al hábito sagrado del almuerzo. Los bares del Palmar, una isla rodeada de agua dulce con 700 habitantes y 30 restaurantes, están repletos de agricultores devorando tremendos bocadillos. Media barra de pan con mil versiones de tortilla: francesa, de patata, con ajos tiernos, habas o berenjena, las últimas de alcachofa... Este tentempié no se perdona. Venga quien venga. Haya el trabajo que haya.
Publicidad
Elevado el ánimo tras el carajillo, se reemprende la sinfonía del arrocero. Ellos mandan en la Albufera. Porque ellos convirtieron una laguna salobre de pescadores en una de agua dulce rodeada por 14.000 hectáreas de cultivo. Y ellos marcan los tiempos del calendario que transforma radicalmente el paisaje de una estación a otra. La primavera acaba de comenzar, así que los campos son un secarral donde se prepara la tierra para que, dentro de un mes, se abran las compuertas y se cubran por una fina película de agua para empezar a la siembra. Motorizada o a mano, a voleo. Después crecerá la planta y, en verano, todo se habrá vuelto verde intenso. En septiembre la planta espigará y empezará a adoptar un tono pajizo, la llamada a la siega para separar la paja del arroz y ponerlo a secar. Hasta hace poco, todos quemaban los rastrojos en el campo y el humo –tal es la cantidad de hierba seca que arde– llegaba hasta Valencia, a unos catorce kilómetros. Ahora empieza a estar mal visto. El 1 de noviembre se inunda el parque y el agua arrasa los campos y senderos, expandiendo la laguna hasta los confines de la Albufera. Es el momento de regenerar la tierra para empezar el círculo un año más.
La actividad se reanuda en La Baldovina, una de las fincas más grandes, con cien hectáreas de arrozales. El terreno, como el edificio señorial que se yergue entre acequias, le debe su nombre a María Baldoví, representante de una familia burguesa de Sueca que se casó con Joaquín Manglano, barón de Cárcer y primer alcalde de Valencia, en 1922, tras la Guerra Civil.
El cartel de la serie es una fotografía hecha en el Port de Catarroja, donde está el embarcadero con las tradicionales barcas de la Albufera que da nombre a la ficción que se puede ver en Movistar.
El regio edificio, de tres alturas, es una especie de Casa de la Cultura y retén de la Guardia Civil en 'El embarcadero', la serie de televisión que ha descubierto a miles de españoles la despampanante belleza paisajista de la Albufera. «Aquí vamos a poner una puerta corredera porque no para de venir gente a ver el 'cuartel' y no todo el mundo es igual de educado», se queja Vicent Estevens, la cuarta generación de 'casots', los caseros de la finca.
Estevens es la castellanización de Stevens, el apellido de un inglés que dejó embarazada a una muchacha en su país y se sacudió el problema en Valencia mediado el siglo XIX. Dejó el 'muerto', un apellido y se marchó. Vicent heredó el oficio de 'casot' de su padre, su abuelo y su bisabuelo. Era un puesto codiciado por aquellos campesinos o pescadores que vivían en las tradicionales barracas en condiciones precarias. Poder irse a la planta baja de una de estas casas nobles era una conquista muy golosa y por eso se protegía de padres a hijos.
Publicidad
Vicent, que se defiende del aire con unas gafas de sol negras y un forro polar de camuflaje, cree que será el último. «Tengo un hijo, pero mi mujer es maestra y le inculca otras cosas... Yo, en cambio, he trabajado en muchos sitios y siempre estaba pensando en esto. Para mí no es un trabajo, es lo mío. Y eso que ahora vivo en El Palmar, pero desde mi cuarto veo la finca...».
Vicent Estevens, Casero
icent Llorens. Fundación Assut
La Baldovina fue una de las últimas que los arroceros conquistaron a la Albufera. Era un cañar que ahora produce toneladas de arroz. Hace siete años cambió de dueños. Una familia de Massanassa y otra de Alfafar se la quedaron. Una ofensa para Sueca, el pueblo más grande de los alrededores, que perdía un bastión. Los nuevos no solo trajeron la modernidad –«antes se utilizaban los dos secaderos que hay aquí y ahora secan el arroz, que antes costaba un mes, en otra parte en solo un día», advierte Estevens–, sino que vaciaron la casa que el anterior administrador había convertido en un museo franquista con banderas, pistolas, un bazuca, fotografías... «Eran muy 'fachorras'. Si yo contara lo que he visto aquí...», desliza Vicent. Ahora adornan las paredes blancas imágenes de vírgenes y santos, mapas de la Albufera antiquísimos, unos pocos patos disecados y un 'mornell', el artilugio con redes que utilizan los pescadores para capturar las anguilas.
Publicidad
No está rodeada de agua, como en la serie, porque ahora los campos están secos. Un cable al inicio del camino de entrada impide acceder en coche. Está deshabitada y sufrió un incendio.
Detrás del edificio hay un olivo, un pequeño limonero y una esbelta chimenea de ladrillo con fecha de 1938. Esta reemplazó a otra más antigua aún que se derrumbó y que servía para dar energía al motor que mueve el agua según los ciclos del arroz. Siempre el arroz. Desde allí se ve la caseta mucho más modesta y solitaria que se levanta unos campos más allá. Un cable de acero impide entrar en coche en el camino que conduce hasta la construcción de paredes encaladas y ventanas azules. Es la casa de Verónica (interpretada por la actriz Irene Arcos) en 'El embarcadero', el refugio de esa mujer libre que busca un emplazamiento en plena naturaleza.
Mucho más impacto que 'El embarcadero' tuvo 'Cañas y barro', la serie de TVE basada en la novela homónima de Vicente Blasco Ibáñez. Solo fueron seis capítulos, pero tuvo un éxito rotundo desde su estreno el 28 de marzo de 1978. Impactó tanto en España –la frase «Perxa, Tonet» se hizo célebre– que El Palmar, la isla en medio de la laguna de La Albufera, se llenó de turistas. Este aluvión de visitantes transformó la economía del pueblo, donde comenzó a ser más rentable cocinar una paella de pato o el tradicional 'all i pebre' –un guiso con ajo, patata y anguila–, o cobrar un paseo en barca.
La ficción genera una profunda sensación de envidia en el espectador. Qué maravilla y qué lujo habitar entre arrozales y láminas de agua bajo el sol deslumbrante de Valencia. Pero la realidad es bien distinta: allí no vive nadie y aquel lugar bucólico no es más que una casa abandonada con el interior tiznado de negro por un incendio. Detrás, una triste palmera doblada por el viento. En el canal, amarrada, espera muriéndose del asco una vieja barca cubierta con una lona.
Publicidad
La Baldovina y esta casita están separadas por el Tancat de la Barraca. Los 'tancats' (cerrados en valenciano) toman su nombre de la 'mota de tanca', los cercados que se levantaron y apelmazaron para acotar y cerrar el terreno. Un sistema de compuertas permite jugar con el agua para inundar o desaguar la tierra según la época del año. Ahora es el momento de preparar el sembrado y comprobar que está lo más plano posible con la ayuda de un láser.
De fondo suena el graznido de los patos. Allí el rey es el 'collverd' –por su cuello verde–, la pieza más codiciada por los cazadores que disparan sus escopetas durante la 'perellonà', cuando se inunda la Albufera. Ahora está prohibido disparar: ha comenzado el tránsito de las aves migratorias, que descansan en este humedal durante su viaje hacia las tierras más frescas del Norte de Europa, como las limícolas, o esas otras que criarán en la Albufera. Por los caminos ya revolotean la garza imperial, la pagaza, los fumareles... Y se espera ya a la garcilla cangrejera, el avetorillo y otras garzas estivales.
Publicidad
La casa de la Baldovina es una especie de Casa de la Cultura del pueblo de ficción de la serie donde se encuentra el retén de la Guardia Civil. Es una finca arrocera donde van a limitar el acceso.
Abdón Alcáñiz es el director de arte de 'El embarcadero'. Su nombre evoca directamente a la Albufera y a la Muntanyeta dels Sants, el techo del parque natural con sus humildes 27 metros de altura, como un grano en la piel, coronada por una ermita dedicada a los santos Abdón y Senén. Alcañiz, de Sueca, fue el culpable de que el equipo de rodaje se mudara unos meses a la Albufera. «El director de fotografía se decantaba por Portugal, pero yo hice fuerza hacia mi tierra porque conocía el potencial que tiene, su belleza, la potente luz...», explica.
La fuerza y la enorme personalidad del paisaje convierten la Albufera en un personaje más. «Es la madre que abraza esta historia y esta locura», poetiza Abdón antes de revelar que las escenas desarrolladas en los interiores de las casas se rodaron en los decorados que tienen en Colmenar Viejo, donde también se filmó la exitosa 'La casa de papel', otra creación de Álex Pina, y 'Vis a vis'.
Noticia Patrocinada
Los fines de semana ya es habitual ver a los curiosos merodeando por las casas de 'El embarcadero'. Incluido, claro está, el Port de Catarroja que da nombre a la serie. No parece que su éxito pueda ser comparable al de 'Cañas y barro', pero la serie, que por momentos parece uno de esos anuncios veraniegos de Estrella Damm que tanto promocionaron Formentera, ejerce un poder de atracción para el que no está preparado el parque natural.
Vicent Llorens, de la Fundación Assut, lo tiene claro. «La Albufera no es un lugar preparado para recibir a un gran número de turistas. Esto es un ecosistema muy importante y la prioridad de esos caminos debe ser para la gente que trabaja allí. No cuenta con infraestructuras», afirma tajante.
Publicidad
En el embarcadero, en realidad el Port de Catarroja, trabajó muchos años Vicent 'El Guerro', un veterano de los paseos en barca que nació en la marjal de Silla, uno de los trece municipios que abarca la Albufera. Este hombre, ya jubilado, tiene gusto por coleccionar los aperos característicos de la tierra, una afición que ha dado pie a una especie de museo del que se ha nutrido la serie de Movistar. Cuando fueron a recoger el material descubrieron que también tenía una vieja mobylette, el pequeño ciclomotor que tanto se popularizó en la segunda mitad del siglo XX y que convirtieron en el vehículo en el que Verónica y Óscar (Álvaro Morte) se movían por la Albufera en 'El embarcadero'. Juntos aceleraban por los caminos, cruzándose con joviales arroceros o acercándose hasta idílicos bares de copas con música en directo de los que, en la vida real, no hay rastro alguno.
La Albufera lleva siglos mojando el sur de Valencia, pero es la televisión la que ha mostrado su deslumbrante belleza a españoles que se acuestan soñando con una vida como la de Verónica, una vida que no existe. ¿O sí?
Publicidad
Un golfo que se cerró Hace miles de años era un golfo entre la desembocadura del Turia y del Júcar. Pero del primer río fue saliendo una flecha de sedimentos que acabó cerrándolo. Tras la barrera arenosa quedó una gran laguna salobre que perdió superficie mientras crecía el marjal. La introducción del arroz dulcifica el agua y se procede a aterrar el marjal. 14.000 hectáreas de arrozales rodean la laguna. Antes imperaba la pesca de la lubian o la anguila, la caza y las salinas que dan nombre a El Saler.
Tras la riada de 1957, que anegó Valencia, se desvió el Turia por el sur, donde se asentaron las industrias alrededor de la Albufera –tiene una profundidad de metro y medio–, vertiendo ahí sus residuos. El agua se enturbió e impidió que se filtrara la luz.La vegetación murió. En los 60 y los 70 se proyectó una macrourbanización en La Devesa, la franja entre la laguna y el mar, pero logró frenarse en el último momento.1927. El 3 de junio de ese año, Alfonso XIII le cedió la Albufera a Valencia a cambio de un millón de pesetas. La gestión la tienen los arroceros.
Publicidad
Valencia acogerá del 7 al 9 de mayo la decimoquinta Conferencia Internacional sobre Lagos y Humedales, organizada por Living Lakes, una red formada por 111 lagos de todo el mundo que ha invertido 26 millones de euros en programas de protección de la naturaleza. Living Lakes creó hace dos décadas una fundación que estaba en la orilla alemana del lago Constanza. «Teníamos comunicación con otros lagos sobre protección y gestión sostenible, y nos pareció una buena idea establecer una red bien estructurada con buenos canales de intercambio», explica Marion Hammerl, una de las fundadoras, quien recalca la importancia de esa transmisión en unos tiempos en los que internet estaba empezando y no existían las redes sociales.
Ahora, cada dos o tres años, intentan reunirse para celebrar el encuentro, que este año, por primera vez en su historia, se celebrará en España. «Parecía lógica la elección de la Albufera porque es el lago más grande del país», señala Hammerl en un castellano impecable gracias a los años que vivió en Madrid, un periodo de su vida en el que tuvo la ocasión de conocer la Albufera, con sus virtudes y sus defectos. «Es un lago pequeño comparado con algunos de los que hay en el mundo, pero tiene una gran importancia para las aves migratorias. Uno de sus problemas es que está muy cerca de la ciudad y del puerto, y eso le proporciona muchas presiones, además de la contaminación que le llega por los arrozales. No estoy en contra de una práctica agrícola tradicional, pero creo que debería ser ecológica», opina.
Living Lakes trabaja en cada país de la mano de una ONG. En España su colaboradora es la Fundación Global Nature. Antonio Guillem se ocupa de coordinador sus proyectos en la Comunidad Valenciana. «La Albufera es el humedal más relevante de la costa mediterránea y resulta fundamental para muchas aves migratorias porque está en la ruta de las que vuelan al norte de Europa durante la primavera para criar y en la ruta de las que regresan en otoño a África en busca de sus cuarteles de invierno».
Global Nature está en permanente contacto con los arroceros al objeto de que su producción sea más eficiente y reduzcan «el impacto sobre el cambio climático». Proporcionan a los agricultores modelos para conseguirlo. «Y les gustan porque, además, son más económicos», asegura Guillme, quien se enorgullece especialmente de su plan para instalar una boya que monitorice el agua de la laguna. Tiene unos sensores de última generación que, cada hora, envían información con ocho parámetros diferentes. «Queríamos ver el efecto del vertido de las aguas verdes al lago y, además, un satélite capta imágenes y las transforma en información útil», detalla.
Recuerda también su proyecto para liderar una de las primeras recogidas de residuos de la Albufera y, de paso, concienciar a la gente de la cantidad de desechos que puede producir el hombre. para ello, expusieron los residuos en el mirador, dentro de una jaula. «Aquello dio pie a otras campañas de limpieza. Fuimos pioneros y estamos muy orgullosos de ello». Pero no todo es optimismo. La amenaza del cambio climático se cierne sobre la Albufera. «En menos de diez años podemos tener problemas por el posible aumento de concentración de sal. El mar aumenta y crece la inmersión salina».
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Te puede interesar
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.