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«Tenía 14 años cuando comencé a autolesionarme. Sentía ansiedad y me rascaba, fuerte. Cuando vi que no podía controlar mis emociones, empecé a hacerme ... cortes. Al principio, creía que me estaba autoinfligiendo un castigo, pero ahora sé que estaba pidiendo ayuda. Lo hacía para mostrar físicamente a los demás un malestar que nadie veía pero que yo sentía que estaba dentro de mí. De tanto autolesionarme, se convirtió en un hábito…». Habla Claudia, estudiante de enfermería de 17 años. En el instituto se dieron cuenta de las lesiones y avisaron a sus padres. «Ellos no lo entendían, solo criticaban mi manera de actuar, sin preguntarse por qué lo hacía. Así que me sentí todavía más sola y la frecuencia de las autolesiones aumentó». Después, se sumó un trastorno alimentario asociado y sus padres, «ya desbordados», la llevaron a Urgencias.
El diagnóstico de Claudia, cuyo testimonio recoge el portal sobre salud mental del Hospital Sant Joan de Déu, es «autolesión no suicida» (ANS). Este «fenómeno», antes infrecuente y asociado a algún trastorno mental grave, ha experimentado un significativo aumento desde 2010 y se ha convertido ya «en un problema de salud pública», alertan en un informe facultativos del Hospital de la Santa Creu i Sant Pau (Barcelona). «El porcentaje de chavales que se autolesionan como forma de regulación emocional se acerca al 30%», confirma y precisa el dato Juan Carlos Pascual Mateos, miembro del comité ejecutivo de la Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental.
Explica que se trata de un tipo de lesiones «no suicidas», esto es, el adolescente no quiere quitarse la vida, sino «hacerse daño físico para canalizar así el malestar que siente». «Te dicen: 'Hago esto porque me siento bien, porque me relaja'». Y 'esto' tiene formas diversas: «Desde un puñetazo en la pared en un momento de rabia, un comportamiento más o menos socialmente aceptado, a rascarse hasta hacerse sangre, golpearse provocándose hematomas, quemarse con un cigarro o, lo más habitual, hacerse cortes con un cúter o una cuchilla». Suelen ser heridas superficiales, pero a veces, requieren de puntos. En entonces cuando muchas familias se dan cuenta de lo que su hijo o hija lleva meses haciendo. «Los chavales tienen la percepción de que lo que hacen es algo malo, que hay que ocultarlo. Por eso, algunos se cortan en las piernas o en el abdomen, para poder llevar los cortes tapados».
Creen que no está bien pero siguen haciéndolo porque, como ellos mismos dicen, «les funciona». «Lo más habitual es que se autolesionen para escapar del malestar emocional. Me siento mal, deprimido, y me corto para relajarme». Otras veces, lo hacen como «autocastigo». Y en un porcentaje mucho menor es una llamada de atención. Como el SOS que estaba lanzando Claudia. «No es lo más frecuente, pero hay chavales que se cortan en los antebrazos o en las muñecas para comunicar a los demás que están mal. No pueden verbalizarlo, pero les quieren transmitir a padres, amigos, pareja… que no se sienten bien».
– ¿Cuándo alarmarse?
– Que un adolescente, en un momento de discusión con sus padres, pegue un puñetazo en la pared por la rabia tiene la importancia que tiene. El problema es cuando el puñetazo o el corte en la muñeca se convierten en una estrategia de regulación emocional –señala Juan Carlos Pascual–.
Y eso ocurre cada vez más, pero no siempre. «Algunos chavales prueban y no lo repiten nunca más». Cuando esta conducta se repite una y otra vez se convierte en factor de riesgo para desarrollar problemas futuros. El documento del Hospital de la Santa Creu i Sant Pau advierte de que «multiplicaría por tres el riesgo de cometer algún acto suicida en el futuro».
Y, aunque no tiene una relación causa-efecto con el trastorno límite de la personalidad, muchos adultos con esta enfermedad tienen antecedentes de autolesiones, recuerda el doctor Pascual. En estos casos, se trata de personas «con un mal manejo de las emociones negativas, que se caracterizan por su impulsividad (me siento mal y me drogo, me pego un atracón de comida, me corto en los antebrazos...) y por mantener relaciones conflictivas: sufren dependencia emocional del otro, miedo al abandono, en un momento te quieren mucho y al siguiente te odian… Pero estos rasgos suelen ser difíciles de identificar en un chaval de 14 años». Porque es entonces, entre los 14 y los 16, cuando las autolesiones son más frecuentes, «aunque suelen empezar con 12 años».
– En pandemia se habló mucho de la salud mental de los adolescentes.
– Hemos pensado que los problemas de salud mental de los niños eran algo transitorio y nos han explotado. Pero las autolesiones no son fruto del encierro. Ya pasaba antes, lleva quince años pasando. Y no hay un desencadenante claro.
¿Cómo cortarte en un brazo puede 'relajar'? Lo explica el psiquiatra Juan Carlos Pascual: «El dolor te focaliza en el aquí y ahora. La mayoría de nuestro malestar no es por algo que ocurra ahora, sino porque rumiamos, porque pensamos '¿y sí…?'. Pero cuando centras tu atención en el dolor físico dejas de pensar». De hecho, en la terapia con personas con trastorno límite de la personalidad algunas estrategias que les proporcionan a los pacientes cuando sienten la necesidad de autolesionarse tienen que ver, de alguna forma, con el dolor. «Coger un cubito de hielo con la mano, masticar un limón, probar tabasco, darse una ducha helada o meter la cara en agua fría son sensaciones extremas que nos centran en el aquí y el ahora y nos 'desenganchan' de aquello que estuviésemos rumiando», señala el experto. Y estas mismas estrategias podrían utilizarlas los adolescentes que se autolesionan. Incluso algo más en su mano: «Vale con salir a correr. El mindfulness es otra técnica que trabajamos con las personas con trastorno límite de la personalidad, pero cuando alguien está en una situación límite no puede hacer mindfulness. Es entonces el momento de calzarse las zapatillas y salir a hacer deporte intenso. Yo a mis pacientes les digo: 'Ponte a subir y a bajar escaleras hasta que te 'ahogues'. Inténtalo antes de llegar a la autolesión».
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