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Miércoles, 15 de mayo 2019, 00:48
Vaticano, 11 de marzo de 2013. 152 cardenales participan en la décima y última de las congregaciones generales, las reuniones para intercambiar impresiones y diseñar el 'retrato robot' del Papa que empezarán a votar en el cónclave que comienza al día siguiente en la Capilla ... Sixtina. Les toca elegir nuevo obispo de Roma después de que Benedicto XVI sorprendiera al mundo con su renuncia el 11 de febrero. Tras el debate de la mañana en las congregaciones generales, varios cardenales acuden a la basílica de San Pedro para rezar. Allí coinciden tres purpurados españoles, Antonio Cañizares, Santos Abril y Castelló y Carlos Amigo, con uno argentino, Jorge Mario Bergoglio. Una vez acabada la oración, Cañizares, que por entonces es prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, invita a los otros tres a comer a su casa. Está situada a pocos pasos, en la Plaza de la Ciudad Leonina.
El almuerzo es frugal (caldo, pescado y fruta), propio del tiempo de Cuaresma. Los cuatro comensales no hablan de posibles sucesores a Benedicto XVI, aunque coinciden en cuáles han de ser sus atributos. El próximo Papa debe estar volcado con los pobres al estilo de San Francisco de Asís, tener sentido del humor y contar con una perspectiva religiosa que supere la mentalidad de confrontación entre la Iglesia y el mundo contemporáneo. Dos días después, uno de los cuatro cardenales que participan en aquella comida se presentará ante el mundo por primera vez vestido de blanco en el balcón central de la basílica de San Pedro con el nombre de Francisco, en recuerdo precisamente del santo de Asís. En los más de seis años que han pasado desde entonces, Bergoglio ha dado indudables muestras de su humor, preocupación por los más desfavorecidos y gran capacidad para dialogar con la sociedad de hoy. Se han cumplido las líneas marcadas en el frugal almuerzo ofrecido por Cañizares.
Aquella comida anticipó la idea de que el próximo Papa tenía que parecerse a San Francisco de Asís, un guante que también le lanzó el cardenal franciscano brasileño Cláudio Hummes a Bergoglio en la Capilla Sixtina cuando se supo que había alcanzado los votos suficientes para convertirse en obispo de Roma. «Acuérdate de los pobres», le dijo. Los detalles del almuerzo en casa de Cañizares como otros muchos de las cenas, reuniones y discretas conversaciones entre altos prelados que tuvieron lugar en Roma durante las intensas semanas que pasaron desde la renuncia de Ratzinger hasta la proclamación de Bergoglio, han permanecido en la sombra hasta la reciente publicación del libro 'La elección del Papa Francisco: un relato íntimo del cónclave que cambió la historia' (Orbis Books). Disponible por el momento sólo en inglés, esta obra del reputado vaticanista irlandés Gerard O'Connell reconstruye con amplio acceso a fuentes de primera mano, entre ellas cardenales con derecho a voto, cómo se gestó la llegada del arzobispo de Buenos Aires al solio pontificio.
O'Connell ofrece el resultado de la votación definitiva que propició la 'fumata blanca'. Fue en la sexta cuando Bergoglio alcanzó 85 papeletas y quedaron por detrás de él dos de los cardenales que los diarios presentaban como 'papables': el italiano Angelo Scola, hoy arzobispo emérito de Milán, y el canadiense Marc Ouellet, prefecto de la Congregación para los Obispos. Scola, el gran favorito, recogió 20 votos, mientras que Ouellet logró 8. Cerró el cuarteto el italiano Agostino Vallini, en aquel entonces vicario del Papa para la diócesis de Roma. En la primera votación, celebrada el 12 de marzo, Scola recibió 30 papeletas, una cifra muy inferior a las cuarenta que se le daban por seguras. Estaba así claro que no contaba con los apoyos que se le presuponían. Incluso sus propios compatriotas, los cardenales italianos, estaban divididos frente a él. Por detrás de Scola quedó Bergoglio con 26 votos, que hubieran sido 27 si uno de los electores no hubiera escrito mal su nombre. En el segundo escrutinio ya adelantó al italiano, que entendió el deseo de cambio del Colegio Cardenalicio y pidió a quienes lo sostenían que apoyaran al argentino.
«Había cardenales provenientes de diversos países que tenían una idea de cómo debía ser el nuevo Papa y no estaban muy de acuerdo con los tres favoritos», cuenta el autor del libro. Además de Scola, al que se consideraba en perfecta línea con Benedicto XVI, y de Ouellet, aupado por su condición de norteamericano con experiencia en la Curia y buen conocimiento de Latinoamérica, se barajaba entre los 'papables' el nombre del brasileño Odilo Scherer, arzobispo de Sao Paulo, pero su candidatura no tardó en desinflarse. «Estaban buscando una alternativa. Algunos de ellos pensaban en Bergoglio, pero lo descartaban porque tenía entonces 76 años y decían que había perdido su oportunidad en el cónclave en que fue elegido Benedicto XVI, cuando quedó segundo. Pensaban casi todos que era la mejor posibilidad, pero nadie estaba seguro de que fuera a salir», cuenta O'Connell. En su obra desvela una cena reservada ofrecida por el cardenal italiano Attilio Nicora, ya fallecido, a una quincena de purpurados latinoamericanos, europeos y asiáticos. Nicora no quería a Scola en el solio pontificio.
Los electores 15 cardenales participaron en el cónclave del 12 y el 13 de marzo de 2013 del que Bergoglio saldría elegido Papa con los votos de 85 de ellos
Los electores Tres purpurados aparecían de partida como favoritos:el italiano Angelo Scola, el canadiense Marc Ouellet y el brasileño Odilo Scherer
Fumate blanca Seis votaciones fueron necesarias para que Bergoglio alcanzara mayoría suficiente para ser entronizado Papa
El periodista supo de aquella velada por varias fuentes, que le pidieron que la mantuviera en secreto hasta que pasaran unos años. «No les juzgo», contesta cuando se le pregunta por la violación del secreto del cónclave en que habrían incurrido los purpurados que le contaron estos detalles. Es un pecado castigado por la Iglesia con la excomunión. «Tenían sus motivaciones. Entendieron que había pasado algo nuevo y que había que contarlo. Querían que la narración histórica se hiciera, aunque no de manera inmediata». Las fuentes coinciden en que las dudas sobre la idoneidad de Bergoglio para asumir el timón de la barca de Pedro quedaron despejadas con el discurso que realizó el 9 de marzo durante las congregaciones generales. En tres minutos y medio, explicó en español cuáles eran a su juicio las prioridades que debía seguir la Iglesia, empezando por la evangelización. Aquella intervención, en la que presentó los temas que luego desarrollaría en 'Evangeli Gaudium', la exhortación apostólica que constituye el programa de su pontificado, le «puso en el radar de muchos electores», asegura el periodista irlandés, recordando además cómo el escándalo de filtraciones 'Vatileaks' había generado un sentimiento antitaliano entre muchos purpurados.
«Tras 35 años de Juan Pablo II y de Benedicto XVI, con una visión muy común entre los dos, había la sensación de que hacía falta algo diferente. Querían un pastor que ayudara a la Iglesia a establecer una relación distinta con el mundo. Había un convencimiento de que se necesitaba algo nuevo. El discurso de Bergoglio ofreció la chispa que hizo ver a muchos que había otra visión», explica O'Connell.
La candidatura del argentino aún tuvo que superar un último obstáculo. Cuando se puso en cabeza en las votaciones, algunos cardenales contrarios a que se convirtiera en Papa empezaron a difundir durante el almuerzo en la Domus Santa Marta, la residencia vaticana donde convivían los electores, que le faltaba un pulmón. En realidad sólo le había sido extirpado un lóbulo del pulmón derecho a los 21 años y, desde entonces, no le había dado más problemas. Se encargó de aclararlo uno de sus mayores apoyos, el hondureño Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, arzobispo de Tegucigalpa.
Benedicto XVI cuando renunció fue un ejemplo para mí. ¡Un grande!». Estas palabras que Francisco dedicó a los periodistas que le acompañaron en el vuelo de vuelta a Roma tras su viaje a Río de Janeiro en julio de 2013, cuatro meses después de su elección como Papa, fueron la primera ocasión en que se refirió a su posible renuncia al pontificado. En los seis años posteriores lo ha hecho varias veces más. Pese al aprecio que Jorge Mario Bergoglio ha mostrado por la decisión de su antecesor, Gerard O'Connell, autor de 'La elección del Papa Francisco: un relato íntimo del cónclave que cambió la historia', descarta que el Pontífice argentino esté pensando en tirar la toalla. «Pienso que morirá de Papa. Creo que sólo se planteará la renuncia si le llega una grave enfermedad. De lo contrario, seguirá adelante. Tiene buena salud, es consciente de que aún le queda mucho de su proyecto por desarrollar y vive con tranquilidad, pues está convencido de que Dios le ha elegido para este puesto y que él está haciendo su voluntad. No pienso que dimitirá». Hay otro elemento significativo que retrasa una posible renuncia de Bergoglio: Benedicto XVI. Es previsible que el Pontífice argentino no se plantee dejar el cargo hasta después de la muerte de su antecesor, pues si lo hiciera antes serían dos los Papas eméritos.
Esta conjunción de circunstancias hacen pensar al vaticanista irlandés que no hay un cónclave en el horizonte. Lo que sí que espera pronto, para antes de fin de año, es un nuevo consistorio en el que Francisco cree nuevos cardenales. «Ya ha elegido al 47% de los purpurados que se encargarán de votar a su sucesor. Con el nuevo consistorio serán más de la mitad. Son personas con una visión diferente a la que prevalecía hasta ahora y que provienen de partes del mundo que no tenían representación cardenalicia. La postura de Francisco ya está en el Colegio Cardenalicio. Esto puede marcar el próximo cónclave».
O'Connell no quiere entrar en quinielas sobre qué purpurados estarían hoy mejor situados para suceder a Bergoglio, pues «no tenemos aún la lista final de electores y es posible que el próximo Papa todavía no haya sido creado cardenal».
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