Se diría que la calle San Bartolomé es la calle Larios del Molinillo. Una calle Larios menos glamurosa pero mucho más auténtica: aquí no hay concesiones a franquicias o alojamientos turísticos, más bien un entusiasta canto a la vida entonado por la población autóctona. Una calle Larios, eso sí, en su estado anterior a convertirse en vía peatonal, con atascos y furgonetas de reparto; una arteria comercial en la que las cadenas de ropa son sustituidas por carnicerías con el sello halal y en la que hay cafeterías de barrio en vez de heladerías de diseño. A modo de ejemplo, miren al joven que asoma su bronceado torso al balcón de la primera planta, y desde el que saluda al cliente de la tienda de hielo situada en el bajo: a juzgar por su acento local, no parece ejercer en este momento como usuario de Airbnb.
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