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Ainhoa de las Heras
Martes, 25 de febrero 2025, 11:21
La Sección Sexta de la Audiencia de Bizkaia ha condenado a 13 años y seis meses de prisión a Mario López, exentrenador del club de ... baloncesto femenino de Gernika, por agresión sexual continuada con acceso carnal a una víctima especialmente vulnerable, una menor de edad en situación de desprotección familiar, según la sentencia hecha pública este martes. La sala, compuesta por dos magistradas y el ponente José Ignacio Arévalo, da total credibilidad al testimonio de la denunciante, que en la actualidad tiene 40 años y que sacó a la luz los hechos veinte años después de producirse, el pasado junio de 2023, animada por su psicóloga. Precisamente, uno de los argumentos de la defensa se centraba en que el delito estaba prescrito, un extremo rechazado por el tribunal.
Según la sentencia, el acusado abusó de la menor desde que ella tenía trece años y medio a lo largo de tres años y lo hizo durante unos «cincuenta encuentros, que tenían lugar con más frecuencia en verano, una vez acabado el curso escolar y la temporada deportiva». Estos ataques fueron «adquiriendo creciente relevancia en cuanto a frecuencia e intensidad». Mario López fue su entrenador de baloncesto en el equipo infantil de su colegio en Gernika entre las temporadas 1995-96 y 1998-99. Después, la entrenó en la categoría de cadetes en el club formado con la fusión de tres centros educativos, de 1999 a 2001, y también en las selecciones provinciales y autonómicas.
El procesado tenía 18 años más que ella, por lo que, según la Audiencia se valió de esa «diferencia de edad», de su «posición de poder» y del «temor» que ella sentía hacia él para doblegar su voluntad. La menor participó en las «múltiples conductas de naturaleza sexual» sin que hubiera espacio para «ningún tipo de consentimiento», ya que su voluntad estaba «quebrada, con violencia e intimidación».
Pese al paso del tiempo, los jueces dan absoluta credibilidad a la declaración de la víctima por su «indudable consistencia intrínseca por la lógica y coherencia en las explicaciones, por los detalles ofrecidos y por la descripción del contexto en el que se produjeron». No aprecian «lagunas, puntos oscuros ni contradicciones relevantes». Por contra, la versión del acusado ha sido «dubitativa e inconsistente». Mientras que en un principio negó cualquier relación sexual, en el juicio, celebrado a mediados de enero a puerta cerrada, reconoció «besos y caricias». «Lo que es tontear», dijo. «Ella sí le tocó de cintura para abajo, pero nunca desnudos», afirmó.
La mujer, que sufre un trastorno por estrés postraumático, que se reavivó tras la denuncia con noches de insomnio y depresión, recordó la primera vez que sufrió abusos. Fue en el mes de julio de 1998. Al término de la primera temporada de infantiles, el entrenador le propuso quedar para ver un partido de baloncesto en casa de sus padres. Él la sometió a tocamientos y ella rompió a llorar. «No volverá a pasar», le prometió. Ese mismo mes, sin embargo, la volvió a llamar para que fuera a su domicilio. Los contactos, sexo oral y tocamientos, entre otros, se repitieron y terminaron en relaciones sexuales completas. En ellas, era «frecuente la utilización de la fuerza física, cogiéndola del pelo o agarrándola con fuerza de la cabeza y los brazos». En enero de 1999, en un viaje en autobús a Valencia para una competición, Mario López se sentó a su lado y «la obligó a masturbarle».
El entrenador se aprovechó, según la sentencia, de la «desprotección de la menor», en una situación familiar marcada por la «ausencia de cuidado y control parentales adecuados». Su padre y su madre pasaban el día de «poteo» por Gernika y también consumían sustancias estupefacientes. «Cuando una no tiene hogar, lo busca donde sea», llegó a declarar la víctima en la vista oral.
Tanto esta mujer, como otras compañeras que también testificaron, calificaron el comportamiento del entrenador como «exigente y autoritario» en la cancha, lo que generaba «miedo y temor» en la joven. «Era especialmente duro con las mejores», aseguró en el juicio una jugadora. Y ella lo era. Líder del equipo, sobresalía también en atletismo y cross. Además de condición física, tenía «talento y motivación». «Lo daba todo, era una apasionada del baloncesto», dijeron algunos testigos.
Según la víctima, «era habitual el lanzamiento de balones, conos, manojos de llaves. En una ocasión la tiró al suelo. Había tiempos muertos que dedicaba a sostener la mirada fijamente con dureza en su expresión. No he visto entrenadores tan violentos como él». Algo que para el tribunal resulta difícilmente justificable por muy alto nivel de competición que hubiera.
Los abusos se mantuvieron hasta que ella dejó el baloncesto y se alejó así de Mario López. Vivió en Gernika hasta los 27 años. «Nunca contó nada a nadie». Guardó silencio durante veinte años, tiempo en que llevó «una vida aparentemente normal», conoció a su pareja y formó una familia. La psicóloga explicó que ese «encapsulamiento» resulta habitual en los abusos a menores, pero que «llega un momento en que el sufrimiento es imposible de ignorar», en que surge un «sentimiento de culpa» y una «necesidad de encontrar un equilibrio psíquico, que precisa de la interposición de una denuncia». Precisamente, la aproximación de sus hijos a la edad en la que ella empezó a ser agredida sexualmente o ver en los medios casos similares o la celebración de los 15 años del club colaboraron a que ella se abriera. Revelar unos hechos traumáticos que se han mantenido ocultos «ayuda en la terapia psicológica y en la reconstrucción». Después de desahogarse con su terapeuta durante la consulta, aún tardó un año en acudir a presentar una denuncia.
Además de la pena de cárcel, la Sección Sexta, que ha tardado algo más de un mes en alcanzar una sentencia, le prohibe acercarse a menos de 300 metros del domicilio de la víctima durante cinco años desde que empiece a disfrutar de permisos carcelarios o libertad condicional. Además, se le aplica la inhabilitación absoluta también como entrenador de baloncesto de menores durante el tiempo de la condena. Deberá indemnizar a la víctima con 80.000 euros por los daños morales.
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