icíar ochoade olano
Sábado, 15 de abril 2017, 00:27
Estudiar se ha convertido para muchos jóvenes españoles en una actividad trágicamente estéril. Más allá de un adiestramiento académico, la formación no les ha proporcionado ninguna oportunidad de desarrollo profesional ni vital. Para otros, ha resultado simplemente una decisión maldita que les ha conducido a un callejón oscuro. Son las víctimas de las Prestaciones Renta Universidad (PRU), la línea de financiación que en 2007, en vísperas de la peor crisis financiera de la historia reciente, el Gobierno central abrió al objeto de motivar a los licenciados a poner la guinda a sus currículos con un máster. Las ayudas, que comenzaron a distribuirse con unas condiciones muy favorables para los estudiantes, fueron endureciéndose gradualmente en las convocatorias sucesivas sin que se informara debidamente de esas modificaciones. Seis años después de que el grifo de esos créditos envenenados se cerrase, miles de aquellos beneficiarios, hoy flamantes postgraduados, viven una situación doblemente angustiosa al estar en paro o tener un empleo precario y no poder hacer frente a esa devolución.
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Sin prisas por amortizary sin intereses La primera convocatoria de ayudas, para el curso académico 2007/08, establecía la posibilidad de poder prorrogar la amortización si no se superaba un salario anual de 22.000 euros y que el crédito preescribiría si en 15 años no se alcanzaba esa renta. En las ediciones siguientes las condiciones se endurecieron. La comisión del 0% fue sustituida por un tipo de interés fijo cotizado por el ICO quincenalmente, hasta eliminar por completo el límite de los 22.000 euros de renta anual para poder prorrogar su amortización. «No se informó de los cambios y se siguieron comercializando como préstamos renta, cuando ya no lo eran», denuncian los damnificados.
15.623 son los licenciados que se acogieron al plan de préstamos para la formación de postgrado en alguna de las cuatro convocatorias. Excepto los 3.463 que entraron en la primera, con unas condiciones favorables que no se volvieron a repetir, se estima que muchos de los 12.160 restantes no pueden devolverlo.
220,3 millones de euros distribuyó el Estado en préstamos universitarios durante los cuatro ejercicios en que esta fórmula permaneció vigente (2007/11). En su primera edición se repartieron 42,3 millones. En las tres siguientes, con las bases endurecidas de forma progresiva, se libraron un total de 178 millones.
22.800 euros es la cantidad máxima de crédito que el Ministerio de Educación estableció para el programa de Préstamos Renta Universidad (PRU). Con ese dinero, el beneficiario tendría que abonar el coste de la matrícula del máster elegido y cubrir sus gastos de mantenimiento mientras durara esa formación.
Estudiar más no cuesta tanto, rezaba el cebo publicitario que el Ministerio de Educación del Ejecutivo liderado entonces por el socialista José Luis Rodríguez Zapatero lanzó para promocionar el novedoso paquete de prestaciones que ponía en marcha en colaboración con el Instituto de Crédito Oficial (ICO) y varias entidades bancarias. En aquella primera edición, en los meses previos al curso 2007/08, los estudiantes podían solicitar hasta 22.800 euros para hacer frente al pago de un máster y tener una renta mensual. Los receptores no tendrían que devolver el importe hasta que lograran un puesto de trabajo que les reportara una remuneración superior a los 22.000 euros al año. El plazo de amortización de este crédito solo comenzaría a computar, por tanto, cuando el estudiante alcanzase ese umbral de renta. Y si esa situación no se producía en quince años, la deuda quedaría extinguida. Un caramelo que compraron 3.463 jóvenes, que percibieron 42,3 millones de euros bajo unas condiciones que jamás se volverían a repetir. Ningún beneficiario de esa tanda tuvo problemas.
El conflicto empezó a abonarse al año siguiente, con la segunda edición de créditos para el curso lectivo 2008/09, una vez que la crisis ya había hecho saltar por los aires algunos pilares de la economía mundial. Esta vez, el Gobierno de Zapatero había suprimido la posibilidad de condonar la deuda si no se alcanzaba el salario de 22.000 euros anuales y, en las convocatorias posteriores, acortó los periodos de carencia el tiempo durante el cual no hay que hacer frente a la devolución del crédito e incluyó comisiones e intereses cada vez más gravosos.
«Lejos de informar a los universitarios de estas modificaciones, las ayudas se siguieron comercializando como préstamos renta, cuando habían pasado a ser créditos mercantiles. Es decir, acarreando un claro riesgo de endeudamiento para el que los adquiere. En conclusión, se vulneró el derecho básico a la información que tienen los prestatarios y se practicó una publicidad engañosa», enfatiza a este periódico Miguel Ángel Andrés Llamas, abogado de la Asociación de Afectados por los Préstamos Renta, que aglutina a cerca de un millar de personas.
4.742 estudiantes solicitaron las PRU en 2008, y 5.183 al año siguiente. El deterioro de las condiciones de las ayudas provocó que, ya en 2010, con la debacle financiera en pleno apogeo, únicamente 2.235 universitarios las pidieran. Entre los tres ejercicios, sumaban 12.160. A partir de ahí no hubo más convocatorias. Cuando el Partido Popular ganó las elecciones de noviembre de 2011 y tomó el poder, decidió acabar con este programa.
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«Queremos pagar»
En la actualidad, con un paro juvenil enquistado en torno al 50%, miles de aquellos licenciados con estudios de postgrado se encuentran con que, a su desesperanza por las dificultades para encontrar un trabajo remunerado de forma digna, tienen que añadir el acoso de los bancos ante una deuda que, en muchos casos, no pueden liquidar. «Dado que se trata de dinero público, sería Hacienda la que debería reclamarlo y no las entidades bancarias, que, además de cargar las cuotas con intereses de demora, están amenazando a los afectados con incluirles en ficheros de morosidad», denuncia Llamas.
No existen datos oficiales sobre cuántos de esos 12.160 jóvenes no pueden afrontar la devolución de la ayuda, pero se sabe que su deuda global asciende a 178 millones de euros. Desde el Sindicato de Estudiantes, la secretaria general, Ana García, exige al Gobierno la condonación de la misma ante lo que considera «una estafa en toda regla». La Federación de Asociaciones de Estudiantes Progresistas (FAESDT) no va tan lejos, pero llama al Ejecutivo de Mariano Rajoy a coger el toro por los cuernos y «buscar soluciones», en palabras de su máximo responsable, Alejandro Delgado. Asfixiados por el peso de esa pella en medio de un panorama laboral desolador, los damnificados han iniciado un procedimiento administrativo de responsabilidad patrimonial contra el Ministerio de Educación, al que en un mes se le acabará el plazo para responder. «Los afectados quieren pagar. Pero exigimos que se haga en las condiciones que se fijaron inicialmente», recalca el letrado de la agrupación.
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El departamento gubernamental que preside Íñigo Méndez de Vigo prefiere guardar silencio por ahora. Recuerda no obstante a este diario que «una de las primeras medidas» que tomaron los populares al desembarcar en el gobierno en 2011 fue «eliminar los préstamos renta» por considerar que no eran «una medida apropiada», ya que «las condiciones a los estudiantes habían cambiado notablemente con el paso de los años». Las mismas fuentes agregan que, además, «se introdujeron posteriormente modificaciones para mejorar la carencia y amortización del crédito a los afectados».
Hace apenas un mes, el PP admitía en público que esas ayudas se desvirtuaron. Lo hacía pese a abstenerse en la votación de una Proposición No de Ley debatida en el Congreso para exigir al Gobierno que dé una solución a los miles de jóvenes que se encuentran atrapados en los PRU. La iniciativa, presentada por el grupo parlamentario Unidos Podemos, contó con el respaldo del resto de partidos representados en el hemiciclo.El final de la pesadilla para estos estudiantes podría haber empezado.
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Idaira Santana. Fotógrafa. El calvario de los afectados: «Vivo de ayudas y se van para mi hijo, dependiente»
Cuando Idaira Santana se licenció en Bellas Artes en la Universidad de Sevilla, en 2009, enseguida pensó en lo bueno que sería «especializarse». Se fijó en un máster de Producción Artística que se impartía en Valencia y que prometía una sugerente inmersión en el mundo de la fotografía y el vídeo. Pero antes tendría que peinar el mercado de ayudas y becas. Al entrar en la web del Ministerio de Educación se dio de bruces con lo que parecía un bendito golpe de suerte. Aunque para entonces las PRU ya no eran la bicoca del principio, «en el banco me contaron las condiciones del primer año y, claro, la pedí». Pese a que acababa de ser madre, la concesión de un préstamo, en teoría blando, de 14.000 euros le llevó ilusionada a la capital de Levante. Estuvo allí un año. A su regreso a su ciudad, en Las Palmas de Gran Canaria, su vida sufrió un vuelco tan inesperado como devastador. El padre de su hijo falleció de forma súbita y al niño, de entonces tres años, le diagnosticaron varios trastornos que le afectan al habla y la comprensión, y que han desembocado en un certificado de dependencia del 38%. «Estoy sola, viviendo de ayudas sociales que se las lleva mi hijo y sus necesidades especiales. Solo puedo trabajar por horas, lo que me cierra prácticamente todas las puertas laborales de un mercado que no me proporciona la suficiente remuneración como para pagar autónomos», expone la fotógrafa con una serenidad que desarma. Uno de los subsidios que cobra se le acabará en octubre, pero el otoño es ciencia ficción. Tiene bastante con organizar su delicado día a día, entre cartas apremiantes de una fría entidad bancaria. «No sé qué recargo llevaré, pero no puedo ni pensar en pagarlo». El Ministerio de Educación acaba de denegarle la condonación de su deuda. Considera que sus circunstancias no son lo suficientemente extraordinarias.
David Gómez. Periodista: «Me llaman del banco hasta tres veces por semana»
En enero de 2011, el licenciado en Periodismo por la Universidad del País Vasco David Gómez llevaba cuatro meses cursando un máster en Comunicación Deportiva en la Universidad Europea de Madrid cuando recibió una llamada del Ministerio de Educación. Tenían dos cosas que decirle. Una, que aquel crédito de 12.000 euros que había solicitado en septiembre para poder cursar esa especialización se lo habían concedido; y dos, que las favorables condiciones que le animaron a pedirlo habían cambiado de forma drástica: «De repente había un interés del 3% y a partir del año siguiente empezaba a contar un plazo de cuatro años de amortización. Fue la última convocatoria de esas ayudas y la peor», recuerda el vitoriano. «Aun así, metido ya en el curso como estaba y con unas buenas prácticas garantizadas por delante, acepté. Pensé que acabaría encontrando un trabajo y que me las arreglaría para pagar».
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Con el máster rematado y la primera inmersión laboral en un reconocido diario deportivo con sede en Barcelona, el sueño de David había llegado a su fin. Regresó a casa de sus padres y no ha vuelto a salir de allí. Ahora ya tiene 31 años, un panorama económico aún más delicado por la separación de sus padres, un litigio con un empresario «desalmado» para el que trabajó y que «no me quiso pagar», y una entidad bancaria que le cose a cartas y apremios. «Hay semanas en las que me han llamado hasta tres veces para exigirme el pago de las cuotas y para amenazarme con meterme en la lista de morosos», cuenta el joven desempleado. «Trabajé cinco meses en un restaurante de comida rápida y, como luego cobré el paro, no tengo derecho a ninguna ayuda. ¿Cómo quieren que devuelva así el préstamo? Lo primero es ocuparme de sobrevivir», clama.
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