Radioactividad. Esa es la palabra que Marie Curie le dio a los elementos radiantes. La historia de este hito tuvo sus antecedentes. La radiación en sí la descubrió su mentor, Henri Becquerel. Curie investigó y determinó por qué algunos elementos son ... radioactivos y luego descubrió otros elementos nuevos: el polonio y el radio. Sus investigaciones pioneras sirvieron para abrirle nuevos caminos a la medicina. Hace 153 años, la reconocida física nació en Varsovia. Su plana de méritos es tan amplia como apabullante. Fue la primera mujer que enseñó en La Sorbona, una de las universidades con más prestigio en Europa. Obtuvo la docencia a raíz de la muerte de su marido Pierre Curie, que falleció en un accidente de tráfico. No eran tiempos de techo de cristal, más bien de caparazones de cemento. Con su mentor Becquerel, en 1903, fue la primera mujer en recibir un Premio Nobel en física. Años después, en 1911, obtuvo otra vez el mayor reconocimiento que se puede otorgar en el campo de la ciencia, pero ya no tuvo que compartirlo con nadie. Curie falleció en 1934 y con su muerte nació el ícono. Su legado sigue vive y hay mujeres que investigan en su nombre. Una de ellas es la malagueña Ana María Amaya. Una bioquímica de 25 años, formada en la UMA.
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Entre miles de personas fue seleccionada para indagar en la prevención de enfermedades vasculares en la universidad francesa de Paul Sabatier, en Toulouse. Y lo hace en estos momentos gracias a una de las becas Marie Curie que otorga la Unión Europea entre los investigadores más destacados. El apoyo brindado le da para cubrir la estancia y el gasto derivado de la propia investigación, a la que también va aparejado el doctorado que está realizando en estos momentos. Así se escriben los primeros compases de otra historia que da fe de talento y conocimiento con ADN malagueño.
Ana María tiene el pelo moreno y la mayoría del tiempo viste con una bata blanca de laboratorio. Cuando rememora cómo ha llegado hasta aquí, transmite la pasión de alguien que cree en lo que está haciendo. Habla con voz suave y la calma que transmite en sus explicaciones solo se modula por los leves golpes de sonrisa que le traen algunos recuerdos de su infancia.
Desde muy pronto supo que quería ser bióloga. Un kit de microscopios que se regalan para Reyes fue suficiente para transformar la pequeña llama de la vocación en un esplendor. Ana Marie apenas había cumplido ocho años. «Me acuerdo que recogía las hojas de los árboles y los ponía bajo el microscopio, analizaba la microestructura de las hojas», rememora que a partir de ahí empezó a sentir curiosidad por todo lo que se pareciera a un laboratorio.
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El primer contacto real llegó en un aula de biología de Las Esclavas. Ana María es de Rincón de la Victoria, pero estudió en este instituto. «Ahí hicimos las primeras prácticas, aunque con las cosas que manejábamos no se podían crear explosiones», describe al mismo tiempo que derrocha simpatía natural. Con la Selectividad en el bolsillo optó por el grado de Bioquímica. En realidad, nunca contempló otra opción.
Muchos estudiantes solo tienen una leve idea de lo que quieren hacer cuando acaban. Ana María, sin embargo, supo desde el primer momento que quería seguir investigando para no quedarse en lo aprendido por los libros. «Disfruté mucho durante la carrera, lo que hizo fue motivarme más todavía», expresa con gratitud hacia la UMA y sus ya exprofresores. Ella tuvo claro que la ciencia no es solo lo que pone en los manuales y en los libros que ya están publicados. Las verdades que se plasman sobre el papel, al final, no serían otra cosa que la foto del momento de la ciencia. La literatura más primaria. Ana María describe a la ciencia como algo que siempre estará inacabado, algo vivo, y que todos los días se descubre algo nuevo.
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Tiene lógica. ¿Por qué alguien quisiera hacerse científico si todo es ya sabido? Ahí está el doloroso ejemplo del coronavirus. Si algo bueno habría tenido la pandemia, entiéndase bueno como bueno dentro de lo peor, insiste Ana María, es que la sociedad percibe ahora a la ciencia como esencial para volver a la normalidad. «El desarrollo de las vacunas demuestra que la solución siempre tiene que venir desde la propia ciencia», afirma.
¿Cómo se sabe entonces lo que es un buen científico? ¿Cuáles son los mejores temas a desarrollar? Encontrar respuestas a esas preguntas equivale a tener la mitad del alquiler pagado. Ana María Amaya es una respuesta en sí misma, con su talento y su voluntad de trabajo: «Siendo sincera, paso la mayoría del tiempo en el laboratorio. Luego hay que invertir mucho tiempo en escribir las publicaciones». Porque si hay una divisa que cuenta en la ciencia, es la traslación de la teoría a la práctica. «Utilizar nuestra inteligencia para mejorar la vida de las personas», concluye esta joven malagueña.
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