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No solo son personas invisibles: pueden ser mascotas, robots o incluso unicornios imaginarios. Depende de la inventiva del niño. Tener amigos imaginarios es algo habitual que le ocurre a muchos niños y, en principio, no debe suponer el más mínimo problema. Sin embargo, en opinión de los especialistas, es bueno observar la relación para cerciorarnos de que no exista un problema de trasfondo. «Forma parte del desarrollo normal de un niño sano. El juego es la forma que tienen para conocer y explorar el mundo. Es normal que creen sus fantasías, su mundo imaginario, y que ahí aparezca algún amigo que solo exista en su cabeza», explica a SUR la especialista malagueña en psicología infantil, Elisa López.
En el pasado, recuerda López, cuando los padres actuales eran pequeños, los amigos imaginarios eran mucho más recurrentes que ahora. «Tengo la percepción de que en la actualidad los niños juegan menos con la imaginación. Tienen juguetes más sofisticados y acceso a pantallas y videojuegos que hacen el efecto contrario: limitan su creatividad. Antes teníamos menos y tirábamos más de ingenio», apunta.
Los compañeros invisibles suelen aparecer en diferentes momentos de la infancia con un punto álgido, observa López, entre los 6-7 años. Los que suelen tener amigos invisibles no tienen por qué ser hijos únicos o con menos relaciones sociales. «Suelen ser niños con mucha imaginación cuyos padres fomentan precisamente su fantasía o creatividad en casa».
En opinión de esta experta infantil, tener amigos imaginarios puede ser muy enriquecedor para el pequeño. «El niño se inventa un personaje a raíz de sus juguetes, de los dibujos o de los cuentos usando su imaginación. Recrea situaciones que controla y en las que se siente cómodo», indica. «El juego con ellos puede reflejar cómo se enfrenta nuestro hijo a distintas situaciones, puede ser una buena herramienta de evaluación», agrega. Ese amigo imaginario sería pues una puerta abierta para que los adultos entren y sepan lo que ocurre dentro de la imaginación de su hijo. Estos personajes ficticios favorecen tanto su autonomía como los juegos en soledad y no tener que requerir constantemente la presencia de una adulto.
Este aspecto es de vital importancia para no incomodar a los pequeños. ¿Cómo tratar a sus amigos inventados? Con naturalidad, sin avergonzar, cuestionar o regañar al niño. «Podemos aceptar a ese amigo y seguir el juego que plantea nuestro hijo, sin más», propone López.
Asumiendo que en la mayoría de los casos la relación del niño con su amigo imaginario entrará en los límites de la normalidad, sí es cierto que pueden existir excepciones. No siempre el amigo imaginario va a ser un buen aliado. Debemos actuar si observamos que nuestro hijo se aísla continuamente de los otros niños o si detectamos que prefiere jugar solo antes que con niños de carne y hueso. Eso no debemos permitirlo. «Obviamente deben preferir jugar con niños reales. Si esto ocurre puede que al menor le falte habilidades para sociabilizarse. En estos casos podemos proponer al niño que presente a su amigo imaginario en el parque como si fuera uno más de la pandilla». Por ello es conveniente observar tanto el juego como las conversaciones del niño con su amigo ficticio.
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