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D. MENOR
Martes, 13 de marzo 2018, 00:26
El pasado 14 de febrero saltaba la alarma. En una entrevista con la revista alemana ‘Neue Post’, George Ratzinger aseguraba estar preocupado por el estado de salud de su hermano, Benedicto XVI, porque sufre una «enfermedad paralizante» que afecta a su movilidad, obligándole a estar ... cada vez más tiempo postrado en una silla de ruedas. «Rezo cada día para que mi hermano y yo tengamos una buena muerte», decía George, de 94 años, que habla casi todos los días por teléfono con el anterior Pontífice. Ambos se verán el próximo 8 de abril, cuando George viajará a Roma para estar junto a él el día 16 y celebrar su 91 cumpleaños. «Falta todavía mucho. Quién sabe lo que sucederá hasta entonces», comentaba el mayor de los Ratzinger, quien ya mostró sus dudas cuando su hermano fue elegido obispo de Roma. Dijo entonces que estaba demasiado «viejo y enfermo» para ser Papa.
George Ratzinger se llevó un desmentido al día siguiente del portavoz vaticano, Greg Burke. «Son falsas las presuntas noticias sobre una enfermedad paralizante o degenerativa», aseguró. Recordó entonces Burke que el Papa emérito «siente el peso de los años, como es normal a su edad». El propio Benedicto XVI había mostrado pocos días antes de esta polémica que es bien consciente de que su tiempo se va agotando. Fue en una carta enviada al ‘Corriere della Sera’, en la que escribió: «En la lenta disminución de mis fuerzas físicas, interiormente estoy peregrinando hacia Casa». Ratzinger dijo sentirse «conmovido» por el interés de los lectores del diario italiano acerca de cómo transcurre «este último período de mi vida» y dio las gracias por cómo lo estaba pasando, rodeado de «un amor y una bondad tales que no habría podido imaginar».
Benedicto XVI se hizo un hueco en la historia con su renuncia al pontificado el 11 de febrero de 2013. Tras aquel inesperado gesto, que llevaba seis siglos sin verse, se retiró a una vida de reflexión. «Seguiré cerca de todos con la oración, aunque para el mundo, estaré escondido», comentó poco después de anunciar su marcha. El Papa emérito vivió primero durante unos meses en la residencia papal de Castel Gandolfo y luego pasó al monasterio Mater Ecclesiae, situado en un apartado rincón del Estado más pequeño del mundo, junto a los Jardines Vaticanos. Francisco siempre dice que está encantado de que su antecesor esté tan cerca: «Es como tener en casa al abuelo sabio».
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